Concluye un año nefasto para las libertades, el Medio Ambiente, los derechos humanos, la paz... Vamos, un año más. Muere, de paso, un año televisivo. La pequeña pantalla ha sabido digerir sin sobresaltos el horrible y desolador panorama internacional, mostrando aún las imágenes de las Torres Gemelas como máximo exponente del desastre colectivo. La televisión ignora los procesos de destrucción humana emprendidos en diferentes países del mundo. En España un vertido descomunal no ha provocado más dimisión que la del ejecutante de un chascarrillo. Era la hora de Fraga, pero antes querrá dejarlo todo atado, bien atado. Así las cosas, la audiencia percibe mayoritariamente la maldad mediante dos o tres rostros convenientemente mostrados hasta la extenuación: Sadam, Osama...
Entre operaciones de triunfo y lanzamientos de penalti apenas hay espacio para indagar en el asqueroso empeño de George Bush en controlar la producción de petróleo de Irak o Venezuela. Los telediarios no inciden en los motivos que han provocado la bancarrota en Argentina. Sí, de vez en cuando nos colocan un reportaje con música de tango, imágenes a cámara lenta y cuatro lágrimas de los gauchos del siglo XXI, pero el silencio cómplice del cadáver del Cuatro Poder se reafirma con la ignorancia impuesta con talonarios. Entre la calamidad de esa serie bochornosa que se supone que concibió Ana Obregón, y el gran exterminador de neuronas ideado por Telecinco bajo el nombre de Gran Hermano, unos anuncios para que el ciclo vital del consumismo más insípido siga haciendo girar la ruleta de la fortuna. Es, sin duda, una ruleta rusa. Siempre hay alguien que sale perdiendo, y ése nunca más volverá a tener la cabeza en su sitio. El televisor es la gran fosa de excrementos de nuestra época, un lugar que desprende un hedor de corrupción, sadismo, antropofagia cultural y demencia capaz de sedar al espectador. Es la imagen de parte de la realidad, de nuestra realidad.
¿La televisión de todos? Y una m...
El bochorno que provocan las televisiones públicas mostrando productos difícilmente empeorables parece no inmutar a los garantes del buen gusto, ésos que se sientan en una elegante mesa para salvar las conciencias ajenas. ¿Alguien ha visto ese indescriptible engendro llamado Xanadú en Telemadrid? ¿Se puede caer más bajo? Bueno, sí, se nos viene a la cabeza Sardá, un elemento capaz de tapar la boca a diestro y siniestro con la rotundidad que confiere su legión de seguidores, todos capaces de reírle las gracias a cualquiera de los componentes de esa mesa redonda que desprende histrionismo y falta de escrúpulos. ¿Se puede permitir una cadena como Telemadrid mantener un programa como el de Terelu Campos? ¿Y qué me dicen de los sorteos del cupón de la ONCE con estupendas chicas para... alegrar la vista?
Como colofón a tanto servilismo mediático nos llega la programación especial de estas fechas con el inigualable humor de Los Morancos, quienes son capaces de provocar más de una indigestión con esas parodias tan estudiadas y trabajadas. Son mortalmente graciosos. Resulta difícil pelar un langostino mientras todo tu cuerpo mantiene un descomunal ajetreo provocado por una risa incontrolable. Tiene tanta gracia... Menuda pareja. ¿Todavía no se le ha ocurrido a nadie llevarlos al Congreso para amenizar esos minutos que se pierden entre votación y votación? ¿Y qué tal en el Parlamento vasco? Seguro que Mayor Oreja no volvería a llegar tarde.
Otra de risotadas. El adivino Anthony Blake. Sí, el lumbreras del año, adivinando el número del Gordo. Yo le daría otro galardón, pero vamos a terminar el año bien. Vamos que un menda sabe qué número va a tocar y no se deja la vida buscando pulgada a pulgada esos décimos. El numerito -el del susodicho ilusionista, no el puñetero 08103- ha levantado polémica. Le acusaron de utilizar un enano escondido en esa urna de la que sacaba el número premiado inmediatamente después de cantarse. Lo recalcitrante es el erre que erre imperturbable de este ser de poderes ilimitados (pues ya podía aprovechar sus poderes para no tener que currar, digo yo), de este Nostradamus del todo a cien -ahora todo a un euro, chupa de inflación-. Es que el tipo sigue empeñado en que tiene esos poderes mentales.
Una de las chorradas del año. Si quiere, yo le reto a que adivine cualquiera de los sorteos del próximo año, quinielas, cupones, primitivas, bingos y lo que sea. Pero diciéndolo y grabándolo, y dejándose de coñas, de urnas y de cámaras.
Por último, un dato: el discurso del Rey Juan Carlos lo vieron 8.219.000 espectadores, lo que significa que el 80% restante de sus súbditos estaba a otra cosa. Que cada cual saque sus conclusiones. Si es que pueden. Y si no, que llamen a Blake... o a Los Morancos.
Comentar