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2002/11/13 08:00:00 GMT+1

La casa de citas

La casa de Gran Hermano se ha convertido en una casa de citas. No, señores de la Productora, no es necesario que echen mano de un abogado. Les voy a aclarar el asunto. No hay prueba alguna de que en esa casa se presten servicios sexuales a cambio de dinero, así que queda descartada la referencia más maliciosa. Al decir casa de citas, lo que pretendo es señalar que en ese recinto, vigilado las veinticuatro horas del día por cámaras, están naciendo palabros antológicos y sentencias sublimes desde un punto de vista léxico-culinario. El habitáculo de Guadalix de la Sierra pasa por ser una auténtica churrería de frases y sentencias que forman ya parte de las jergas callejeras y se cuelan entre los diálogos de esta España pendiente ahora del embotellamiento de una nueva cosecha política. Así, un veterano de la guerra de Bosnia -que suena muy peliculero- parió aquello de "no lloréis, no lloréis; que me voy a casar con ella". Desde luego, como futurólogo el chico no tenía precio. No sólo no se casó con la señorita de la cita - de nuevo sin malicia-, sino que la parejita feliz ha acabado a hostias televisivas, que son las que menos duelen, porque van acompañadas de cheques.

Otro elemento, de porte torero, facha terrorífica y acento híbrido llegó hasta la casa dispuesto a convertirse en un Poli Díaz de bolsillo, pero con las trazas de un secundario salido de cualquier película de Ozores. El susodicho respondía al nombre de Carlos y se hizo famoso por su insaciabilidad chulesca. "Te doy dos yoyas", repitió una y otra vez hasta que el temor de los responsables del programa terminó por convencerles de que el amigo estaba mejor fuera del caserío que dentro. Aquí no se cumplió la máxima de los quesitos, y el director dijo "no me fío".

Pero volvamos con el soldadito de los Balcanes, siempre dispuesto a entremezclarse con los grandes del pensamiento universal. Sólo de una mente privilegiada, únicamente de un portento imaginativo pudo nacer esa compleja, honda y punzante reflexión que paralizó salas de alterne, kioscos de golosinas, plazas de abastos, refinerías, oficinas de correos, parlamentos y confesionarios: "Pero, ¿quién me pone la pierna encima para que no levante cabeza?"

Así podríamos seguir hasta dar con todo un diccionario de citas, pero no es mi intención. Si lo quieren, que se lo curren los de la Productora. Material hay de sobra. Aunque este año, a decir verdad, la creación de léxico anda algo más vaga. El nivel de los concursantes es más bajo. Priman los zapatos de tacón, ideales a la hora de andar por casa. Aún así, estos jóvenes emprendedores no cesan de recurrir a grandes citas de la historia. Una tal Sonia la ha emprendido contra Bertín Osborne, asegurando que el monstruo de las rancheras mantuvo con ella más de una cita. Y como la citología no se refiere al estudio de éstas, habrá que esperar a que algún becario, de esos que el PP dice que no trabajan, invente algo al uso. Una ciencia, por ejemplo.

"La noche me confunde", espetó el otro día uno de los feriantes de Gran Hermano, en referencia a un ataque convulsivo que sufrió junto a una compañera de concurso y que terminó en un beso muy húmedo. ¡Como que fue en plena piscina! El autor de la frase demostró no ser un cualquiera. No, no se contentó con atrapar la frase al vuelo y añadirla a la situación -todo un logro-, sino que tuvo el pudor y el mérito de apuntar la autoría de la cita. "Yo, como Dinio: la noche me confunde".

Así que hemos pasado de las citas de Sócrates a las de Carlos el macarrilla; del "Sólo sé que no sé nada" al "Te doy dos Yoyas". Descartes se ha ido al garete y se pulen su "Cogito ergo sum" sin reparo alguno. Para la televisión tiene mucho más valor el recital de Fran, un joven pacense que dejó huella en una edición anterior de Gran Hermano: "El toro mecánico no sé si es macho o hembra, tendremos que mirarle sus partes". Galileo, Copérnico, Einstein y otros dejan su lugar a un tipo como Íñigo, capaz de explayarse tranquilamente con nuevas teorías: "El átomo es indivisible. Yo he visto una luz". Jesulín se ha convertido en un referente de culto con su "En dos palabras: Im... presionante". Y así todo.

Nada mejor que recurrir a otra cita para aceptar la realidad. El genial Groucho Marx, con cierta vena socrática, lo dejó muy claro: "La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia".

Escrito por: Marat.2002/11/13 08:00:00 GMT+1
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2002/11/06 09:00:00 GMT+1

Muertos de segunda

No sé cuántos niños han perecido finalmente en ese pueblo italiano sacudido por un seísmo. Creo recordar que iban más de veinte cuando decidí indignado apagar el televisor harto de ver revolotear a los buitres. Así lo dejé, sin saber el número final y definitivo de críos desgraciados a quienes el temible dúo que forman la naturaleza y el irresponsable ser humano han enviado a la tumba.

El noventa por ciento de los informativos ha abierto con este asunto en los últimos días. ¿Lo habría hecho igual de tratarse de niños afganos, somalíes o mozambiqueños? ¡Al diablo, pues claro que no! Ésos son muertos de segunda. No nos resultan tan cercanos. Es como comparar en importancia al campeón de la liga de fútbol de Burundi con el campeón de Europa.

