2005/11/03 08:00:00 GMT+1
¿Cómo demonios vamos a ser los españoles iguales ante la ley si no lo somos ante un simple semáforo? Nuestra vida camina en esa glorieta o en aquella circunvalación, se desenvuelve en una autovía o se detiene momentáneamente ante una señal de ceda al paso. La luz verde alumbra los instantes felices, el color ámbar avisa de los peligros y de las situaciones de emergencia, y el rojo delimita vorazmente las distancias, las clases, las castas. Usted y yo nos detenemos ante el imperativo de un semáforo cerrado. Es una orden. Saltarse la norma podría conllevar una multa, correr un riesgo, la muerte. A veces la vida se vive al esprint y entonces la demencia de la irracionalidad hace que creamos que al saltarnos un semáforo estamos siendo más listos y dinámicos que quienes respetan las convenciones y las normas. Las muerte es una sanción que no hace distinciones de clase, pero las sanciones que establecemos los humanos se mueven por la senda de la incoherencia y del desplante a la razón.
Si supuras dinero por las orejas te la trae floja que te claven 300 euros de multa, pero a un becario, a un joven esclavo de las ETT o a cualquier hijo adoptivo de la CEOE esa cantidad le puede provocar una úlcera espiritual de no te menees. De lo que se deduce que los millonetti de turno se pueden permitir el lujo de saltarse a la torera el código de circulación y ni siquiera se despeinarán.
La vida es un semáforo, sí. Rojo, amarillo y verde, cantaban los payasos de la tele. Yo hoy me siento un clown sin espíritu ni destreza para hacer reír. Mi único mobiliario hoy es una silla, como la de Charlie Rivel. Sí, como aquel genial payaso, hoy tengo ganas de llorar y hacer pucheros ante la plaga de reptiles, solitarias, comadrejas, pelotas, zascandiles y lameculos que han aflorado en los últimos días. Las sanguijuelas y las babosas bailan al son de la celebración, mientras los caracoles del tardofranquismo sacan sus cuernos al sol de la desmemoria y la insidia. El Olimpo es hoy un lodazal de chusma sin escrúpulos.
El semáforo está en rojo y los peatones celebran en el paso de cebra la estupidización sin ambages ni límites. Es la happy-hour del surrealismo. El miedo se aloja en las entrañas del periodismo. Los periodistas se ven obligados a pulir con pulcritud cada centímetro cuadrado de información. Otros lo hacen voluntariamente. Son los marineros del resentimiento. Se someten al examen inflexible del protocolo. El periodismo es hoy más que nunca una escuela de vasallaje. La crítica se tambalea en la barra de un bar, al lado de una puta a la que se le ha corrido el rimel de tanto llorar sus penas. Los dos comparten la pereza de un chute, buscándose las venas para continuar a lomos de un caballo salvaje.
Hay quien contempla el nacimiento de la hija de los príncipes de Asturias como un refuerzo y un asentamiento de la democracia. Lo proclaman con la boca llena de vanidad y orgullo patrio. Ese diagnóstico no es más que una felación ideológica altamente servicial. Los cantamañanas han salido a pasear con su varita mágica y su máquina de paralizar las razones y el entendimiento. Las pirañas bailan en el bidé de la burguesía. La secta de los hombres poderosos se sitúa ante el relevo generacional de la Casa Real. Abundan los codazos. Se preparan para un nuevo agasajo, para adorar a los continuadores del favorito de Franco.
El pelotilleo es un gran eructo nacional. El televisor escupe hoy patetismo. La tontería es la nueva la fiesta nacional. ¡Vivan los tontos! Saludemos con reverencias a la diosa tontuna.
