Dicen que el tiempo pone a cada uno en su lugar. A mí eso me parece una soberana estupidez. Se han erigido estatuas honrando a verdaderos capullos, mientras que seres excepcionalmente ejemplares se han paseado a menudo sin pena ni gloria por los olvidadizos páramos de la Historia. Ésta la escriben los vencedores. Y es así aquí, en las islas Fidji y en la China Popular. El FMI intenta estos días poner en su lugar a Rodrigo Rato, el ministro estrella –ahora estrellado- que parecía haber inventado la economía moderna. Algunos –pocos pero convencidos- veníamos insistiendo desde hace años en que la inoperancia de Rato se escondía detrás de la bonanza generalizada que vivió la economía europea coincidiendo con el periodo en que Aznar presidió el gobierno español. El ministro Rato llevaba –supuestamente- las riendas de la economía española. En realidad ésta cabalgaba sola, en un torneo de hípica en el que todos los caballos eran ganadores. Rato es el paradigma de político sobrevalorado. Y no digamos ya como empresario; donde ha puesto el ojo ha echado el cierre y dejado en la calle a miles de empleados. Rato fue durante años el niño mimado de Aznar y, hasta poco antes del colapso aznariano motivado por un subidón en sus niveles de egolatría, el elegido para suceder al mamporrero más famoso de George W. Bush. Pero el “superministro” de las finanzas le llevó la contraria al envanecido jefe de filas del partido cuando lo de la guerra de Irak, y papá Aznar se encoñó con Mariano. Las risas en el PSOE aún duran. A Rato nunca le tocó bailar con la más fea, porque él era el que llevaba el tocadiscos al guateque. Pero ahora resulta que el baile del amigo Rato era desacompasado y que el bailarín estelar le pisaba los pies a las chicas al ritmo de un bolero. Uno, que tiene amigos hasta en el infierno, ya había recibido puntuales informaciones de lo aburrido que decía estar Rato en su despacho de Washington. Otros me confesaban que cuando Rato dejase el FMI a éste no lo iba a conocer ni la madre que lo parió. Que en Cajamadrid vayan tomando nota. No es lo mismo ir en una barca como señorito dando órdenes a otros para que remen al compás del látigo, que remar solo y contracorriente. Seguro que a Rato, al más puro estilo de Remedios Amaya, se le caen unas lagrimillas mientras se lamenta diciendo “Ay, quién maneja mi barca, quién, que a la deriva me lleva, quién…”. Desde luego yo tengo muy claro que le voy a dar cero puntos.
2011/02/10 15:33:0.063000 GMT+1
La barca de Rato
Escrito por: Marat.2011/02/10 15:33:0.063000 GMT+1
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