Todo vale, la desgraciada inocencia de unos niños sepultados dos veces en unas horas es un reclamo mayúsculo para calentar el morbo estéril de unos ojos que sólo devoran convencionalismos. Existe información basura de la misma forma que hay comida basura. Paramos unos instantes en la cadena de producción para llevarnos a la boca eso que llamamos fast food o comida rápida. Con la tele sucede tres cuartos de lo mismo: aparcamos por unos minutos nuestra indiferencia ante lo atroz para conmovernos con los guiones preestablecidos en un planeta que se devora a sí mismo.

Escrito por: Marat.2002/11/06 09:00:00 GMT+1
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2002/11/06 08:00:00 GMT+1

El señor de las gafas

Sí, el señor de las gafas. ¿No hay un señor de los anillos? Pues en la televisión española aparece un misterioso señor con lentes incorporadas que se ha convertido en una preocupación seria. En los últimos tiempos, los padres españoles con hijos pequeños deben afrontar un doble reto ante la innata e incansable curiosidad de sus retoños. Por un lado, explicar lo mejor posible sin caer en el hiperrealismo de dónde viene los niños. Por otro, descifrarles el enigma del señor de las gafas. Al primer escollo se suele responder echando mano de la cigüeña, argumento muy socorrido y que perdura hasta que algún adelantado del cole entra por sorpresa en la habitación de sus padres y constata in situ que de cigüeña nada. Pero la incógnita del hombre de las gafas es otro cantar. ¿Cómo explicarle cabalmente a un crío quién es ese señor, por qué actúa así, a qué obedece ese tic nervioso? Los niños viven con desconcierto sus apariciones televisivas. ¡Y no son pocas!

"¡Papá, ¿por qué hace esas cosas con las gafas ese señor? ¿Es qué no ve bien con ellas? Se va a hacer heridas en las sienes". La insistencia de los peques se hace insufrible. Convendría grabar con la ayuda de un vídeo el mayor número posible de imágenes en las que aparece ese hombre haciendo malabarismo con las gafas. Hay que estudiarlo a conciencia. Visionar, rebobinar, volver a visionar. Y así hasta la extenuación. Todo sea por hallar una respuesta.

Teorías hay muchas, pero ninguna científicamente probada. Además, tratándose de un político, la cosa se complica una barbaridad. Puede ser una simple maniobra estudiada y calculada para transmitir algo. Pero, ¿cómo comprender que alguien pueda ponerse y quitarse las gafas tantas veces en tan poco tiempo? ¿No será una especie de hipo vitalicio? ¿No estaremos frente a una promesa? ¿Quizá una penitencia? Sea lo que sea, se ha convertido en una verdadera cuestión metafísica. Los niños entienden que el presidente del Gobierno es un señor importante, comprenden que disfrute jugando al pádel y, quizá con algo más de dificultad, los más avezados lleguen a tragarse sin reparos que don José María lee a un tal Cernuda. Pero lo de las gafas... Ese manejo compulsivo, espasmódico y eléctrico... No, eso hay que explicárselo a los críos concienzudamente. A un niño no se le puede dar a leer a Umbral, quien el día después de que Aznar ganase las elecciones de 1996 escribía: «Aznar es directamente un baldado intelectual que se beneficia de la mala gestión del Gobierno. ¿Quién va a llevar España a partir de hoy? Un político acuñado y viejo, convertido en un comicastro de las palabras, y un eterno aprendiz, un mediocre. España, pues, sigue condenada a la cutreidad (...) Aznar está condenado a la sentencia de Oscar Wilde: "Un tonto jamás se repone de un éxito"». No, los niños no lo entenderían. Además, esto que comenta Umbral puede no resultar un motivo de peso para buscar el origen el tic del presidente.

Quizá pretenda dar la sensación de franqueza, pues algunos expertos en comunicación política están convencidos de que quitarse las gafas es una muestra de la franqueza del interlocutor. En ese caso, el señor de las gafas, Aznar, lo que quiere es dar la apariencia de actuar con franqueza. Sé que no suena bien, pero a fin de cuentas, lo que Aznar pretende es presentarse como franco. Y esto no se le puede explicar fácilmente ni a un niño ni a un adulto.

Escrito por: Marat.2002/11/06 08:00:00 GMT+1
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2002/10/30 08:00:00 GMT+1

Los huevos

Hace algunos días, una merodeadora de este rincón me sugirió que realizase una crítica "positiva" sobre algún programa que mereciese la pena. Vamos, que me invitó a no ser "tan negativo" como de costumbre. Y claro, eso es algo así como dejar propina en el banco: "Tenga, cóbrese el recibo y quédese la vuelta". Encontrar propuestas sugerentes en el actual panorama televisivo es poco menos que pedirle peras al olmo... o pelas a Del Olmo.

Cualquier atisbo de optimismo puede ser aniquilado instantáneamente por la aparición de Terelu Campos en la pantalla. Hija de mamá Campos -María Teresa- y continuadora impenitente de su obra, Terelu ha encontrado en Telemadrid un hueco donde dar rienda suelta a su presunta originalidad. El programa que presenta gira alrededor de una mesa compuesta por personajes sacados de una pesadilla wagneriana. Devaneos del corazón, escándalos folclóricos, coleccionistas de caspa, rumores, arqueología intelectual y gastronomía neuronal forman parte del habitual menú de contenidos de un engendro llamado "Con T de tarde". Con T también se escriben tostón, tortura, tarugo, tolondro, torpeza, tremebundo, tragedia, terror, trapatiesta, tarambana, tedio, tormento, tontedad, toxina , trastorno...

