2004/11/16 08:00:00 GMT+1
Un buen día me levanté triste. No, no era la tristeza de siempre. Llevaba tiempo sin escribir, sin reunir en un papel mis penas, sin dar rienda suelta a mis propias controversias, a los asuntos que me preocupaban o a los que me hacían gozar. Mi pluma favorita se estaba oxidando. Agonizaba más bien, lejos de la mirada ajena, extasiada en su singular degeneración e inutilidad. Un papel blanco es la constatación máxima del fracaso, un monumento gigante al silencio del ánimo incomprendido.
Aquel día le dije a Javier Ortiz que me gustaría colaborar semanalmente en su página web. No sé si Javier había sentido antes lo que yo sentía en esos momentos, pero sé que él me comprendió. Abrió la puerta, encendió la luz, me invitó a sentarme y me prestó papel. No nos conocíamos demasiado, pero habíamos compartido una larga travesía en una singular patera con otros inconformistas. Total, un resentido social se encontraba con otro resentido social.
Se me ocurrió entonces lo de la crítica televisiva porque siempre había considerado que la televisión era el mejor exponente del mundo de las superficialidades y las sombras chinescas de la vida, el recoveco donde se escondía estirada y presuntuosa la dama de la doble moral, el escenario donde fluían los perversos poderes que se empeñaban en coartar nuestra libertad para soñar. La televisión era y es, ciertamente, ese escenario en el que se representa el drama de la vida, el precipicio infinito al que se asoman los hombres desorientados.
Muchos hombres lloran cada noche, tratando de pasar desapercibidos, intentando que sus hijos no se despierten, que no escuchen sus sollozos en el silencio de la noche. Ese día en el que las lágrimas imponen su tiranía, todos esos hombres saben que han perdido una nueva batalla, se dan cuenta de que el enemigo avanza irremisiblemente hasta la propia conciencia, hasta el corazón mismo. Las lágrimas crean un río por el que fluyen las esperanzas, los sueños incumplidos, los objetivos de la adolescencia, los deseos de juventud y la misma voluntad vital. El río se vuelve salvaje y las corrientes terminan por llevar a los hombres en largas alucinaciones hasta una catarata donde se hacen añicos los años de esfuerzo, las verdades, los desengaños, las promesas, las conquistas. Cuando lloro en medio de la noche no espero que nadie venga a secar mis lágrimas, sólo espero que aún no haya llegado el día en que daré el gran salto precipitado por el agua rugiente. Mantenerme a flote me parece ya bastante. La vida, en fin, fluye como un río, a veces de lava.
Resulta insultante que hoy alguien se gaste 6 millones de euros en celebrar su boda mientras sólo han de transcurrir 70 días para que 6 millones de personas mueran a causa del hambre. Es toda una paradoja del fracaso de nuestro sistema. El capitalismo es el hijo único, el niño consentido, maleducado, impertinente y caprichoso que nos da una patada en la pantorrilla sin que podamos regañarle. Nos ahoga, nos empuja hacia un estilo de vida en el que pensar distinto es peligroso, un riesgo. La televisión es un medio ideal para el control de las mentes. En la televisión tienen su butaca preferente los mandamases del capital y los embusteros del escaño, fieles servidores, sosegados escuderos prestos siempre para acompañar al hidalgo señor de los graves y oscuros intereses.
Enciendo el televisor y soy absorbido de inmediato irremediablemente por un sistema que me ciega. Uno puede luchar contra sus miedos; quizá logre aliviar su desasosiego, pero es inútil luchar contra el sistema. Nada puede contra una fuente absoluta de energía centrípeta. El sistema es un dogma impuesto a fuego, cimentado sobre muertes y torturas. El sistema no conoce alternativas. Entonces, pese a esta evidencia, ¿por qué aún aparecen células díscolas que merodean entre sus iguales tratando de convencerles de que es posible otro orden de cosas, otro mundo, otra vida, otro sistema? Sencillamente, porque el crítico no puede silenciar su disconformidad ni su resentimiento; porque un crítico no puede guardarse sus reproches ni hacerlos desaparecer con un truco de chistera. El crítico siempre permanece alerta, dispuesto a echar por tierra el ilusionismo del ilusionista, el ejercicio del prestidigitador y la magia del mago. El crítico es un aventurero, un alma en pena, un tocapelotas, un resentido, un escrutador, un chivato, un irreverente, un necio, un iluminado, un grano, un espejismo, un altavoz, un juez, un ojo avizor, un halcón, una señal de stop...
¿Por qué critica un crítico como yo? Per se, por salud, por necesidad, para desahogarme, para comunicar, para oxigenarme, para compartir teorías y pensamientos, para tocar las pelotas, para poner el grito en el Cielo (aunque ni Dios me hace caso), para que me lean y para que no me lean, para denunciar, para analizar, para diseccionar, para realizar la autopsia a la conciencia crítica de los españoles, para ejercitar una pluma que chirría, para desengrasar el atrofiado e insuficiente intelecto, para hacer currar aún más a Ortiz, para no quedarme callado, para ser capaz de convencer al menos a una persona cada cien críticas, para reflexionar en voz alta y llamar la atención, para plantar cara al pensamiento único, para quitarme la mordaza, para colocarme del lado más débil y liviano de la balanza, para contrarrestar a las "fuerzas del mal", porque me da la gana, para ahorrarme lo que me cobraría un psicólogo para, de vez en cuando, conocer a alguien que piensa igual que yo, para contestar a los insultos de alguien que no piensa como yo, para sentirme bien, para poder mirarme al espejo, para que quede constancia de mi pesimismo, para que no se vayan de rositas, para que les duela, para que les joda, para que me paguen por todas esas noches en vela, para que sepan que aún no contaron hasta diez y me volví a levantar de la lona, para que sigan pensando en formas diferentes de tortura porque éstas aún no me vencieron, para sonreír a solas, para regar mis delirios de grandeza...