La vida es un semáforo. Estoy parado, en mi coche, quieto ante el imperativo del rojo. Unos señores de negro me rodean, me hacen señas para que me eche a un lado. Policías municipales toman el cruce y detienen el tráfico. De pronto, una larga caravana de coches oscuros, blindados y de lujo sobrevuela la escena a velocidad de vértigo. Todo se detiene para ellos, todo se controla para que no tengan que detenerse ni esperar el turno. La escolta incluye más efectivos de los que yo he visto en mi distrito, sumando los últimos quince años. No sabía que había tanto policía en mi ciudad. La comitiva no se ha detenido ante el semáforo rojo. Los peatones han aguardado en silencio el desfile de los seres superiores. Alguna señora incluso ha aplaudido. He visto esa escena en una película de Berlanga. He visto esa escena otra vez en blanco y negro. He advertido la docilidad en los ojos de los peatones. He visto la luz... roja.
¿Adónde irían con tanta prisa? ¿Por qué esa urgencia? ¿Por qué gozan de esa preferencia? Quizá acudían a celebrar el nacimiento de una nieta, de una sobrina, de una primita. El semáforo en rojo no puede resultar un impedimento para las castas superiores, para la punta del iceberg de la España grande e indivisible, para el busto que recala en los sellos de las carta que van a los buzones del poder. Estando embobado en la rutina del recuerdo no he advertido que el semáforo se ponía verde. El claxon de los coches me recuerda el significado de los colores. Verde es la esperanza, pero yo hace tiempo que la perdí. Me he bajado del coche y me he perdido en un parque de columpios, niños y chachas sudamericanas. Ellas comparten cobijo en la gran ciudad con compatriotas del olvido y de pobreza solidaria. Alquilan los pisos y los comparten con otros matrimonios, poniendo en cuarentena su intimidad. El eco de los cláxones de los coches me resulta indiferente. No volveré a por ese vehículo. Mi vida es un semáforo en ámbar. Me estoy pensando si me salto el semáforo de la compostura o si freno en seco y me refugio en la cobardía del silencio. El código de circulación en este mundo viene impuesto por depredadores, gente sin escrúpulos que está dispuesta a exprimir al prójimo. Que piten, no quiero volver a ir en coche.
Continúo caminando hasta llegar a la clínica donde ha tenido lugar el feliz alumbramiento. En mi casa utilizábamos la palabra parir, pero claro, ni siquiera el ginecólogo se atrevería a poner a parir a la princesa de Asturias así como así. Vivimos ante el eufemismo constante que acompaña a la sangre azul y el hematocrito de los buenos modales.
Una señora dice ante una cámara de Telecinco que quiere mucho a la familia real. Qué suerte, le sobra amor. A mí me falta. Estoy por pedirle una dosis. "Señora, ¿no le sobrará a usted un poquito de cariño? Como he oído que decía usted que..." La señora me ha mandado a la mierda.
El desfile de personalidades es incesante. Las máscaras brillan con la plata de la lluvia. Debe ser gente de postín, porque les abren la puerta del coche. Quizá tengan una peligrosa hernia y no deban hacer esfuerzo. Claro, por eso les sujetan el paraguas.
Oigo en la radio que el Sevilla F.C. ha hecho socia de honor a la pequeña recién nacida. Y digo yo: ¿tanta falta les hace ser tan pelotas? ¿Por qué no premian a un niño sevillano de un barrio desfavorecido? ¿Por qué no repartir entradas e ilusiones entre los más necesitados? Demonios, ¿de dónde sale tanta complacencia, de dónde nace tanta sumisión, de dónde tanta necesidad de arrodillarse, de dar palmaditas en la espalda, de presentar los respetos, de bucear en el sometimiento?
Los regalos se acumulan en el trastero real. Son miles de presentes, recibidos de empresarios, empresas, organismos oficiales, partidos políticos, instituciones, clubes deportivos... Muchos, por cierto, abonados con dinero público. Pocos de los monstruos agasajadores se rascan el bolsillo. Para eso está el populacho, el heredero del proletariado. Me llama la atención especialmente que el equipo de gobierno del Ayuntamiento de Oviedo, del PP, anuncie que propondrá al pleno nombrar hija adoptiva de la ciudad a "Su Alteza Real la Infanta Doña Leonor". Pero coño, ¿es que no se requiere ningún mérito para que te distingan con ese reconocimiento? Llego a casa y buceo en libracos antiguos, redes de datos y otros objetos en desuso. Encuentro en el Boletín Oficial del Principado de Asturias el reglamento para la concesión de honores y distinciones del Ayuntamiento de Oviedo. El artículo 3º incluye los siguientes apartados:
1. La concesión del Título de Hijo Predilecto de Oviedo, sólo podrá recaer en quienes, habiendo nacido en la ciudad, hayan destacado de forma extraordinaria por cualidades o méritos personales o por servicios prestados en beneficio u honor de Oviedo y que hayan alcanzado consideración indiscutible en el concepto público.
