Esta noche los jugadores de la selección italiana intentarán amargarle la vida a los aficionados alemanes al fútbol. La primera de las semifinales del campeonato del mundo enfrenta a dos clásicos de las fases finales. El espíritu combativo de ambas escuadras las convierte en asiduas en este tipo competiciones al más alto nivel. Es su mentalidad lo que les confiere ese papel de ganadores, de hombres competitivos aferrados a la lucha y a la victoria. Y, por supuesto, la ausencia de complejos también es importante.
Brasil protagonizará anuncios y saraos con el jogo bonito como lema, pero sus estrellas no fueron capaces de deshilachar un esquema táctico que les asfixió y acabó con el carnaval y la samba en el campo (también uno puede ser pedante; no solo de tiqui-taca vive el hombre). Y eso que aquí la prensa sensacionalista deportiva -o sea, la prensa deportiva- había jubilado a los franceses en un estúpido ejercicio de irreflexión y forofismo garrulo.
Ni italianos ni alemanes presumen de sus cualidades técnicas (lo que no significa que carezcan de ellas: ahí están Totti y Del Piero para complementarse con el rey de los bufidos Gatusso, un destroyer incansable). A los tifossi no les preocupa lo más mínimo que su equipo no mueva el balón como los ángeles, ni se crea un debate nacional sobre el esquema de juego; tienen su propia filosofía y tres estrellas en su camiseta, lo que se traduce en que son tricampeones del mundo (aunque en el 34, con Mussolini en el poder y disputando en casa aquel Mundial un árbitro se encargara de que los italianos le "robasen" el partido a los de la furia roja, que ya se sabe quiénes son).
Los alemanes no suelen jugar con compás ni tiralíneas, pero no se dan nunca por vencidos. En el ambiente que rodea a ambos equipos no hay espacio para el fatalismo ni para la tragedia. Y cualquier miembro de esas delegaciones ha sido vacunado contra la euforia ilógica al menos con tres meses de antelación a la disputa del primer partido. Ambas selecciones, cada una a su manera, constituyen un ejemplo a seguir. No se especula; se ejecuta. No se deja nada al azar.
Se dirá que unas veces la suerte, otras el árbitro; que si Italia gana en el último minuto y de penalti injusto… El etnocentrismo balompédico nos sigue pasando factura. Siempre tropezamos con la misma piedra. Para romper la supuesta maldición hay que cambiar de táctica, de estilo, de filosofía. En la Liga española el protagonismo lo acaparan los jugadores extranjeros. A los jóvenes no se les suelen ofrecer oportunidades. Y así nos luce el pelo. Luis le dijo un buen día a uno de sus jugadores : “Usted es mejor que el negro…”. Pero el negro está en semifinales, y el propio Luis peinándose las canas en casa, viendo al negro por la tele.
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