En estos tiempos tiene premio la locura del inconformismo. Son estos los días en que desfila triunfante la mediocridad abriendo puertas, días en los que lo insulso se valora, la reverencia está de moda, el pelotilleo avanza incólume hacia el trono, el conformismo arrasa en las tiendas de moda. Muchos nos sentimos derrotados, avasallados, sin fuerzas, pero el espíritu crítico es un revulsivo, una fuerza negativa que se transforma en positiva y te obliga a levantarte, caminar y a volver a rechazar lo que todos ya han aceptado. El crítico cae cientos de veces, pero es como ese protagonista de la película al que le han metido 30 balas en el cuerpo y sigue erre que erre, arrastrándose, negándose a perecer, oponiéndose a rendirse instantes antes de morir. ¿Y quién critica al crítico? Ay, nadie es más crítico consigo mismo que el propio crítico, siempre disconforme, siempre descontento, siempre pensando en que todo se pudo hacer de otra forma, siempre recalando en sus propias imperfecciones, siendo consciente de todas y cada una de ellas, enumerándolas, volviendo a reparar en ellas una y otra vez, ordenándolas por importancia.
A veces pienso en si podría desligarme de Marat, en si estará cercano el día en que deba pasar página y tapar la boca del jacobino que a veces llevo dentro. Cuando llegue ese momento sólo sé que habré perdido una gran parte de mi libertad. Y ya soy consciente de que, en el fondo, soy un hombre que goza de muy poca libertad. Muy poca. Y volveré a llorar sigilosamente en medio de la noche.
Escrito por: Marat.2004/11/16 08:00:00 GMT+1
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2004/11/12 08:00:00 GMT+1
Con el tedio televisivo "La hora de la verdad" Antena 3 se convierte los jueves por la noche en una sala de juzgados dogmáticos en la que pululan pazguatos y friquis varios. Estos improvisados lumbreras de la escena mediática se muestran como dóciles consentidores de mentiras arriesgadas y excesos verbales. Se ven sometidos al delirio de la audiencia y de una productora que se frota las manos sin ton ni son. Los invitados al programa, en fin, se someten a una "máquina de la verdad", un polígrafo utilizado por gobiernos y empresas para bucear en la lealtad de sus empleados y para indagar en las posibles conspiraciones de reos, terroristas y seres considerados peligrosos. En la tele, sin embargo, los asuntos que examina el cacharro son de otra índole. Es, según el título del programa, "La hora de la verdad". Pero, ¿de qué verdad se trata? ¿Estamos ante una mini fábrica de días del Juicio Final? ¿Es el chisme en cuestión un Salomón de tomo y lomo? ¿Acaso una fusión interestelar de Fungairiño, Garzón y Jiménez del Oso? ¿Será más bien un jacuzzi judicial con burbujas publicitarias?
La pifia televisiva, digna de la mejor maquinaria del doctor Bacterio, recuerda a los autos de fe en la plaza pública. Varios millones de ojos miran a través de la cerradura y observan ávidos de interés, enfermos de voyeurismo las enaguas de la vecina y las delicadezas íntimas de quien propaga a los cuatro vientos con orgullo su memografía (dícese de la biografía de un memo).
Hace algunas semanas trascendió la presencia en el programa de una mujer a la que su marido le achacaba presuntas infidelidades conyugales. La señora se sometió al veredicto estúpido del polígrafo y al juicio paralelo de cuantos estuviesen en sus hogares apostando por la inocencia o por la culpabilidad de la sospechosa. La gravedad de la situación no residió únicamente en la estupidez de las formas, sino en frivolizar con el asunto de las lealtades de pareja. La mujer quedó como una mentirosa, infiel y desleal. Fue una lapidación televisiva multitudinaria, y lo peor es que fue plenamente consentida por la víctima, una mujer para la que, siguiendo el título del programa, llega la hora de la verdad, la hora de arreglar los problemas maritales ante el gran jurado de la audiencia. Aquí y ahora, visto lo visto, sufrido lo sufrido por centenares de mujeres, una situación como ésta se me antoja realmente peligrosa y fuera de lugar. Entre anuncio y anuncio, entre ingreso e ingreso, entre frivolidad y frivolidad, entre gilipollez y gilipollez, un juicio artificial, casposo, un brindis al entontecimiento colectivo.
Tras la devoción de quienes se someten al polígrafo (tontógrafo, sin más, en un plató televisivo) se oculta el adoctrinamiento, o las simples ganas de "salir" en la tele, aun a costa de hacer el canelo y lisiar la reputación personal ante vecinos, familiares y todo quisque. ¿Cuántos no estarán ahora dispuestos a señalar en el barrio a la presunta mujer desleal acusada por el polígrafo?
Lo escribió el radical Marat (el de verdad; ya saben que yo no soy sino un holograma impenitente, errante y en clara decadencia): "Siempre una obediencia ciega supone una ignorancia eterna". Precisamente en la Revolución Francesa, en la que Marat destacó como ideólogo radical, se cimentó la trilogía "Libertad, Igualdad, Fraternidad". ¡Y qué lejos quedan, demonios!