2. La concesión del Título de Hijo Adoptivo de Oviedo podrá otorgarse a las personas que, sin haber nacido en esta ciudad, reúnan las circunstancias señaladas en el párrafo anterior.
El artículo 4º añade: Los Títulos de Hijo Predilecto y Adoptivo constituyen la mayor distinción del Ayuntamiento de Oviedo, por lo que su concesión se hará siempre utilizando criterios muy restrictivos.
¿Alguno de los serviciales políticos, precoces padres de la propuesta, podrían decirnos dónde residen en este caso los méritos personales o los servicios prestados en beneficio u honor de Oviedo? ¿Os es que la ley, la normativa y el semáforo no los mismos para todos los españoles?
Y es cierto que el Artículo 22º apunta: "Los Honores que la Corporación pueda otorgar al Rey no requerirán otro procedimiento que la previa consulta a la Casa de Su Majestad, y en ningún caso se incluirán en el cómputo numérico que como limitación establece el presente Reglamento". Pero tal y como su padre ha reconocido, "no ha nacido una reina, sino una infanta", y el artículo no hace mención a miembros de la familia real. ¿Qué persiguen, pues, estos cantarines de obediencia férrea y ciega al poder establecido? ¿Qué esperan, un detalle, una carta de Su Majestad, un apretón de manos, un instante de felicidad?
Miles de ovetenses se han dejado la piel a lo largo de la historia trabajando, sacando adelante sus negocios en la ciudad, sus familias, sus granjas, sus huertas. Esos parecen no haber hecho méritos para convertirse en hijos predilectos de su ciudad. No, para los agasajos ya están esos tipos cuyo gran mérito estriba en conducir bólidos a velocidad de vértigo en circuitos cerrados. Son los ovetenses quienes deberían cantarle las cuarenta a sus necios y oportunistas mequetrefes políticos. Pero a estas alturas parece que el mal ya no tiene remedio.
Me voy a acostar. La vida es un semáforo.
Escrito por: Marat.2005/11/03 08:00:00 GMT+1
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2005/10/22 09:00:00 GMT+2
Ahora que el asunto de las gripe aviar deja un resquicio de protagonismo al plagio de las almas y las voces con eco, ahora, digo, encuentro tiempo, luz y motivación para tratar estos otros asuntos de la hiel más lastimosa y cegadora. El destello es dañino, incoherente y trágico. Las luces de la vanidad han encendido las sombras del reposo y contagiado de necedad muchas palabras e innumerables deseos, antes tan limpios...
El plagio es un castigo con dos cabezas, un reposo bicefálico, una desventura que alterna la flojedad moral con la indecencia del robo lujurioso. El balanceo no cesa nunca, ni siquiera con la llegada del fin de los días, pues el atentado, el sufrimiento y la banalidad no cicatrizan con el silencio ni con el desprecio a la verdad creativa.
El mundo de la literatura no está exento de los buitres moradores que aguardan el sueño ajeno para convertir el reposo en el fin, en un adiós involuntario. Las palabras así arrancadas se convierten en la carroña encuadernada. Nombres ilustres tratan de esquivar las sugerencias y las intenciones de los denunciantes. Otros y otras buscan explicaciones tan absurdas como la vivencia de unos párrafos revestidos por la impotencia de quien se ve incapaz de disfrutar de una narración, de un personaje cuya riqueza experimental se ve prostituida por el engaño.
