Acabo de llegar a casa. He estado esta tarde en unos grandes almacenes, cuyo nombre no recuerdo. Son el templo del consumismo, de la satisfacción adquisitiva. La música de la megafonía decide hábilmente el ritmo de los transeúntes, soñadores de la compra. Los consumidores pululamos respondiendo a la arquitectura del marketing, del consumo más elemental.
Se supone que ese lugar es el punto de destino de los peregrinos, un santuario, el orgasmo del capitalismo. Comprar es un placer. Satisface varias necesidades. Nada más sencillo que elegir en ese bazar de ilusiones, en la auténtica caverna, lo mismo da de Platón que de Saramago. Caverna al fin y al cabo.
Cuando yo era un mocoso la caverna era distinta. El placer era otro, también. Hoy, ese placer se ha convertido en un castigo. Comprar en esa orgía de perfumes, sudores y nervios resulta dañino. Mucho más para la salud que para el bolsillo. Los compradores nos movemos mediante espamos, zarandeando los objetos, la mercancía, decolocándolo todo irrespetuosamente. Queremos probar todo, saborear, oler, escuchar... Incluso aquello que no está a nuestro alcance.
Hay nervios en el aparcamiento, se respira tensión en las escaleras mecánicas, supuramos descortesía en los probadores, derrochamos malos modos con los vendedores en ese intercambio de impulsos y dotes de relaciones humanas. Todo se ha convertido en un laberinto de irascibilidad y agresividad. Se acabó el placer de comprar; ha comenzado la guerra de la compra, el mercado como campo de batalla, de ensoñaciones, frustraciones, duelos, tensiones... La tienda es ya tierra de nadie, el paraíso del fuego cruzado. Hay que tener cuidado con las balas perdidas. Los dueños de ese gran comercio sólo tienen que rastrear tu historial de compras para conocerte más que tú mismo. Saben qué comes, qué te pones, qué regalas, qué cine te gusta, qué música adoras...
Yo acudía hoy a comprar, a satisfacer mis necesidades. Pero me he encontrado con una realidad contaminada. Cuando era un mocoso no pasaban estas cosas. El llamado comercio tradicional o pequeño comercio era distinto. Ya sólo somos números... perdidos en la caverna.
Comentarios
Tengo una amiga que trabaja en una tienda de ropa (comercio tradicional). Me ha comentado más de una vez que cada vez tenemos menos educación.
Ella le echa la culpa a los grandes almacenes.
Puede que sea así.
Escrito por: iturri.2006/03/19 21:07:6.071000 GMT+1
http://www.eibar.org/blogak/iturri
Hace unos años se me ocurrió caerme por un lugar de esos: aparte de comprar TODO, puedes pegarte la satisfacción de irte a un Mac Donalds a saborear una deliciosa hamburguesa de rata, o a cualquier otro "restaurante" de las docenas que suelen haber, casi todos de calidad (no digo de qué calidad). Además no hay centro comercial que se precie que no tenga sus multicines y en algunos hasta hacen conciertos y espectáculos infantiles. En verano hay aire acondicionado y puedes practicar deportes de riesgo como conducir esos infernales carritos cuyas ruedas hacen lo que ellas quieren.
En fin, una gozada, y además es fantástico porque has de ir casi obligatoriamente en vehículo privado, que para eso lo tenemos. E incluso puedes lavarlo allí.
Creo que tanto espíritu crítico no os deja reconocer las ventajas encantadoras de esta "delicia" llamada sociedad moderna.
Pues me parece que tenemos modelo de ese para rato. Ay, que bien!!
Escrito por: marieta.2006/03/20 06:48:59.067000 GMT+1