El filósofo Gustavo Bueno, sin embargo, apunta en su obra Telebasura y Democracia: "Nos parece intolerable el proceder de quienes erigiéndose en perros guardianes de la ortodoxia democrática, como si fueran conocedores de la esencia moral del género humano, pontifican sobre lo que debe ser o sobre lo que no debe ser la `televisión democrática´ , dando por supuesto que están en posesión de sus principios (los de la democracia), pero sin dignarse, o sin arriesgarse, a analizarlos y ponerlos boca arriba. Y no es ponerlos boca arriba, sino encubrirlos, apelar a valores tan abstractos como los que se asocian a palabras (recitadas, gritadas o cantadas) tales como Libertad, Igualdad, Fraternidad, Tolerancia, Respeto a la intimidad, etc. Estas palabras tienen interpretaciones opuestas, hasta el punto de que ellas son también reivindicadas por las sociedades no democráticas".
No veo, ciertamente, en estos tiempos a nadie con complejo de cancerbero ni a ningún abanderado con el emblema tricolor de las ideas revolucionarias de finales del siglo XVIII en defensa de un modelo de televisión (No cuento, claro está, con los comités de monosabios). Más bien, lo que se deja ver en la zona de trincheras es el oportunismo de populares y socialistas, legislando según va y viene el viento de las conveniencias partidistas. Sí se atisba una saturación, la que producen unos contenidos zafios y paupérrimos desde un punto de vista moral. Además, convendría rescatar de la abstracción y de la dualidad (semilla del relativismo moral) a las que somete Bueno a esas "palabras recitadas, gritadas o cantadas" que son la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. El arte puede ser abstracto. Un retrato puede ser abstracto, pero se plasma en un lienzo, de la misma forma que la Libertad se plasma en actos y pensamientos... libres. E inevitablemente, la interpretación opuesta de la Libertad conlleva la ausencia de Libertad, por mucho que nos disfracen al muerto.
No se trata simplemente de establecer un vínculo, un embudo hacia la democracia por el simple hecho de poder elegir entre encender el televisor o apagarlo. Los gobiernos poseen la capacidad de conceder licencias de emisión a grandes empresas que buscan en la televisión su fuente de ingresos, su máquina de la verdad empresarial. Es un deber de esos mismos gobiernos procurar que la maquinaria no esté viciada, es una obligación insalvable de los gobiernos defender el interés público.
Herbert Schiller apuntaba en 1974: "En la economía de mercado avanzada, la pasividad tiene una dimensión física y otra intelectual. Las técnicas y los mensajes de la maquinaria de manipulación de mentes las explotan a ambas con mucha facilidad. La televisión no es otra cosa que el más reciente y eficaz de los instrumentos con lo que se estimula la pasividad. (...) La disminución de la actividad intelectual, el fruto de las incontables horas de programación encaminada a embotar las mentes, es incalculable. Igualmente inconmensurable, pero de colosal importancia, es el aturdimiento de la conciencia crítica". Schiller venía a decirnos hace 30 años que la televisión era el nuevo opio para el pueblo. No hay una única verdad (salvo para el bueno de Acebes), lo que nos lleva a deducir que la infalibilidad del polígrafo es tan grande como la puntería de una escopeta de feria. La máquina de la verdad es el fiel reflejo de una gran mentira: la televisión.
Y créanme que seguiría echando por tierra todas las sandeces que se ven cada día en la caja rematadamente tonta, pero ahora debo dejarles. Me voy a cazar osos a Rumania. Eso sí que es libertad, igualdad y fraternidad.
Escrito por: Marat.2004/11/12 08:00:00 GMT+1
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2004/11/03 08:00:00 GMT+1
Everwood es un lugar al que viajar, un pueblo con el que soñar o reflexionar. Poco importa si uno es europeo o americano. Por las calles de Everwood transitan hombres y mujeres universales, se agolpan retratos psicológicos que se pueden encontrar en Nueva York, Moscú, Bilbao o Río de Janeiro. Cambiaría, eso sí, esa costra externa, el ropaje, el artificio de las costuras de un capitalismo invasor en distinta forma y medida.
Alguien en TVE tuvo la genial ocurrencia de programar este auténtico regalo, doblemente elogiable en estos tiempos de vulgaridad audiovisual infinita. Los domingos merece la pena abrir una ventana a Everwood, un lugar nacido del lado inteligente de la ficción, un espacio repleto de encanto, un sitio en el que suceden cosas verosímiles, razonablemente posibles. Allí transcurren historias que podrían acontecer en una localidad cualquiera, tramas que podríamos vivir nosotros mismos cualquier día. Es un tránsito de vivencias, ilusiones, sueños, desgracias, paranoias, felicidad, amores. Uno reconoce haber pasado por los mismos problemas que a veces se viven en Everwood, identifica esas vivencias por las que ya pasó en alguna ocasión, observa actitudes, hechos, confesiones y favores. En Everwood también ocurren desgracias, algunos jóvenes mueren a causa de enfermedades irreversibles. Es ficción real, es una realidad de ficción, pero las lágrimas fluyen del río de la naturalidad, de la meritoria comprensión de una vida así escrita. En Everwood no aparecen hadas madrinas de última hora dispuestas a salvar vidas con una varita mágica, prestas para salpicar a los telespectadores con una ración de sensiblería inútil y machacona. Everwood es, en fin, de este mundo, lo que significa que la frontera entre la realidad y la irrealidad es difusa, difícilmente apreciable.