El muro de las lamentaciones editoriales apenas si registra visitas. Desde una supuesta ortodoxia plagada de leyendas abominables y apariencias de recepción mediática, el desfile de atolondrados siervos del engaño continúa, pero al otro extremo de la ciudad.
Y mientras la perplejidad se oculta tras la fantasía autorizada, los lectores caen en el engaño. Qué importa quien lo escriba, pensarán algunos. ¿Qué importa entonces entrar en el redil y ceder a las tentaciones? John Steinbeck afirmó en una ocasión: "De todos los animales de la creación el hombre es el único que bebe sin tener sed, come sin tener hambre y habla sin tener nada que decir."
Este crítico charlatán contempla absolutamente perplejo el discurrir de series de "fabricación propia" que copian ideas, conceptos, tramas y personajes de unas hermanas mayores que siempre son más originales y efectivas. Los hospitales, los colegios, las comisarías y los enredos de estas series denominadas "nacionales" son como los vendedores del elixir fantástico, pero con doscientos años de retraso. Nos pretenden convencer de las propiedades fantásticas de tal producto, de tal pócima. Unos y otros: los literatos de pluma fácil y escocido trasero, y los cautivadores de éxitos televisivos bárbaros sonríen para una foto que ya ha sido revelada. Lo peor no es ya copiar algo, sino calcarlo sin rendir pleitesía a la evidencia y a la originalidad, mutilando así sin remisión la belleza.
El "cortar y pegar" de la mentira se hermana entonces con la desidia, con la chapuza más extrema, como si estuviéramos en un baile de disfraces y máscaras en la época de Larra, y aquel pobrecito hablador hubiera enmudecido harto de llevar a cabo revelaciones inservibles. En la literatura, como en la televisión, también todo el año es carnaval.
Escrito por: Marat.2005/10/22 09:00:00 GMT+2
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2005/10/22 08:00:00 GMT+2
Temas de sociedad, dicen. Sí, de famosos, de cotilleos, de desfiles de encefalogramas planos, de cajas registradoras abiertas las veinticuatro horas del día, de escarabajos peloteros. Macedonias de conserva, asuntos intrascendentes, besos de postín, conveniencias e inconvenientes, parejas de hecho y de desecho, peluquines pasionales, herramientas de la recaudación travestidas de pasión y enamoramiento, guiños, palideces del descaro, menestra de engaños, reconciliaciones al horno, enmascaradas y aderezadas con el perejil y la ausencia de rubor, declaraciones vacías y vacíos pensamientos. Lunas llenas de morro, satélites del egocentrismo, reflejos solares del incendiario mundo de la sinrazón. Se venden, se comercializan, se expropian, se censuran, se chantajea con ellas, con esas insípidas exclusivas pagadas a precio de oro con los ahorrillos de la monotonía. Entran en la atracción de frío y de calor, de combinaciones prestigiosas basadas en la nimiedad y la melancolía del vecindario.
Partícipes del éxito, recibiendo una firma, un gesto o un simple saludo, los miembros de la plebe giran sus cabezas cuando pasan junto a ellos los malabaristas de la atracción rosa. ¿Qué demonios ha hecho ese color para recibir esa plaga nominal tan perversa? ¿El mundo del corazón? Demasiados donantes demenciales para un órgano tan serio; demasiadas metáforas para un vertedero tan amplio. Todo se tiñe de rosa en la terrible fiesta del engaño. Y luego llega la noche y se cierne sobre todos la oscuridad.
