En la España doliente, la tierra con alma de arenas movedizas, se juega al parchís sobre un tablero de ajedrez. Aquí el listo somete al inteligente, el talento es pisoteado por la picardía, el tramposo le roba la cartera al ético, el domador le quita la red al trapecista y el hombre bala lloriquea en la consulta del psicoterapeuta porque la mujer barbuda los dejó a él y al circo para entrar en la casa de Gran Hermano.
En la España doliente el ególatra zancadillea al filántropo, el filántropo al inspector de Hacienda, el inspector de Hacienda al vecino del quinto, y el vecino del quinto le raya el coche al del tercero, que, naturalmente, tiene el seguro a terceros.
En la España doliente el mediocre pasa por intelectual, el bocachancla por periodista, el obtuso por poliédrico, el amoral por cultural, el beato por científico, el trilero por filósofo, el cariacontencido por circunspecto, el alto por pigmeo, el gnomo por pantagruélico, Orfeo por un querubín, Moby Dick por un salmón y el señor obispo por un boletus.
En la España doliente el plagiador vende libros, el que desafina lanza discos, el tonto no se repone de su tontuna pero le saca partido como en ningún otro sitio, el intestino somete al cerebro, el chisme a la verdad. En la España doliente, las mangas se dieron de sí por albergar demasiados ases, y las promesas no volverán porque se quedaron junto a las golondrinas.
En la España doliente el blanco es negro, el tenor soprano, la rabia vapor, la traición moneda, el amoral mecenas, el becario agricultor y el célibe un Tenorio.
En la España doliente nada duele... y así vestimos al santo.
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