Espléndidos actores dan vida a personajes complejos y sencillos a un tiempo, tan complejos y sencillos como el ser humano. Son infinitamente oscuros; ilimitadamente transparentes. Un chico que aprende a tocar el piano; un médico envidioso, terco y chismoso; jóvenes con problemas propios de los jóvenes que inician el tránsito al mundo de las preocupaciones de los adultos; ancianos que se comportan como ancianos; niños con vivencias de niños; un doctor excepcional, encantador, brillante, que se enfrenta doblemente a las enfermedades de sus pacientes y a la educación de sus hijos sin contar con el apoyo de su esposa, fallecida. ¿Tan extraño debe parecernos todo esto? Desgraciada e inevitablemente, sí. Buena parte de la audiencia valora y premia con asiduidad otro tipo de creaciones absolutamente increíbles, inverosímiles, rebuscadas en el jardín de la mediocridad creativa. Ana y los 7, sin ir más lejos, es capaz de congregar frente al televisor a más de 5 millones de televidentes cada lunes. Sus personajes son de cartón piedra, sus historias aparecen inundadas de parodias insulsas, de chistes fáciles sin gracia, de tramas tediosas en las que no prima precisamente la inventiva.
Confieso que debería pasar por una experiencia extrasensorial, estar hasta las cejas de LSD o tener la fiebre amarilla para ser capaz de dar a luz un solo capítulo de Ana y los 7, con su telaraña de relaciones interpersonales entre esos personajes tan artificiales, tan definitivamente absurdos, estúpidos e imposibles.
Ana y los 7 no es más que una clonación espiritual, conceptual de las películas de Paco Martínez Soria, sin que ni siquiera se encuentre a la altura de filmes de culto como Los bingueros. Entre esa casa de papel donde Ana Obregón da rienda suelta a su histrionismo y Everwood hay una distancia insalvable.
Everwood es un patrón inalcanzable para los sastres de nuestra televisión, un modelo de otro mundo para nuestras creencias audiovisuales, un lugar lejano donde suceden cosas reales. Guiones excepcionales, sin artificios coloristas ni pretensiones megalómanas. ¿Dónde acaba la realidad en Everwood? ¿Dónde empieza la ficción en Everwood? Que el espectador se enfrente a esta duda es la mejor prueba de la calidad de una serie. Everwood podría ser una novela, un cuento, un guiño teatral. E incluso el escenario de un simple día de nuestra vida.
Escrito por: Marat.2004/11/03 08:00:00 GMT+1
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2004/10/27 08:00:00 GMT+2
Que no quede ninguno, ninguno, ninguno, ninguno de ellos. Que las ministras abandonen sus inquietudes políticas y posen todas las semanas para Vogue y Marie Claire. Que los taquilleros del Metro sean tíos de postín, bíceps armados y pectorales a lo Tarzán. Que el cupón de la ONCE siga siendo un ensayo sobre la ceguera, sin Saramago, pero con chicas diez vestiditas con sal y pimienta. Que en los descansos de los partidos de baloncesto salten animadoras tetonas para poner bruto al personal. Que el cobrador del frac sea un Rodolfo Valentino galáctico, perverso y cachondón. Que las becarias de la Casa Blanca rebosen belleza, y presenten medidas oficialmente espectaculares. Que las becarias del Congreso de los Diputados, si las hubiere, copien a las de la Casa Blanca. Que los marines que se desplacen a Irak sean bomboncitos dispuestos a ser derretidos por un coche bomba. Que ZP se depile como los egipcios y se acicale a conciencia. Que Rajoy se haga un lifting, se rasure las greñas faciales y se ennoblezca con rimel. Que despidan a los albañiles panzones y sudorosos. Que se exija a los curas una limpieza de cutis al mes. Que fulminen laboralmente a los periodistas poco agraciados. Que sean bellezas esculturales quienes presenten los telediarios. Que Sardá se pinte la raya de los ojos. Que el Defensor del pueblo se arregle y adecente su pelo beethoviano. Que Ronaldinho se lime los dientes. Que Martínez Pujalte se deje de malabarismos capilares y se coloque un bisoñé pelirrojo. Que las empleadas de banca luzcan minifaldas y medias de rejilla. Que los pasteleros pasen del metro noventa. Que se encierre a los filósofos, por feos, que no se salva ni uno (Savater, Bueno, Sádaba, Marina...). Que caiga sobre los cejijuntos una agorafobia inmisericorde que nos libre de ellos. Que se les contagie ese mal a los cabezones culogordos. Que se castigue en los colegios a los pecosos. Que los cirujanos pasen del bisturí y deleguen sus funciones en modelos de pasarela. Que las monjitas de la caridad echen mano del cuero y las tachuelas y se dejen de tanta prenda muda. Que Putin se estire el careto como Berlusconi. Que Bush pase por el quirófano. Que Kerry se rebaje la barbilla. Que Ronaldo haga abdominales hasta la extenuación. Que Fraga se meta en la máquina del tiempo. Que sólo los guapos puedan repartir las bombonas del gas. Que se prohíba el tránsito público a quienes tengan orejas de soplillo. Que los domadores de leones sean apuestos y gráciles chicos en virginal estación. Que se establezca un estado de excepción para las señoras que usen una talla de falda superior a la 44. Que sólo las rubias peligrosas puedan trabajar en El Corte Inglés. Que los premios Nobel no acaben en manos de vejestorios. Que Arzalluz se pase al Biomanán. Que se imponga a la fuerza una asignatura dedicada al culto a "La señorita Pepis" en los colegios. Que Cher figure en el santoral. Que el presidente del Gobierno sea cirujano plástico. Que los bodegueros repartan gratis aperitivos light. Que María Teresa Campos se ponga a dieta o dimita. Que Terelu se ponga a dieta y dimita.
