(Semana I después de ver "Ana y los siete")
Ser crítico con esta televisión de pandereta y pachanga eterna me resulta tan imprescindible como respirar. Pero este ejercicio de masoquismo es voluntario. Nadie me obliga a sentarme ante el televisor y sufrir. Bueno, miento, nadie me obligaba. No tiene uno bastante con la exposición diaria ante el aparato, que en el Metro de Madrid han florecido cientos de pantallas con la excusa de entretener a los viajeros, pero con la vista empresarial puesta en los beneficios que procura la publicidad.
Cientos de miles de viajeros deambulan como zombis en el suburbano madrileño. La tensión se palpa en el ambiente cada mañana. También la tensión, y un hedor espontáneo que puede amargarle a uno el viaje cuando menos se lo espera. "Esto no me lo olía yo", te dices. ¡Pero vaya si lo hueles!
Broncas a diario, empujones, pisotones, apretones, andenes repletos de nómadas aún medio dormidos. Colecciones de personajes de novela; amigos que ríen con un ejército de decibelios asaltando la solemnidad del viajero; caballeros que giran el cuello, emulando a la niña del exorcista ante el paso raudo y veloz de una joven con un pantalón ajustado; la chica que pasa rauda y veloz con un pantalón ajustado imitando en su caminar las convulsiones de la niña del exorcista; la niña del exorcista que se queda mirando a los caballeros que giran el cuello y a la joven del pantalón ajustado... Y, por si fuera poco, la tele. Una tele que escupe imágenes y ruido, mucho ruido. Las noticias llevan música y subtítulos; a veces, una voz en off, pero no se ve a periodistas en ninguna imagen. Puede que se trate de un ensayo. Lo próximo será recrear el rostro de un presentador, sí, un periodista virtual, como muchos de los contratos de los jóvenes redactores recién aterrizados en esta vorágine.
Una empresa filial del grupo Dragados se encarga del negocio. ¡Tele gratis!, se dirán algunos. Sí, como esos periódicos que te regalan a la entrada de algunas estaciones. ¿Periódicos? Hojas de anuncios con teletipos, más bien. Tele gratis, periódicos gratuitos. ¡Qué bello es vivir! ¡Qué gozada dejarse caer por el Metro! "Es uno de los mejores del mundo", se tiraba el moco Ruiz Gallardón recientemente. ¡Claro, como para ponerse a comprobarlo!
Al viajero se lo toma como un homo spectator. La empresa de las pantallas ingresará por esa posibilidad de que cada usuario escuche o mire esa pantalla traicionera que llama la atención con música chirriante.
Se acercan las Elecciones Municipales y Autonómicas. Veremos en la tele del Metro los rostros de esos seres que nos suplican nuestro voto mintiéndonos como bellacos, prometiéndonos deducciones, diversiones, subvenciones, inversiones...
Aristóteles dijo que el hombre era un animal político, pero la tele nos devuelve otra versión: el político es un animal. Para comprobarlo basta con asistir a la verbena de cualquier pleno del Congreso, donde neftalíes, pujaltes, calderas y demás especies de la fauna racional dan piruetas sin descanso con una dialéctica suburbana, como el Metro de Gallardón. Estos figurines de la política han logrado parecerse cada día más al Club de la comedia. 5 políticos.com. Y Labordeta sería ese espectador airado, que en el andén del Metro se encara con la pantalla, le da dos voces consiguiendo llamar la atención del resto de los viajeros.
Cámaras de seguridad, máquinas expendedoras de billetes, cajeros de bancos, pantallas de televisión con programaciones en bucles inmortales; Orwell recorriendo los túneles del tiempo en los túneles del Metro.
Y Labordeta sería ese espectador airado: ¡A la mierda, joder!
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