Un día de éstos daré más detalles de lo que se le puede llegar a pasar por la cabeza a un guionista televisivo acostumbrado al café de máquina. Sin ir más lejos, a algún ilustre pensador contemporáneo se le ha ocurrido montar un tinglado de casamientos a granel en Antena 3, cadena experta en la creación de máquinas del tiempo. Uno enciende el televisor y cree estar viviendo otra vez en 1950. El espacio lleva por título "Todo por amor" y Andoni Ferreño es el maestro de ceremonias. Una ristra de novias encapsuladas en vestidos blancos inician un desfile incesante de comicidad y meten a los novios en un embrollo de tres pares de narices. Compromisos de casamiento en directo. Había que ver la cara de algunos de ellos, tratando de averiguar si tal dosis de memez es tan sólo un aperitivo de lo que le espera tras el televisado sí. La cosa es así de surrealista. La idea original -con perdón- es de diván, valeriana y reposo absoluto, pero la pilla uno de esos amantes desazonados de la gomina y cree que va a ser la sensación de la temporada. Sensacional estupidez; eso sí está garantizado.

También andan de celebración mediática los socialistas. Los espacios informativos nos han vuelto a situar ante la chaqueta de pana de Felipe, indumentaria prototipo del mártir de Ferraz cuando estaba enfrascado en el socialismo y otras cosas raras de ese tipo. Junto a él, un individuo con gafas de pasta, patillas comuneras, peinado por soleares y hermano con despacho adosado a la chepa -lo que le dio bastante guerra, la cosa sea dicha-. Ahora, quien aparece al lado de Felipe es Zapatero. González y Zapatero. Zapatero y González. Con todos mis respetos, esa imagen del dúo socialista cogido de la mano tiene menos credibilidad que una película de los hermanos Calatrava en la sección oficial del Festival de Cannes. Y ya que hablamos de credibilidad, hay que apuntarse la frase de Zapatero, que dice que les va a quitar el poder a los poderosos. Será el cambio de raya -la del pelo-. Será la fiebre de estos días de exaltación socialista. ¿Cómo va hacerlo Zapatero, cuando son precisamente los poderosos los únicos que pueden permitirle a él acceder al poder? Manda huevos.

La huevería sigue creciendo. Pasamos del huevo de Colón a los huevos de Trillo y ahora a esos huevos de chocolate con sorpresa en su interior que se anuncian en televisión. El spot de los huevos sorpresa es de campeonato. La golosina parece otorgar a los niños una alegría inconmensurable por vivir, una justificación para levantarse cada mañana. Luego, el delirio llega cuando la madre, una vez que el peque se ha tragado el huevo, le monta la figurita sorpresa en miniatura (no más de dos centímetros de alta) y espeta: "Y luego jugamos juntos". ¡Jugar con una miniatura de dos centímetros! ¡Dos personas! Las caras de la madre y el niño parecen transportarles al paraíso el mismísimo día del Juicio Final.

Más de informativos y juicios finales: la visita de Jatami es un buen pretexto para colocarnos en desayuno, comida, merienda y cena la ejecución de presos iraníes mediante el sistema de la grúa. ¡Qué salvajismo! ¡Y su presidente aquí, tan campante! ¡Y fíjate, no le da la mano a la reina Sofía!, cuchichean en los cuatro puntos cardinales. Y es que son muchos los que están acostumbrados ya a la sofisticación. Otra cosa es Bush, que tiene sillas eléctricas. Nada que ver con esa cosa tan cutre de colgar al personal con la ayuda de una grúa. Eso sólo queda bien en las pelis del Oeste con Clint Eastwood, y cambiando la grúa por un árbol.

Y es que, al final, lo que no sale en la tele no existe. ¿Cuántas veces vimos esos dos aviones estrellarse contra las Torres Gemelas? ¿100? ¿200? ¿Cuántas veces hemos visto la imagen repetida a cámara lenta de la muerte de cualquiera del millón de niños que han perecido en el mundo desde el 11-S por culpa del hambre? No salen en la tele, luego no existen. Y quien no existe no puede morir. ¿O sí?

Escrito por: Marat.2002/10/30 08:00:00 GMT+1
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2002/10/23 08:00:00 GMT+2

El salmón de Cascos

Mientras un grupo de drogadictos trataba de hacerse entender ante una cámara de Línea 900 -uno de los mejores programas de la actual televisión-, el presidente Aznar celebraba con sus populares socios catalanes un sarao por todo lo alto al grito de "los populares gobernaremos Cataluña". Una Cataluña sin yonquis, será. De todas formas, feo detalle el del programita de marras. ¡A quién se le ocurre sacar a la luz las tinieblas de la España marginal! Si ésos deben ser cuatro gatos...o incluso hologramas. ¿Es que no ha quedado claro que los jóvenes españoles están representados a la perfección por el coro de serafines de Operación Triunfo?