Que bellas modelos sustituyan a los recogepelotas en los torneos de tenis.
Que se mueran los feos. Que se mueran...
Adiós, mundo cruel.
Escrito por: Marat.2004/10/27 08:00:00 GMT+2
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2004/10/20 08:00:00 GMT+2
El programa Línea 900 (La 2) volvió a poner el dedo en la llaga el pasado domingo con la emisión del reportaje "La pesadilla de Castuera". En él se recuperaba parte de la historia del campo de concentración que existió a las afueras de ese pueblo de la provincia de Badajoz donde perdieron la vida cientos de republicanos a la finalización de la guerra civil española. Allí se torturó a miles de los derrotados. El ajuste de cuentas reprodujo el guión previo escrito por Franco. Varios cientos de hombres y mujeres desaparecieron sin dejar rastro. Tras su paso por aquel lugar nunca más se supo de ellos. Sus hijos, sus esposas, sus maridos, dando por seguro su asesinato, no pudieron darles siquiera un entierro digno.
Ahora, pasado el tiempo, borradas las huellas sangrientas, pasada la página con una Transición multicolor muy bien orquestada, algunos familiares buscan los restos de sus seres queridos para darles sepultura. Pero esto desagrada enormemente a algunos sectores muy bien identificados. Tan bien identificados como en julio del 36. Levantan la misma bandera de la intransigencia; pretenden que les sigan poniendo la mesa a cambio de un pequeño sustento. Reclaman docilidad, servilismo, pleitesía. El miedo es su baza.
A la impotencia de los familiares de las víctimas - ya ancianos y ancianas que aún llenan sus ojos de lágrimas cuando recuerdan cómo les robaron a sus seres queridos- se suma el miedo generalizado a hablar del asunto 64 años después. Todo lo que rodea la historia de aquel campo es poco menos que un tabú, un terreno prohibido, una obligada amnesia colectiva en Castuera. Sólo profanan ese terreno quienes siguen llorando una infancia destruida, quienes contemplaron en su propia memoria inermes y temblorosos cómo se hizo añicos su familia. Las heridas del alma no cicatrizan.El cronista oficial de un pueblo aledaño muestra algunas pistas al recordar que Castuera es un pueblo agricultor y ganadero, y claro, el trabajo depende directamente del señorito de turno. Es la mano del latifundista la que les da de comer. Eso tiene mucho que ver con la España del 36. Bastaría una simple consulta a los árboles genealógicos para constatar que muchas cosas han sido exactamente iguales en los últimos 80 años. Son árboles de hoja perenne.
El miedo se ha heredado. Las heridas del alma también. Nadie quiere complicarse la vida. Todos consienten en recrear una escena de la gallinita ciega inacabable, infinita. Cada uno en su sitio. Todo debe permanecer como hasta ahora.
A las puertas del cementerio local, donde se levanta una cruz, homenaje a los caídos del bando vencedor, una anciana saca a relucir su poso de sabiduría embadurnado de temor: "Hay miedo a que vuelva a repetirse aquello. La vida da muchas vueltas". La muerte también: ¡que se lo digan a las víctimas!
Uno de los hombres que pasaron por aquel campo de concentración recuerda una de las frases del cura del lugar: "Dios os perdona las almas, pero no los cuerpos" (sic). Esa sentencia era toda una justificación seudo divina para que los chicos de la camisa azul bordada en rojo llevaran a los presos "de paseo". Menuda bendición la del señor cura. ¿Caería el muy cretino en la cuenta de si su dios "le perdonaría" a él su propia alma?
Libertad González narra con los ojos vidriosos cómo perdió a su padre, alcalde de Zafra en tiempos de la II República, en el campo de concentración de Castuera. Tenía cinco años. Con esa edad se acostumbró a llevar en su cabeza un lazo negro. Su madre no recibió del Estado la consideración de viuda hasta 1980. A Libertad le cambiaron su nombre en el registro contra el deseo de la familia. Fue un gesto de rocosa cobardía moral de los caciques. No les bastaba con haber liquidado a su padre. Quisieron que aquella niña se llamase Rosario. Pero pese a todo, ella siempre fue Libertad.
Libertad... Los vencedores no les ponían ese nombre a sus hijas.
Escrito por: Marat.2004/10/20 08:00:00 GMT+2
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2004/10/14 09:00:00 GMT+2
La serie 7 vidas se ha convertido en la más longeva de nuestra televisión. De momento, 170 capítulos. En estos tiempos, sobrevivir en la parrilla televisiva es altamente complicado. Cada día son más las producciones que se abrasan apenas puestas al fuego de la audiencia. El mérito de esta serie es mayor aún si se tiene en cuenta que temporada tras temporada ha tenido que hacer frente a la marcha de algunas de sus estrellas.
7 vidas se ha venido mostrando, además, como un reducto crítico, mordaz y ácido con los aspectos sociales y políticos de la actualidad. Esto ha supuesto una bocanada de aire fresco en la televisión políticamente correcta que se ha impuesto inexorablemente para desgracia de la pluralidad.
¿En qué otro sitio se puede oír una crítica a populares y socialistas a un tiempo, e incluso una pullita de vez en cuando a los mismísimos Borbones? ¿Dónde se le ha permitido pronunciarse sin pelos en la lengua a un personaje comunista, siquiera sea en la ficción? Pese a todo, las proclamas lanzadas con todo el veneno que permite Globomedia -la productora- resultan inofensivas, rodeadas de humor y de una programación en la que dominan los discursos oficiales. Ya saben: España va bien y talante, bien alternados y en su punto. PSOE y PP; PP y PSEO, ellos se lo guisan y ellos se lo comen, aunque a Gallardón y Aguirre, en el caso de los populares, la comida les resulte últimamente algo indigesta. No hay problema, el jefe de cocina es Acebes. O sea, que acabarán telefoneando a Telepizza.
