Madrid, un día cualquiera de la era de los dinosaurios. Cuatro bomberos se juegan la vida subiendo hasta la planta 28 de lo que queda del edificio Windsor. La torre de oficinas de 36 plantas fue devorada por las llamas hace tan sólo unos días. Protegidos por un casco y la fortuna del azar comienzan a abrirse paso entre los restos mortales del otrora reluciente símbolo comercial de la capital de España. Se puede venir abajo en cualquier momento; si lo hace ahora, los cuatro bomberos morirán. Correr ese riesgo va incluido en su sueldo y ellos lo aceptan.
Es la gran paradoja del heroísmo. Es el heroísmo de la subsistencia. Hay que poner en riesgo la vida para sobrevivir. Alguien está escribiendo en renglones torcidos, sí. Los cuatro miembros del Cuerpo de Bomberos han salido de sus casas siendo conscientes de que podría ser la última vez que ven a sus familiares. No es demagogia, es una realidad como un rascacielos de grande. Se la juegan.
Paralelamente, a muy pocos kilómetros de ahí, se inaugura el nuevo Palacio de Deportes de Madrid. Sonrisas, engalanamiento, medidas especiales de seguridad... Felipe de Borbón y Leticia Ortiz han acudido al acto. Tampoco faltan a la cita Gallardón y Esperanza Aguirre. Se trata de otra supervivencia. Aquí el heroísmo reside en leyes universalmente aceptadas con distintos grados de resignación y vasallaje. Los guardaespaldas y los asesores de imagen también son buenos apagafuegos. Más bien, previenen los incendios.
La nueva instalación deportiva sufragada con el dinero de todos los madrileños viene a sustituir al viejo pabellón que murió también a causa de un incendio. El coste final de la obra ha superado en más de un 100% el presupuesto inicial. El Colegio de Arquitectos de Madrid recurrió en su día el proceso de adjudicación de las obras de construcción. Su decano dice que el edificio es "malo" y que las adjudicaciones "se realizaron a dedo". ¿Formará parte todo ello del espíritu olímpico? Ésta sería una buena pregunta para otro referéndum.
¿Está predestinada esta nueva instalación a la privatización? Se agolpan las incógnitas finitas. Su finitud reside en el acierto del diagnóstico. La especulación y el descaro llenan la vasija. Lo dice Myriam Fernández de Heredia, de Standard & Poor's, en el diario Expansión: "Si a la concesión de los Juegos Olímpicos se suma que el Ayuntamiento no toma medidas para recortar los gastos, los madrileños acabarán pagando más impuestos". Da igual, los madrileños le decimos a Gallardón: "Estamos preparados para ti". "El mundo está enfermo", dice un pensador envuelto en lágrimas que no se ven. "Será un enfermo imaginario", replica el señor de corbata que le hace sombra a los príncipes en la fiesta de apertura. Se retuerce para acercarse lo máximo a la realeza y luego sacar pecho en el club náutico. El muy imbécil echa mano de Molière, pensando aún que éste es un ciclista o un ex amante de Estefanía de Mónaco. Qué más da.
Los bomberos están en la planta 28. Constatan que el riesgo de derrumbe es alto. Tras una primera evaluación, bajan y salen de las ruinas con dirección a la tranquilidad. En breve, algunos de sus compañeros deberán ejercer de lazarillos para la Policía científica. Qué curioso, serán héroes anónimos. Sobre el contaminado cielo madrileño sobrevuelan las aves carroñeras. Se prepara una reyerta para ver quién paga el pato.
El populacho saca a relucir su gracejo. Al Windsor lo llaman el "pebetero olímpico" y a Gallardón se le arruga el gesto. En verano los madrileños se quedaron a oscuras por varios incendios en subestaciones eléctricas. En invierno, Madrid vive unas fallas que alumbran la noche. Es la hoguera de las vanidades. Son nuestros políticos, que nunca se cansan de jugar con fuego.
Comentar