Escrito por: Marat.2005/10/22 08:00:00 GMT+2
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2005/10/07 08:00:00 GMT+2
La tele es un álbum de sellos con los rostros descompuestos de miles de adolescentes y pequeños que gritan y lloran antes los héroes artificiales de la tele. Los triunfitos besan un cielo protector en inmensos pedestales de paja y heno, que se derrumbarán en cuanto el lobo de la realidad sople y resople. "Esto es lo mío. Yo quiero dedicarme a esto toda la vida", sentencia una de las jóvenes aupadas con técnicas modernas y machaconas de un marketing virulento y nocivo para la música. Lo dice después de firmar mil y un autógrafos, justo tras recibir miles de besos, mientras unos guardas de seguridad representan una tragicomedia en tres actos, casi tan patética como la de esos guardias civiles de entremés liándose a porrazos con los inmigrantes que acaban de saltar la valla. (¿Se puede saber qué van a arreglar así?). Esos triunfitos llevan un número de escoltas y arrejuntaos directamente proporcional al del dinero que puede chorrear de su imagen y de sus gorgoritos sobre un escenario con más trucos que los boletos de una feria, perrito piloto incluido.
Verdaderamente es una operación triunfo, una liposucción rebanadora del sentido común. Es el fast-food musical de estos tiempos locos que corren. Cualquiera le explica a la masa rugiente en busca de una firma de los cantarines de la tele quién fue un tal Wolfgang Amadeus Mozart, un genio que murió antes de llegar a los 40 y que dejó un legado de creación sublime que hoy se ha convertido en un jeroglífico indescifrable para los jóvenes españoles, a quienes desde un sistema educativo ideado por negligentes cum laude se les está relegando al desconocimiento atroz de todo aquello que puede significar la música más allá del puro negocio. Nunca la música desafinada se vendió tánto y tan cara.
"Esto es lo mío. Yo quiero dedicarme a esto toda la vida". Claro, y yo quiero ser María Callas, pero no me atrevo a ser ni Farinelli. ¡Menudo corte!
Escrito por: Marat.2005/10/07 08:00:00 GMT+2
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2005/09/13 08:00:00 GMT+2
Nunca he creído en esa máxima del servilismo comercial que asegura que el cliente siempre tiene la razón. La he cuestionado día y noche. De cualquier forma, la obsesiva búsqueda de la maximización de beneficios y la falta de escrúpulos de muchos empresarios le han dado matarile a la máxima. La han degollado escrupulosamente con nocturnidad y alevosía. Han llevado a los consumidores al otro extremo. Las dosis de estoicismo se venden ya en las farmacias en pequeñas capsulitas. Son ideales para las visitas a Hacienda, a Correos y al INEM. Las recomiendo, ahora que lo que nos toca es sufrir el imperio antagónico que marca la pérdida absoluta de nuestros derechos como consumidores. Yo, al menos, me siento pisoteado a diario. Si voy al médico de la Seguridad Social, entro con una hora de retraso; si voy al médico de una sociedad privada, creo estar enfrente de un prestidigitador que mediante un truco de chistera y dos requiebros evita hacerme unas pruebas de enorme valor para mi salud y gran coste para la empresa que le paga. Lo segundo, generalmente, prima sobre lo primero y se me pone cara de tonto. Los tipos tratan de evitar hacerte pruebas caras. Claro, están para ganar dinero, no para ejercer de buenos samaritanos. Montesquieu habrá muerto, pero es que el cadáver de Hipócrates no lo entienden ni los mendas del CSI.
La semana pasada asistí embobado a una escena digna de los hermanos Marx. En la tercera planta de una clínica privada de Madrid un paciente se acercó a una empleada del centro para darle los resultados de una analítica que pertenecían a otro paciente y que habían terminado en un sobre inadecuado - o sea, el suyo- por negligencia o despiste - vaya usted a saber- de otro empleado del centro. La empleada le dijo al paciente que ella no podía hacer nada y que debía llevarlo a la segunda planta, a la ventanilla de información. "De ahí vengo, pero es que está cerrada", contestó el buen hombre. Ni por ésas; la empleada insistía en que eso no era cosa suya y aún tardó en aceptar a regañadientes la información confidencial de un paciente al que le entregarían seguramente un sobre vacío. Su sobre, su diagnóstico, sus resultados, su documento privado estaba recorriendo un largo camino a lomos de la desidia, la falta de profesionalidad y el meneíto circense de una enfermera pasota. Fue una actitud sanitaria realmente insana.