Escrito por: marieta.2004/10/14 09:00:00 GMT+2
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2004/10/14 08:00:00 GMT+2
Rebecca Loos deambuló por las televisiones españolas hace algunos meses. De plató en plató, esta holandesa tuvo a bien contar sus presuntas aventuras sexuales con el futbolista David Beckham. Y no me digan que no tiene pelotas la cosa. El inglés lidera el ranking seguido de cerca por los toreros Jesulín de Ubrique y Fran Rivera. A esta terna de famosos le salen novias, amantes y pendones verbeneros todas las semanas. Las chicas van a la peluquería, se dejan caer por un par de programas del corazón, hacen caja y no se vuelve a saber de ellas, salvo que Javier Sardá decida lo contrario.
Eso de decir que te has acostado con Beckham, Jesulín o Fran, aquí y hoy, te da para comer de lujo durante una buena temporada. Da igual que no aportes pruebas, es lo mismo que todo sea fruto de tu imaginación, poco importa que se trate de un montaje. Total, si Rappel lleva viviendo toda la vida de sus presuntos poderes sobrenaturales. Rebecca no gasta túnicas ni gafas modelo paellera, es cierto, pero ni corta ni perezosa acaba de protagonizar una escena de lo más cochina en la televisión inglesa. En un programa similar al de La granja que emite Antena 3 en la actualidad, Rebequita ha tenido la ocurrencia de masturbar a un cerdo. "Al final me dolían los brazos", declaró tras la manipulación. Una auténtica cerdada, ocurrencia de los guionistas.
Distintas asociaciones británicas han puesto el grito en el cielo. Es inútil, la televisión irá cada día a peor, no tiene remedio. Y no tengo complejo de Nostradamus, se lo aseguro. Se trata de una simple constatación. Una evidencia, sin más.
Se suele decir que del cerdo se aprovecha todo. Me temo que de Rebecca Loos nadie querría su cerebro. Si acaso, algún cerdo juguetón y solitario solicitaría sus brazos.
Escrito por: Marat.2004/10/14 08:00:00 GMT+2
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2004/10/06 08:00:00 GMT+2
Ha concluido el congreso del Partido Popular entre vítores y hurras a su alma mater, el conferenciante preferido del pato Donald, Míster Ansar, conocido entre su parroquia como presidente Aznar. Los populares han eliminado de su logo el color rojo (por pura cuestión de estética espiritual; lo que me sorprende es que hayan tardado tantos años), y ahora esas letras gemelas aparecerán ante los feligreses en tono naranja. Una vista panorámica de la feria de vanidades populares nos mostraba un ejército de naranjitos voluntarios, dispuestos a ser exprimidos por el bien del Partido.
Ha sido, sin duda, el congreso del marketing, nueva ciencia exacta del control de las mentes y el consumo. Ha sido, también, el congreso del PP Superstar, un musical con coros magníficos, desarrollado en un teatro virtual de diseño futurista y con una puesta en escena propia de Broadway. La entrada de Aznar tuvo todo el tono festivo y la gracia del Mr. Marshall de Berlanga. Pero este amigo americano no pasa de largo; se lo impiden su deber de español, su cruzada personal, su estigma y su visión mariana. Este nuevo americano es Aznar, ya plurilingüe de cuerpo y alma (español, catalán, inglés, mireusteniano... ¿cuántos idiomas domina ya el ex presidente?). Es un héroe de guerra, herido en combate, justo cuando preparaba sus días de calma y retiro en la reserva de FAES, Georgetown y Planeta.
Este peregrino de la palabra y el gesto ha viajado por el túnel del tiempo y ahora viste y calza como un quinceañero pijo, un niño bien al que le van a doblar la columna vertebral con tanto abrazo sentido, al que le van a borrar el bigote con tanto beso apasionado. Pero hay quien, a pesar de todo, le encuentra algún defectillo a su remozada imagen. Un periódico mexicano apuntaba recientemente que el ex presidente español "luce ojeras color huitlacoche*".
Aznar se subió al estrado para certificar que sigue siendo el referente de la derecha española. "Bush, perdónales porque no saben lo que hacen", espetó tras su particular crucifixión del 14 de marzo. Esta vez, su discurso estuvo plagado de soberbia y resentimiento. Es tal su deseo de venganza que ni siquiera se detiene a calibrar las consecuencias negativas que tienen sobre sus propios discípulos los exabruptos y pareceres que reparte alegremente ante los entregados auditorios de medio planeta. Así las cosas, el desconcertado Rajoy no gana para disgustos.Y eso que Mariano es un fraguista amante de las emociones fuertes. No me dirán que no hay que ser un enamorado del riesgo para colocar como segundo hombre del partido a Ángel Acebes, que te abre, es cierto, un par de líneas de investigación para cualquier cosa en un abrir y cerrar de ojos, pero que te estropea unas elecciones aún con destreza y contundencia mayores.
Del discurso de Aznar, dejando al margen las cosas del GAL y la cal viva (¿por qué no puso más empeño en aclarar esos aspectos del pasado mientras fue presidente?), me quedo con esta frase: "Los que tenemos la razón somos nosotros". La razón, ea, nada menos que la razón, pero ¿qué razón? ¿Acaso la razón se posee, como si se tratase de un piso en la playa?