Cambio de canal. Álvarez Cascos dice que la vivienda se encarece porque la economía de los españoles va bien y es buen síntoma eso de que se pueda pagar más por una casa. Esto ya nos sumerge en otro tipo de marginalidad, es un trance, una erupción neuronal, chispas, sombras, delirios, sueños. La tasa de natalidad sigue agonizando con una jeringuilla colgando del brazo, mientras el ahorro familiar yace en mitad del descampado por un chute traicionero. Falla la política del suelo; no sirve la metadona. Las granjas de desintoxicación de Fomento son viviendas de protección oficial: diez mil bolas entran en el bombo, pero sólo 35 salen, sólo 35 agraciados, los elegidos. La burbuja inmobiliaria morirá de sobredosis, pero para entonces los jóvenes españoles se habrán endeudado hasta las orejas, arriesgándose a tener siquiera un hijo y suspirando, temblando a cada espasmo del Euribor. Este descaro popular, auténtica viruela para la España del Gran Hermano, ya se veía venir en forma de acné juvenil e inocente, pero no, pronto algunas ovejas negras se dieron cuenta de que se trataba de todo un grano que crecía sin remedio en las posaderas. Y mientras se venden ratoneras a precio de palacetes, Cascos pesca salmones para ahumarlos con el desaliento de los hipotecados.

El volumen de los noticiarios oficiales leales sube para ocultar los ecos de opiniones no consentidas. Suenan sin cesar esos medios gubernamentales; se leen esas contraportadas, otrora placenteras, convertidas con los días en escribanías del dictado. Es ese rasgo hierático del escriba sentado el que va consolidándose en la tribu periodística, devorando al informador, que rema como un Ben-Hur sudoroso para que la España que va bien llegue a buen puerto.

Nos dan fútbol, corazón, bigotes sonrientes, canonizaciones de plusmarca, debates sin debate, planos fijos de los acaudillados promotores del desaguisado, malos malísimos con la txapela y voces roncas en off, y un continuo desfile de fuerzas armadas del periodismo de galones y pagas extras. El fondo de reptiles es una caja de cerillas comparado con el panorama que asola demasiadas redacciones y demasiados alientos.

Y entre engaño y engaño, mentiras. Fulanito desayuna todas las mañanas "Z", sí, riquísimo y muy nutritivo. Y ahí nos ganan: acudimos en masa a los supermercados para alimentarnos con esos mismos cereales; para oler igual que ese deportista; para vestir la misma ropa que esa actriz; para escapar de la esclavitud de las ideas y de las deudas.

Los zumbidos de las doctrinas repetidas hasta la saciedad nos dejan atontados a una gran mayoría. Sentados frente al televisor, nos da igual ver un desfile de ropa interior, a Bertín Osborne cantando rancheras o a una pareja casándose en vivo y en directo con un regidor invitando al público a aplaudir y lanzar arroz. Pronto algún productor de esos granos patrocinará el intercambio de anillos en una sinfonía de surrealismo a las tres delicias.

La hipnosis colectiva es un reto para los aprendices de Goebbels, empeñados en dibujar un cuento de hadas en plena trinchera. Convierten las multitudes en grupúsculos insurrectos; multiplican los panes y los peces cuando más conviene; redecoran la vida de una ministra piadosa en un santiamén; asesoran a precio de oro; travisten los pensamientos; dicen digo donde decían Diego; lavan más blanco; desprestigian a los intelectuales independientes desoyendo sus discursos y evitando reproducirlos ante la audiencia acuosa, que como el líquido elemento se queda sin color, olor ni sabor.

Un zapeo vertiginoso antes de dormir: la vivienda sigue subiendo a ritmo vertiginoso, dice el presentador de un popular noticiario. Pero poco les importa eso a los yonquis. Para ellos la muerte es su impagable hipoteca. ¡Qué paradoja: mueren con el interés más bajo!

Escrito por: Marat.2002/10/23 08:00:00 GMT+2
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2002/10/16 08:00:00 GMT+2

Monólogo de una pesadilla catódica y socrática

No sé situar Bali en el mapa, pero sé que Antonio David Flores y Rociito tuvieron dos hijos en su matrimonio fallido.

Desconozco la esperanza de vida de un afgano, pero sé que La Cantora es el restaurante de la Pantoja, que esta semana sale en top less en el Interviú.

Ignoro cómo se llama la ministra de Ciencias y cosas de ésas, pero conozco al dedillo la lista de ex novios de Carmina Ordóñez.

No podría citar los últimos cinco Borbones que han reinado en España, pero puedo dar detalles de las amiguitas del príncipe Felipe.

No estoy enterado del número de parados que hay en España; sí sé, sin embargo, qué menú dieron Fefé y Nuria en su boda.

No tengo ni idea de cómo va el asunto Gescartera, pero pondría la mano en el fuego a que acierto cuánto ha entrado en la cartera de Jesulín por su última exclusiva.

No recuerdo el nombre de ese pescador al que se tragó el mar el pasado fin de semana, pero sé cómo se llama el ex de Mar Flores.

No tengo ni la más remota idea de quién fue Quintana, pero sí sé que Ana Rosa tiene un programa muy bonito por las tardes en Antena 3.

No he tenido la oportunidad de leer la «Lolita» del nosecuántos Nabokov, pero tengo en casa el último CD de la hija mayor de Lola Flores.

No sé qué está pasando en Belén, pero sé dónde ha veraneado la ex de Jesulín, la madre de su hija.

Desconozco qué es eso de la crisis de los misiles, de la que se habla ahora tanto, pero me sé de al menos cinco famosas que han encontrado en los cubanos buenas armas.