Otro lugar emblemático a la hora de sacar de quicio a los clientes es el banco. Con ellos tú te lo guisas y tú te lo comes, y encima pagando cada vez mayores comisiones. Te sacan las entrañas en un abrir y cerrar de ojos. Por pagar, pagas hasta el franqueo de las cartas que te envían a casa. Aunque, seamos positivos, luego está el programilla ése de puntos, que te puede hacer feliz simplemente por pagar tus compras con la tarjeta de tu entidad bancaria. Una gozada: cuando te hayas gastado 36.000 euros van y te regalan, así como el que no quiere la cosa, un paraguas o un cenicerito la mar de mono. Filantrópicos que se ponen, oiga. El mundo al revés: los atracadores se refugian tras cristales blindados. El mundo al revés: el banco de Botín muestra los carteles publicitarios de su nueva hipoteca con el lema "Revolución" en grandes letras rojas. Usura científica. Hipotecados del mundo, uníos. Ya me he calentado. Lo del transporte público lo dejo para otro día, eh, que ya me está saliendo el sarpullido, indicador exacto e inequívoco de que el nivel de mala hostia está superando los niveles máximos permitidos en la sangre.
Vámonos al fútbol, otro espectáculo en el que el cliente siempre tiene la razón. En los estadios de fútbol proliferan desde hace décadas palurdos que se creen con el derecho de insultar a la madre de sus ídolos cada vez que éstos pierden un partido. Consideran que el hecho de pagar una entrada les procura sin remisión la pulserita del "todo incluido". De la madre del árbitro, ni hablamos. Amparados en la muchedumbre y cobijados bajo el manto de la permisividad de los que debieran ser garantes de la seguridad de los estadios, algunos lanzan objetos y escupitajos a los jugadores visitantes cada vez que se acercan al banderín del corner. Nadie les exige que rindan cuentas. Los listos se creen que a la afición hay que darle siempre la razón, como a los tontos. A Florentino Pérez pocos se atreven a llevarle la contraria. El gestor del Real Madrid le echó un pulso a José María García, y el caudillo de las ondas radiofónicas españolas terminó como Ícaro. Llevo años desgañitándome en tertulias balompédicas para advertir de la ruina que se cierne sobre el Real Madrid. No van a dejar ni el epitafio. El Madrid me recuerda a Nueva Orleáns -discúlpenme la frivolidad-: se ve venir, se ve venir, pero nadie hace nada para evitarlo. En menos de tres años el club madridista, que ya ha jubilado a Luis Figo, se quedará sin Beckham y sin Zidane. La broma mercadotécnica le habrá salido cara a Florentino, que deberá renovar el gasto en fichajes. Se enfrentará a un problema: no hay más ciudades deportivas que vender en pleno Paseo de la Castellana. Y que nadie se sorprenda cuando se ponga en venta el Santiago Bernabéu.
Como a tontos trata a los consumidores ese fabricante de cigarrillos que se anuncia a bombo y platillo con un eslogan peregrino: "Enriquezca su vida". Lo más triste es que hay quien va y pica. Es una adicción en carne viva: fumar para perderlo todo; fumar para morir, mientras otros se hacen ricos. Al final, por completar el álbum con los puntos de las etiquetas de las cajetillas acabarán regalando un nicho y un sepelio en condiciones.
"Eso es una tontería de nada". Cuántas veces hemos escuchado esta mágica frase que le resta importancia a un acontecimiento, o que es capaz de paliar la magnitud de una acción quizás desafortunada. No deberíamos utilizarla ante la reciente y creciente actitud de escamoteo que emplea Telecinco con sus espectadores. En los informativos de esta cadena les sisan sin la más mínima pulcritud las parcelas de información de las que no pueden sacar tajada. En el tiempo dedicado a la información deportiva sacan pecho con la Fórmula 1: Alonso para aquí, Alonso para allá, Alonso de perfil, Alonso de frente, una mueca de Alonso. La selección española de fútbol se juega esa noche su clasificación para el Mundial de Alemania, pero el editor del informativo de Telecinco lo silencia. También se produce un mutismo absoluto acerca del ganador de la etapa de la otrora trascendental Vuelta ciclista a España. ¿Hay que contratar a periodistas o a trileros? Si hay una palabra que resuma ética y profesionalmente esta actitud de siseo es "vomitiva". Se silencia consciente y deliberadamente la actualidad informativa. La información es, finalmente, un brazo articulado más del mecano del marketing. Agag sonríe, y todos tan frescos. Pues por mí, como si a Alonso de la dan el Príncipe de Asturias. O como si le hacen profesor de Georgetown, mire usté.