Montaigne lo tenía muy claro: "La razón es como una olla de dos asas: se la puede coger por la derecha o por la izquierda". Pero Aznar no llega a tanto. Descartes, también le podría aportar alguna pista: "No hay nada repartido de modo más equitativo que la razón: todo el mundo está convencido de tener suficiente". Pero Aznar no lee ni a uno ni a otro. Él se ha quedado en Pío Moa. O sea, en los falsos mitos.
Confunde Aznar el tocino con la velocidad (emparentados únicamente en una carrera de cerdos, y no me lo tomen como símil de lo que se vivió en el congreso pepero entre quienes buscaban un puesto en el redil de Mariano). Confunde Aznar el mito con la realidad. Confunde Aznar la razón con la fe. Confunde Aznar la razón con el dogma. Confunde Aznar España con una visión.
El nuevo presidente de honor del PP tampoco lee a Goethe. El alemán dijo que somos todos tan limitados que creemos siempre tener razón. Si don José María leyese al menos a Jean Baptiste-Poquelin, quizá por casualidad podría haber encontrado lo que éste escribió un buen día: "Algunos están destinados a razonar erróneamente; otros a no razonar en absoluto, y otros, a perseguir a los que razonan".
"Los que tenemos la razón somos nosotros", canta Aznar, entre serpentinas, confetis, aplausos, reverencias, besos, muecas, abrazos y genuflexiones. ¿A quiénes se refiere cuando dice "nosotros"? ¿Exclusivamente a los dirigentes del PP? ¿A todos los militantes del PP? ¿A los votantes del PP? ¿Al centro-derecha? ¿A los legionarios de Cristo? ¿Al Opus Dei? ¿A la COPE? ¿A los propagandistas de Herrera Oria? ¿A la terna Bush, Blair, Ansar? ¿A todos los anteriores?
El pastorcillo Aznar decidió, al fin, no ir en busca de su oveja descarriada, un Alberto Ruiz-Gallardón (disfrazado de copito de nieve) que mentó la palabra prohibida: autocrítica. Gallardón fue el Hannibal Lecter de ese otro silencio de los corderos. El alcalde de Madrid trató de meter el fiasco de las elecciones en la lavadora de la razón, pero los populares detestan centrifugar sus prendas políticas. La sagrada escritura del PP no admite réplicas, errores o desplantes. Y mucho menos autocrítica. Son hijos de Fraga. Y eso es un dogma de fe que habita a millones de años luz de la razón.
Claro que a Aznar siempre le quedará la poesía de Quevedo, para quien el insulto no era sino la razón del que razón no tiene.
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(*) El huitlacoche es un hongo negro que nace en la mazorca del maíz.
Escrito por: Marat.2004/10/06 08:00:00 GMT+2
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2004/09/30 08:00:00 GMT+2
El síndrome del bigote
Se celebra estos días en el Ateneo Navarro de Pamplona un ciclo de conferencias sobre la que ha sido denominada pomposa y artificialmente Neotelevisión. Uno no sabe qué tiene de nuevo el regreso a las cavernas. Poco o nada tienen de novedosas las artimañas que tratan de despertar los instintos primarios de la audiencia. Sexo, morbo y violencia aparecen como ingredientes básicos en el plato combinado que sirven todas las cadenas.
Lo que sí ha constituido toda una novedad discursiva ha sido la teoría del bigotudo conferenciante José María Iñigo: "No se puede culpar a los que hacemos la televisión sino a los que la ven".
Semejante parida tiene más de imbécil justificación que de despotismo barato. Empiezo a sospechar que el responsable de tanta chorrada sea el temible "mal del bigote". Me da pánico pensar que se trate de una especie de síndrome o de virus peligroso. ¿Qué podríamos hacer frente a un contagio masivo? Las consecuencias son imprevisibles. Sólo hay una cosa clara: si Iñigo sigue diciendo cosas raras, terminará sus días dando clases en la Universidad de Georgetown.
Miña sogra galega
Los gallegos prefieren el estoicismo familiar a la lencería de Ana Obregón. Eso se desprende de los datos de audiencia. La TVG emitió el pasado lunes el primer capítulo de la serie "Miña sogra", superando notablemente al engendro "Ana y los 7". Y eso que la suegra no aparecía tan ligerita de ropa como la actriz-guionista-bailarina-empresaria-bióloga-diva Ana Obregón.
Claro que, ¿quién iba a imaginar el tirón de las suegras en la tele?
Cazadores de talento
En China una televisión puso en marcha un concurso en el que se preguntaba cuántas personas murieron en la matanza de Beslán. Para optar al premio, bastaba con enviar la repuesta correcta mediante un mensaje desde el móvil. Ni que decir tiene que se armó la marimorena, llegando los ecos del desaguisado hasta el propio Kremlin. Seguro que desde España ya ha partido una delegación de cazadores de talento para fichar a los lumbreras que idearon el concursito de marras.
Ya saben, nuestra televisión importa lo mejor de cada casa.
Escrito por: Marat.2004/09/30 08:00:00 GMT+2
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2004/09/22 08:00:00 GMT+2
La casualidad (aunque mi mala leche acumulada me dice que es más bien la causalidad) ha querido que Terelu se encuentre con su mamá María Teresa en Antena 3. La veterana ha cogido sus bártulos de Telecinco y se ha ido con la música a otra parte, concretamente a la competencia (aunque mi mala leche acumulada me dice que más bien a la incompetencia). La mamá Campos parece tener como libro de cabecera el "No sin mi hija" de Mahmoody y Hoffer. Pero allá cada cual con sus lecturas. Además, la actitud protectora de una madre es comprensible, aunque se pretenda disfrazar con vestidos de faralaes de los que caen flecos periodísticos.