No sé qué provincias limitan con León, pero tengo claro que el de la Estefanía de Mónaco es domador de leones.

No sabría decir cuáles son las tres obras más destacadas de Ricardo Bofill, pero sé que tiene un hijo que está arrejuntao con la Paulina Rubio.

No conozco ninguna obra de ese tal Cabrera Infante, pero sí puedo asegurar que Dinio y sus hermanos no son tres tristes tigres.

No he visto nunca obras de Maruja Mallo, pero sí tengo en casa películas de Marujita Díaz, dedicadas por ella y por el Parada, que los vi un día a la salida del teatro.

No sé si la tal Curie fue una bailarina o una madame de alterne en París, pero sí sé que al curita Apeles se le atribuye una relación con Yola Berrocal.

No sé cuál es la moneda de Filipinas, pero acertaría a decir los nombres de los hijos de la Preysler. De todos sus matrimonios, que conste.

No sé cómo se llamaban las mujeres de Stalin, Churchill o Roosevelt; ni siquiera sé si se casaron, pero sí estoy seguro de que Milene, Mamen y Arancha de Benito son las esposas de Ronaldo, Raúl y Guti. Y podría seguir, eh.

No sé de dónde era un tal Séneca, pero sí sé que Vicky Martín Berrocal estuvo casada con el Cordobés.

Ignoro quién fue ese Ortega y no se qué de las masas, pero sí he seguido de cerca la vida de el torero que está muy enamorado de Rocío Jurado.

No sé nada acerca de Julio César, pero sí sé que Julio Iglesias llegó, vio y venció.

No sé quién fue la última zarina, pero sé que a Carmen Janeiro se la conoce como la Jesulina.

No tengo ni idea de quién fue Mata Hari, pero sí sé que Mette Marit es la esposa de Haakon de Noruega.

No estoy al corriente de las disputas entre India y Pakistán por esas tierras donde se hacen esos jerséis tan famosos, pero sí sé las que se gastan Carmen Sevilla y Karmele.

No sé cuántos niños iraquíes han muerto desde la guerra del Golfo, pero sé que Bush tiene una sobrina modelo muy guapa.

No puedo recitar ningún verso de Cernuda o Lorca, pero el otro día Boris Izaguirre soltó un pareado muy gracioso en Crónicas Marcianas, y se me ha quedado en la cabeza. Qué cosa.

No sé cuánto dinero deben los partidos políticos españoles, pero sé perfectamente a cuánto asciende la deuda de Concha Velasco.

¿Un yugoslavo llamado Tito? No me suena, pero de por ahí es el ex marido de Norma Duval.

No sé por qué, pero tengo la certeza de que sólo sé que no sé nada.

Escrito por: Marat.2002/10/16 08:00:00 GMT+2
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2002/10/09 08:00:00 GMT+2

El triunfo de los perdedores

No hay quirófano por medio, pero estamos ante una operación. Son pocos los que ganan y muchos los que pierden, pero aun así se habla de triunfo. O. T. es un programa alimentado en esta segunda edición por el calor de los hacedores de dinero. Productores, promotores y rapaces de las casas discográficas se frotan las manos emitiendo tanta energía, que Bush podría pensar que en la Academia están desarrollando armas de destrucción masiva. La realidad es otra: O. T. es un concurso de puertas afuera y una enorme máquina de hacer dinero de puertas adentro. ¿O es al revés? Sea como sea, la música es la excusa, los ilusionados aspirantes a cantarines constituyen únicamente los medios que utilizan los ventrílocuos para engatusar a una audiencia disciplinada que obedece a los anunciantes, compra los discos que "hay que comprar", ve los programas que "hay que ver" y habla día tras día de lo que "hay que hablar".

Desde hace algunos meses, los hilos musicales de las tiendas de cualquier rincón de España despiden un tufillo a Operación Triunfo que está dejando en pañales el poder de convicción de las mofetas. La primera edición de esta operación mercadotécnica se saldó con muchos millones de discos vendidos y cientos de conciertos organizados en capitales y aldeas de la España más profunda. Galas preparadas a toda leche, antes de que los jóvenes filones perdieran la energía o la voz. La receta resulta sencilla: chicos humildes dispuestos a hacer lo que les manden; preparados para cambiar su imagen, su corte de pelo, sus gestos; listos para instalarse en la montaña rusa de las apariencias y los engaños estéticos; convencidos de la necesidad de vivir una temporada en las máquinas de rayos uva y en las salas de maquillaje. Y finalmente, un disco, su culto al ser divino en forma de CD. Después, a especializarse en el ejercicio del playback.