Cara de gilipollas se te queda cuando ves a unos críos gemir hasta la muerte. Sólo quedan en tu recuerdo los destellos de unos ojos acristalados por el sufrimiento. Mueren por culpa de una encefalitis. Son indios. Una vacuna les salvaría la vida, pero las autoridades no disponen de medios. Se trata de seres sin recursos. ¿Ayuda internacional? No seamos ilusos, las castas son las castas. No son de la nuestra, aunque cuando muramos, a nosotros nos brillen los ojos exactamente igual que a ellos.
Cara de pringao se le quedó a mi hermano la semana pasada en un centro comercial de Ikea. Sintió que le estaban tomando el pelo y puso una queja. No pudo ser más acertada. En la hoja de reclamaciones puso: "Cuando a ustedes se les reclama algo, se hacen los suecos".
Hablando de decoración: solamente un tonto podría creerse que ese polifacético y afamado escritor y redecorador de la Historia es capaz de producir best-sellers como churros sin recurrir a la magia negra. Él pone la semillita y otros le recogen el algodón. Las estanterías de las librerías están repletas de sus obras. Lo más curioso es que suele colocar cada mes varias de ellas en el cajón de las novedades. Es la locomotora humana, el escribano compulsivo, el expreso parroquiano, un tres en uno de órdago. Reparte volúmenes de forma epiléptica. Los días para él tienen treinta horas. Acaba un ensayo con la mano izquierda mientras escribe el segundo capítulo de una biografía con la derecha. Tiene tiempo para dejarse ver y hacer oír. Está lo que se dice en la onda. Su insultante promiscuidad le permite hacer extras como colaborador en el abecé del periodismo y pescar en la Red con absoluta libertad. Una cosa es eso de "a río revuelto, ganancia de pescadores", y otra muy distinta utilizar redes de arrastre y merendarse sin remilgos a los pezqueñines que se te cruzan por delante. Él nunca sacia su mefistofélica hambre, degusta premios literarios en cada sobremesa. Ya se sabe: en determinados ambientes los premios se cambian como los cromos. Este hombre es un pulpo repleto de tentáculos, un misterioso ser, un naranjito, verdadera mascota del liberalismo a ultranza. Es un sacerdote sumo por partida doble. Es dos veces sumo, o sea. Complace los intereses editoriales. Idolatra a la virgen de Quintana. Recibe apodos que mezclan su ingenioso porte de Jabugo y su frenético compás vital. Todo siempre refrito en la inigualable celeridad de su infatigable pluma. No diré hoy su nombre. La verdad es que el tipo es un hiperactivo, un sargento de hierro del ejército que le paga. Las cosas como son. Al césar lo que es del césar.
Escrito por: Marat.2005/09/13 08:00:00 GMT+2
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2005/09/01 08:00:00 GMT+2
Me han salido dos calvas en la barba y el médico me ha dicho que se ha apoderado de mí el virus del déjà vu. Me estoy planteando tomarme un descanso. Puede que me resulte necesario convertirme en un ausente. El bosque de los opinantes no notará mi desaparición. Me siento como la cuerda tensa de una guitarra, a punto de resquebrajarse, a punto de saltar en medio de la afinación. Una distensión no vendrá mal. Será mucho mejor que interrumpir el concierto justo en medio de éste.