A la niña Campos la han llamado para presentar un nuevo espacio, un bodrio que nada aporta de nuevo a la ya opaca y bochornosa programación televisiva. Se trata de un concurso en el que unos famosotes comparten habitáculo, se pelean, se mosquean, se aburren, se nominan, salen de la casa, y después se ven las caras en interminables y esperpénticos debates, tan intrascendentes como vacíos. Estos populares inquilinos de la granja ordeñan, limpian, cocinan y barren, supervisados por un ganadero. Lo que no nos cuentan es la pasta gansa que se están embolsando por llevar a cabo esas tareas a las que, por otra parte, no deben estar acostumbrados.
Terelu se ha vestido de bailarina orwelliana para darle un toque pomposo y melindroso a una granja sin más rebelión que la pereza, el sopor y el aburrimiento.
Primero fue la casa de Gran Hermano, después el autobús de Antena 3, la academia de OT, la selva de los famosos, el castillo de las mentes prodigiosas (snif) y ahora la granja de los famosos. Mañana será el turno del retrete de los gañanes o de la comisión de las mentes prodigiosas, con Rubalcaba nominando a Zaplana y Acebes bailando un chotis con Martínez Pujalte.
Así es la tele del siglo XXI. Estos programadores bienpensantes de la caja tonta no se atreven a darle caña a la audiencia. ¿Quieren emociones fuertes? ¿De verdad quieren escenas sadomasoquistas? Pues que se atrevan a meter a doce de estos famosos de la nadería en una universidad durante tres meses, con la obligación de asistir a cinco clases diarias, tomar apuntes, estudiar y hacer exámenes. Les apuesto doble a sencillo a que no duraban dos semanas cantando el Gaudeamus Igitur. Ah, y como premio, una linda beca en cualquier empresa. Sí, una golosina laboral, eso de currar por la cara, neoliberalismo del bueno. Vamos que iba a dejar al ganador a merced del "mercado inteligente". (En Alemania ya la inteligencia del mercado anda por las nubes, reventando récords. Ahora quieren que los trabajadores curren más horas, pero sin aumentar el salario; y todo en aras de la productividad. A este paso, los ciudadanos de los países "desarrollados" vamos a acabar reviviendo el Germinal de Zola. Imagínense en los "no desarrollados" cómo está el panorama).
Pero sigamos con la nueva milonga de Antena 3. La granja es una versión surrealista de "La casa de la Pradera", sólo que nos han cambiado a la inocentona Laura Ingalls por la chica del Playboy, y al papá al que daba vida Michael Landon por Shangay Lilly, un tío con turbante que da vida a algo que aun no he sabido descifrar. Por cierto, que la modelo "conejita" del Playboy ya ha optado por hacerle mimitos al empresario. Son cosas inevitables del directo, de la vida en la granja o del origen de las especies, ya se sabe. Empresario-modelo; modelo-empresario; tanto monta, monta tanto (con perdón). Esa relación inevitable es una especie de déjà vu crónico, una inferencia lógica.
Se supone, aunque es mucho suponer, que los moradores de esa granja deben su presencia allí a su popularidad (que no a su fama), y ésta es una de las grandezas de tanta miseria. Citemos, aunque sea a fuerza de contener la risa, a algunos de estos celebérrimos personajes. Paquito Fernández Ochoa es de los que más juego dan. Ganador de una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de invierno de 1972, es, a buen seguro, el tipo que más ha rentabilizado un éxito en la historia del deporte. Todavía sigue siendo reclamo televisivo, 32 años después de deslizarse por aquellas rampas nevadas con el gorrito de lana en la cabeza. Y todavía siguen llamándolo Paquito. Sus calzoncillos han dado mucho que hablar, lo que ya dice bastante del nivel del programa. El esquiador duerme en gayumbos, sin importarle la masiva presencia de cámaras en los aposentos de la granja, y a Terelu y sus contertulios de caspa y esmalte de uñas les da por criticar la ropa interior del ex deportista.
Otra vieja gloria invitada a la granja es Paquita Torres (seguimos con los diminutivos), miss España 1966 (seguimos retrocediendo en el tiempo). Desde aquel gran logro hasta hoy debe su popularidad a... hummm... su matrimonio con el jugador de baloncesto Clifford Luyk, hummm... a que es madre de la modelo Estefanía Luyk... ¡ah, claro, y a sus desfiles!, o sea, a sus labores. Preguntada por sus aficiones, se hincha de sinceridad y responde con un impertérrito "me encantan la ropa y los zapatos".
Permítanme un tercer ejemplo: Maricielo Pajares, popularísima en el gremio de los famosetes por ser hija del actor Andrés Pajares, protagonista de aquel filme de culto titulado "Los bingueros".
Paquita, Paquito y Maricielo, los tres forman parte del combinado nacional. Pueden imaginarse al resto. Con granjeros así el éxito de audiencia está garantizado. Terelu mastica las palabras adornada por una aureola de laca y potingues. Se la ve suelta, gozosa, orgullosa de sí misma. Los guionistas se exprimen el cerebro en busca de pruebas ingeniosas. Falla el exprimidor (aunque mi mala leche acumulada me dice que...)
Escrito por: Marat.2004/09/22 08:00:00 GMT+2
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