Los cástings de Operación Triunfo movilizan a miles de reservistas de la esperanza, a miles de jóvenes que desean abandonar sus tediosos puestos de trabajo y recibir el bautismo de fuego en los escenarios de los programas de José Luis Moreno, un San Juan Bautista con varias voces y un carácter mucho más pragmático, convertido además ya en su propio Rockefeller. Lo cierto es que debe haber muy pocas experiencias comparables a coronar el Everest o compartir escenario con Juanito Borromeo y Manolito Royo -ambos fijos en el cartel del Moreno-; ambas proezas son paradigmas de la capacidad de sacrificio del ser humano. También se requiere una cierta destreza para superar las pruebas de selección del programa (de éste y de todos los espacios unidos en parentesco, como por ejemplo, Pop Stars, emitido por Telecinco) aunque a la hora de la verdad los gordos y los feos lo llevan crudo, no tiene posibilidades. Eso sí, siempre cuelan a uno para disimular, y el año pasado el desfile por el laberinto de espejos les salió caro porque el público se encariñó con Rosa, una joven "rellenita granaína" que tenía un torrente en la voz, que se han encargado de secar rápidamente este verano. Rosa perdió 20 kilos en un tiempo récord para adaptarse a las necesidades del guión. Varias horas de entrenamiento físico al día y la recomendación de una dieta baja en calorías convirtieron a la robusta andaluza en una cantante más apropiada desde el punto de vista estético oficial. Resulta curioso comprobar cómo se les exige a los concursantes saber bailar para entrar en la Academia, como si Sinatra, Streisand, Springsteen, Bono o Julio Iglesias se hubieran hecho famosos con El Lago de los Cisnes. Vamos, que a Bertín Osborne y a Perales los hubieran echado a gorrazos del cásting. ¿También les hubieran pedido lo mismo a Stevie Wonder y José Feliciano? Allá ellos, que escojan, seleccionen, promocionen y vendan a quienes ellos mismos quieran, pero que no eleven sus diatribas a la categoría de discurso moral, que no cuela.

Se suele decir, fundamentalmente para evitar una reflexión mayor, que el Público siempre tiene razón. Bueno, pues niego la mayor. Primero, debería definirse a qué se refieren cuando apelan al Público, qué demonios es eso del Público. Después, sería necesario valorar y analizar si tal Público es una masa homogénea con una única voz. Si hay más de una, ¿habrá que hacer caso entonces a aquéllos que más se hacen oír? Y hablando de público y razones, a este viejo aficionado a los baños le gustaría saber el motivo por el que los espectadores que acuden al plató de Operación Triunfo han tomado como una obligación, como dogma o como costumbre incuestionable ese ejercicio consistente en corear los nombres del presentador del programa (Caaaaaaaaaaaarlooooooooooooooss, Caaaaaaaaarrloooooooooooooos); de la directora de las Academia (Niiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiinaaaaaaaaaaaaaaaaaaa, Niiiiiiiiiiiiiiiiiinaaaaaaaaaaaaaaa); de los miembros del jurado (Taaaabaaresssssssssss, Taaaabaaaaaareeesssss); y hasta de la azafata que lleva el sobre con los nombres de los expulsados (Mooooooooooonicccccccaaaaaaaaaaaaa, Mooooooooooniiiiiiicaaaaaaaaa). ¿Para cuándo esa solidaridad con el regidor y los ayudantes de Producción? ¿Cuándo se terminará con el anonimato del guarda jurado y de la señora del guardarropas? ¿Acaso no tienen derecho éstos a su minuto de gloria en esta caja rematada y perdidamente tonta? No acierto a comprender, metafísica al margen, ese éxtasis colectivo, esa adoración gratuita y bondadosa por los becerros de oro sin quilates, ese ronroneo incesante, esas salvas interminables de aplausos, esos festejos, esas orgías, ese jolgorio... No lo consigo.

Los máximos responsables de la producción del programa son dos ex miembros del gran grupo La Trinca, autores de las más bellas canciones que jamás se hayan escrito en el siglo XX. Este hecho puede ayudar, y mucho, a la tarea educadora de los profesores de la Academia. Atiborrados a ideas y billetes, vestidos de dinero y rodeados por una fortuna que no cesa de crecer días tras días, los catalanes de La Trinca podrán comentar con los estudiantes muchos aspectos filosóficos y musicales acerca de aquella canción, convertida en gran éxito en España, que versaba sobre el bidé - ya ven que no fueron de culo-. Parece claro que el utensilio de procedencia gala tiene una utilidad conocida por todos. Quizá lo que no vendría mal sería encontrar otro espacio en el que lavar las conciencias sin que a uno se le bajase la sangre a la cabeza. Yo llevo más de 200 años en remojo y aún no lo he logrado; me harían un gran favor. Los de La Trinca han trincado un tesoro que ni Stevenson hubiera podido imaginar. El ron ha sido sustituido por gaseosa, y los piratas ya no llevan parche en esta cultura audiovisual que uniformiza las conciencias. Todo es fruto de la imaginación, de la inventiva de los hombres de negocio que piensan en nuevas fórmulas para seguir llenando sus bolsillos. Ésa es la verdadera operación triunfo. Los perdedores seguirán coreando nombres mientras los focos que les iluminan se alimentan del calor generado por unas manos que se frotan. Por cierto, ¿no hay nadie dispuesto a canonizar a un crítico de televisión? Milagros no hacemos, pero alertamos de los peligros aun a costa de nuestra salud. ¿Acaso no es esto salvar almas?

