Hace algunos días, una merodeadora de este rincón me sugirió que realizase una crítica "positiva" sobre algún programa que mereciese la pena. Vamos, que me invitó a no ser "tan negativo" como de costumbre. Y claro, eso es algo así como dejar propina en el banco: "Tenga, cóbrese el recibo y quédese la vuelta". Encontrar propuestas sugerentes en el actual panorama televisivo es poco menos que pedirle peras al olmo... o pelas a Del Olmo.
Cualquier atisbo de optimismo puede ser aniquilado instantáneamente por la aparición de Terelu Campos en la pantalla. Hija de mamá Campos -María Teresa- y continuadora impenitente de su obra, Terelu ha encontrado en Telemadrid un hueco donde dar rienda suelta a su presunta originalidad. El programa que presenta gira alrededor de una mesa compuesta por personajes sacados de una pesadilla wagneriana. Devaneos del corazón, escándalos folclóricos, coleccionistas de caspa, rumores, arqueología intelectual y gastronomía neuronal forman parte del habitual menú de contenidos de un engendro llamado "Con T de tarde". Con T también se escriben tostón, tortura, tarugo, tolondro, torpeza, tremebundo, tragedia, terror, trapatiesta, tarambana, tedio, tormento, tontedad, toxina , trastorno...
Un día de éstos daré más detalles de lo que se le puede llegar a pasar por la cabeza a un guionista televisivo acostumbrado al café de máquina. Sin ir más lejos, a algún ilustre pensador contemporáneo se le ha ocurrido montar un tinglado de casamientos a granel en Antena 3, cadena experta en la creación de máquinas del tiempo. Uno enciende el televisor y cree estar viviendo otra vez en 1950. El espacio lleva por título "Todo por amor" y Andoni Ferreño es el maestro de ceremonias. Una ristra de novias encapsuladas en vestidos blancos inician un desfile incesante de comicidad y meten a los novios en un embrollo de tres pares de narices. Compromisos de casamiento en directo. Había que ver la cara de algunos de ellos, tratando de averiguar si tal dosis de memez es tan sólo un aperitivo de lo que le espera tras el televisado sí. La cosa es así de surrealista. La idea original -con perdón- es de diván, valeriana y reposo absoluto, pero la pilla uno de esos amantes desazonados de la gomina y cree que va a ser la sensación de la temporada. Sensacional estupidez; eso sí está garantizado.
También andan de celebración mediática los socialistas. Los espacios informativos nos han vuelto a situar ante la chaqueta de pana de Felipe, indumentaria prototipo del mártir de Ferraz cuando estaba enfrascado en el socialismo y otras cosas raras de ese tipo. Junto a él, un individuo con gafas de pasta, patillas comuneras, peinado por soleares y hermano con despacho adosado a la chepa -lo que le dio bastante guerra, la cosa sea dicha-. Ahora, quien aparece al lado de Felipe es Zapatero. González y Zapatero. Zapatero y González. Con todos mis respetos, esa imagen del dúo socialista cogido de la mano tiene menos credibilidad que una película de los hermanos Calatrava en la sección oficial del Festival de Cannes. Y ya que hablamos de credibilidad, hay que apuntarse la frase de Zapatero, que dice que les va a quitar el poder a los poderosos. Será el cambio de raya -la del pelo-. Será la fiebre de estos días de exaltación socialista. ¿Cómo va hacerlo Zapatero, cuando son precisamente los poderosos los únicos que pueden permitirle a él acceder al poder? Manda huevos.
La huevería sigue creciendo. Pasamos del huevo de Colón a los huevos de Trillo y ahora a esos huevos de chocolate con sorpresa en su interior que se anuncian en televisión. El spot de los huevos sorpresa es de campeonato. La golosina parece otorgar a los niños una alegría inconmensurable por vivir, una justificación para levantarse cada mañana. Luego, el delirio llega cuando la madre, una vez que el peque se ha tragado el huevo, le monta la figurita sorpresa en miniatura (no más de dos centímetros de alta) y espeta: "Y luego jugamos juntos". ¡Jugar con una miniatura de dos centímetros! ¡Dos personas! Las caras de la madre y el niño parecen transportarles al paraíso el mismísimo día del Juicio Final.
Más de informativos y juicios finales: la visita de Jatami es un buen pretexto para colocarnos en desayuno, comida, merienda y cena la ejecución de presos iraníes mediante el sistema de la grúa. ¡Qué salvajismo! ¡Y su presidente aquí, tan campante! ¡Y fíjate, no le da la mano a la reina Sofía!, cuchichean en los cuatro puntos cardinales. Y es que son muchos los que están acostumbrados ya a la sofisticación. Otra cosa es Bush, que tiene sillas eléctricas. Nada que ver con esa cosa tan cutre de colgar al personal con la ayuda de una grúa. Eso sólo queda bien en las pelis del Oeste con Clint Eastwood, y cambiando la grúa por un árbol.
Y es que, al final, lo que no sale en la tele no existe. ¿Cuántas veces vimos esos dos aviones estrellarse contra las Torres Gemelas? ¿100? ¿200? ¿Cuántas veces hemos visto la imagen repetida a cámara lenta de la muerte de cualquiera del millón de niños que han perecido en el mundo desde el 11-S por culpa del hambre? No salen en la tele, luego no existen. Y quien no existe no puede morir. ¿O sí?
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