Escrito por: Marat.2002/10/09 08:00:00 GMT+2
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2002/10/02 08:00:00 GMT+2

Gran Hermana

Debería llamarse Gran Hermana, aunque fuera sólo por el tremendo esfuerzo que lleva a cabo Mercedes Milá tratando de erigirse en protagonista, en estrella, en el centro de la atención, en el principal reclamo de este concurso que convirtió un buen día el televisor de los españoles en el ojo de una cerradura. Los millones de telespectadores que se han asomado a él desde entonces han establecido un hábito estudiado a conciencia por sociólogos, psicólogos, astrólogos de postín y dermatólogos, pues un sarpullido puede considerarse un espectáculo basado en la irritabilidad de lo intrascendente. El gremio de los participantes en esta feria de vanidades banales es amplio y está formado por toda suerte de librepensadores. Telecinco reunió el pasado domingo a varios de ellos para promocionar la cuarta edición, con la excusa de repasar las mejores jugadas de las tres anteriores. Fue una moviola semicircense, dirigida con la habitual carga de histrionismo que aporta la superstar Milá. Completando el reparto, un psicólogo al cargo de la selección de las fieras, perdón, de los participantes; un hijo de Gustavo Bueno, anunciado a petición propia como Ghermanólogo; y un par de presentadores de la casa, por si a la Milá le faltaba el aliento -algo tan difícil como comprender la obra de Álvarez del Manzano en el Ayuntamiento de Madrid-. El cóctel resultante no pasó de ser un garrafón de esos que dejan huella en forma de cefalea. En plena noria de la mezcolanza uno de los concursantes de una edición anterior, prototipo del hombre bonachón, áspero, decía: "Yo nací libre y moriré libre". Monsieur Bueno masculló: "Hombre, eso es un tanto metafísico", a lo que el concursante respondió: "Ni metafísico, ni hostias". Fue, sin duda, un ejercicio de sencillez dogmática y equilibrio sincero; no eran horas para la metafísica. El prime time es otra cosa, eso lo entiende a la perfección Isabel Gemio, que a esa misma hora nos presentaba en Antena 3 a una abuela y a una nieta en un plató muy parecido al de Encuentros en la Tercera Fase; al menos yo me sentía como si estuviera contemplando seres de otro planeta. Pero sigamos en Telecinco, en su Gran Hermano, en esa dinámica sencilla y conocida ya por una gran mayoría: 10 individuos se meten en una casa a verlas venir, sin contacto con el exterior y con el fin de alcanzar los millones del premio final, con un reglamento menos exigente que el libro de estilo de La Razón y con decenas de cámaras persiguiendo hasta sus bostezos. Los héroes, vamos, los concursantes, se nominan entre ellos creando camarillas y grupos de interés en los que hay más transfuguismo que en el lodazal de la política. Después, el público decide a quién echar de la casa, enviando mensajes a través del móvil o llamando a un 906, el negocio del presente, muy sexy, muy rentable. Los primeros concursantes acudieron al experimento en busca del botín, en busca de la bolsa del dinero, pero la cosa ha cambiado. Ahora los muchachos se pirran por darse a conocer, pierden el trasero por convertirse en objetos de culto y consumo. Desnudos en Interviú, broncas de granja a las que eufemísticamente se denomina tertulias y colaboraciones especiales en distintos medios les garantizan una buena recaudación y alguna que otra visita a la Factoría Sardá. Vigilados por un ejército de cámaras, los concursantes deben aprender a comportarse con naturalidad aun a sabiendas de que un zoom puede mostrar sus amígdalas en cualquier momento. La maestra de ceremonias, la sempiterna y radiante señora Milá, es también su guía espiritual, su profesora de destreza corporal. Sus clases incluyen un vademécum de gestos y aspavientos, preguntas a los cámaras, al regidor, al niño de los bocadillos y a los telespectadores, pues parece que es a ellos a quienes les pregunta eso de ¿vamos a publi, o qué? Eso o que la pillan peinándose cada dos por tres, en una muestra palpable de que la industria de la laca está en declive, pues ya ni siquiera las presentadoras de televisión la usan (siempre les quedará Pitita Ridruejo). En algún momento del programa se habló de la profesionalización de los concursantes. Fue éste uno de los puntos clave de la noche, independientemente de que Milá, más pendiente del guión, no le concediera la menor importancia. Importante porque indica que hay miles de jóvenes españoles dispuestos a meterse en una casa en busca de popularidad, en busca de reconocimiento; porque indica que hay miles de jóvenes españoles preparados para dejar sus trabajos, sus estudios o sus penas para compartir alcoba, presupuesto y desayuno con otros nueve extraños. Quieren ser profesionales, pretenden robarle el plano a Mercedes Milá, algo tan complicado como leerle en los labios un discurso a Aznar. Estos presuntos profesionales quieren formar parte de la cultura televisiva, sueñan con ser entrevistados por María Teresa Campos, y para ello tiene que cumplir con una máxima: ser polémicos. Premio extra lleva además el amorío desenfrenado con otro habitante de la casa, eso son ya palabras mayores, un derecho a montar el show en directo en Crónicas Marcianas. Así las cosas, a veces, uno tiene la impresión de que el ochenta por ciento de la población sabe quién es Javito -el último ganador- y de que al menos un 25 por ciento se ha gastado los duros votando en esa ruleta de pasiones herzianas. Porcentajes mucho más altos de los que se obtendrían al comprobar la popularidad del líder (¿?) de Izquierda Unida, Gaspar Llamazares. Aunque, bien pensado, ¿se imaginan a Zaplana, Fraga, Esperanza Aguirre, Pujol, Caldera, Mayor Oreja, Cristina Almeida, Arenas, Ibarretxe y Llamazares en una casa encerrados durante tres meses? ¿Canibalismo en Gran Hermano? ¿Le hace falta a la política española un Gran Hermano? Una pena que no les pueda decir eso de que no me respondan ahora, sino tras la publicidad. En fin, que en apenas una semana, diez nuevos concursantes entrarán en La Casa dispuestos a iniciar una nueva carrera de resistencia. Les aguarda la ingeniería televisiva, la fábrica ideal de bodrios y muñecos deformes, la gran mentira embadurnada de azúcar para endulzar el futuro amargo de estas criaturas. Cuando sus intrascendentes vivencias ya no interesen, los genios pensantes de la televisión no tendrán más que cambiar la cerradura.

Escrito por: Marat.2002/10/02 08:00:00 GMT+2
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2002/09/25 08:00:00 GMT+2

Eternamente dormida

En el colmo de la contradicción, he decidido poner un televisor aquí, junto a esta bañera en la que paso buena parte del día esperando a Charlotte Corday, que llega con algún siglo de retraso, como las promesas electorales de los centristas de turno. Bien visto, pocos sitios mejores para tener una tele; la distancia al retrete es menor y, visto lo visto, a veces, esto resulta fundamental.

¿Que qué hace un tipo como Marat viendo programas de televisión? Déjenme que me explique: masoquismo. Pero no es preocupante, hay a quien le da por poner a Ana de Palacio como ministra de Exteriores; hay quien le confía a Camacho el pregón de unas fiestas; otros optan por convertir en líder a Zapatero; no son pocos los que compran los libros de Ramoncín con la intención de leerlos...

Lo verdaderamente peligroso, lo preocupante es no saber apagar a tiempo el televisor. Uno corre el riesgo de presenciar espectáculos tan lamentables como insufribles.

Uno de los mejores exponentes, quizá el paradigma del bodrio fenomenológico catódico, es el engendro televisivo llamado Crónicas Marcianas (Telecinco). Poco tiene de crónicas, y menos de marcianas, salvo que imaginemos Marte como un sarao de espabilaos impenitentes, engominados del todo a cien, aves parlantes que pierden las plumas, octavos pasajeros y otras especies de un folclore repleto de hongos y caspa.

El padre de la criatura es Javier Sardá, un malabarista capaz de manejar con absoluta precisión decenas de escabrosos temas y argumentos en el centro de la pista mientras un redoble marca la cadencia. Suyas son muchas de las ideas que desembocan en escándalos pactados; suyos los guiones "ejecutados" por actores de ketchup y mostaza o tertulianos del aspaviento y del exorcismo; suyos los momentos estelares de desnudos integrales e integristas; y suyos los personajes creados a golpe de talonario y exceso de arcadas.

El éxito de la obra, en minúscula, es mayúsculo. Los anunciantes aporrean la ventanilla y forman largas colas a la espera de poder ofrecer sus productos a la audiencia. El negocio consiste en ser intermediarios, y atraer al rebaño para, a continuación, esquilarlo sin mayores problemas de conciencia. Y si hay una oveja descarriada, que le den dos duros, mañana un desnudo integral y multiplicamos los panes, los peces, los ingresos, y hasta España va bien, si hace falta.

Esta nueva temporada de Crónicas Marcianas da comienzo con todo el esplendor de los grandes episodios de la pantalla: provocación, insultos y desnudos, que a fuerza de vistos y previstos, van a terminar por resultarnos tan familiares como el de la Maja de Goya. Nada nuevo ni inesperado. Un Boris ejerciendo de histriónico, de hábil manipulador de sonrisas, de marioneta viviente que desecha los hilos y se mueve a su antojo hasta que el patrón lo llama al orden. Un Coto Matamoros de voz y facha ronca, gesticulante hasta la extenuación, vocero incansable, una especie de escáner infalible capaz de leer bit a bit el mapa de las intenciones de su jefe; sabe cuando levantarse y sabe cuándo debe sentarse. Un Enrique del Pozo, que harto de repasar la tabla del cinco y de aguantar los pareados añadidos a tal suerte, se enfrenta a todo bicho viviente en una granja cuya única rebelión pasa por que cada cual pueda cacarear más alto que el prójimo. Un par de emuladores de Kramer contra Kramer, pero en versión manga y con viñetas que provocan el estreñimiento intelectual. Son los productos refinados de un Gran Hermano que sigue exprimiendo la popularidad aun a costa de que el zumo resultante carezca de dignidad alguna. Y así, una epidemia de gladiadores que se pirran por caer en el foso de Sardá, que alimenta a los luchadores, en lugar de echarlos a los leones.. Los personajes cambian, pero todos están hechos de la misma madera, son obra del mismo Gepetto. Llega el ex de la Rociito, ex también de la Benemérita, y ahora edulcorado orador, presto y dispuesto para hace sonar el cencerro. Sardá sabe como pocos lo que hay que hacer para mantener a la audiencia satisfecha, se ríe de su sombra, consciente de que mientras el dinero entre en Caja, no le pondrán ningún reparo. Maquiavelo, primo hermano de Bradbury, pues el fin justifica los medios en esta villa marciana, donde los hombres no son animales políticos, sino que deambulan entre las sombras convertidos en animales espectadores. Hobbes, primo hermano de Maquiavelo y Bradbury, pues aúlla el espectador, que es un lobo para el espectador. Después de todo, dirán que el público tiene lo que pide. Después de todo, la alfombra roja ha sido ya extendida para que pase el hombre que lidera la franja horaria de la televisión nocturna en España, el hombre que mantiene despierta a la España eternamente dormida. Y era de eso de lo que se trataba, ¿no?

Escrito por: Marat.2002/09/25 08:00:00 GMT+2
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