Tengo la sensación de que los opinantes somos como agujas del reloj, envejeciendo sin ser capaces de convencer al mecanismo de que nos saque de la rutina. Giramos, damos una y otra vez vueltas, creyendo que el desfile es cada vez distinto. Y, es cierto, puede que sea distinto, quizá cada viaje sea una mota de polvo en las coordenadas de la existencia, pero el destino es siempre el mismo, constantemente completamos el recorrido previsto sin que el tiempo se detenga. El tiempo nos arrastra y a la vez nosotros arrastramos al tiempo.
Nada impide el paso del tiempo, nadie trastoca el ir y venir sempiterno de las agujas. Creo que mi vida, como mis opiniones, reproduce las convulsiones del segundero. Todo acaba cuando concluye la fuerza y vitalidad de la cuerda del reloj. Y ésa sí que es una mala noticia. Cada columna, cada ensayo, cada ponencia, cada intervención, cada conferencia es un viaje en la esfera del horario. El segundero avanza erguido, orgulloso, parapetado tras el cristal de la vanidad, sintiéndose blindado, intocable e inalterable. Es un pobre diablo, cree que él es el tiempo en sí mismo, pero no pasa de ser un simple notario. Y ni quiera sabemos si lo es de la realidad, porque, ¿qué es la realidad? Pues eso, girar y girar.
Escrito por: Marat.2005/09/01 08:00:00 GMT+2
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2005/08/26 08:00:00 GMT+2
Ayer me levante con muy buen pie, feliz, enérgicamente optimista, radiante, animado y con gran vigor. Pero fue dar dos pasos y, zas, me resbalé, metiéndome un leñazo de mil demonios. Así que regresé sin más al desánimo candente que me reconcome. Me han salido dos calvas en la barba. No sé si será el estrés o si se trata sencillamente de mi inadaptación al medio. Pongo la tele y me quemo, compro un periódico y me irrito, enciendo la radio y me deprimo, salgo a la calle y me cruzo con César Vidal. Sé que no soy nada original al decir esto, pero ¿qué he hecho yo para merecerme esto?
La semana pasada estuve charlando con un primo lejano que, además, venía de muy lejos (de París, para más señas). Tiene 17 años y se marcó un discurso de no te menees sobre el capitalismo. Y encima, repasando algunos episodios de la historia de España. Anda, pregúntale aquí a un chaval de 17 años por la historia de Francia, verás. Me decía que el sistema no era bueno, pero que era quizá el menos malo, argumento trillado donde los haya, ciertamente. Le invité a que echara una mirada al sur. Le dije que esa interesada adaptación quevedesca del "ande yo caliente y ríase la gente" no me vale. Es un tío inteligente; espero su respuesta.
Son muchas las plumas que estos días esculpen en las columnas de los diarios semblanzas del éxito del sistema capitalista. ¿Esculpen o escupen? Abundan los autores encantados de haberse conocido, dispuestos a defender con uñas y dientes su modo de vida, sus ingresos y sus privilegios. Nadan a favor de corriente. Por decirlo de otra manera, van en un yate y prefieren abrir una botella de champán a perder un instante de su lujosa vida en salvar a los náufragos de una maltrecha patera.
La visión y concepción de este sistema como el mejor posible o como el menos malo pasa por encima del sentimiento trágico de la realidad que tenemos quienes creemos que merecemos un mundo mejor. Hoy te insultan llamándote idealista.
Me enredo en las páginas de un periódico y una melancolía sumisa da paso enseguida a una deprimente sensación de impotencia. El mejor sistema posible permite que más de 2.600 millones de personas carezcan de instalaciones sanitarias suficientes; consiente que más de mil millones de personas en el mundo consuman agua no potable (son datos de OMS y UNICEF). El mejor sistema posible no evita que la diarrea cause la muerte a 1.800.000 personas cada año (la mayoría, menores de cinco años). El menos malo de los sistemas garantiza la existencia de casi cuatro millones de personas esclavizadas en todo el mundo (datos de Manos Unidas).
Y en nuestro privilegiado hábitat, el mejor sistema posible no hace nada por evitar que el precio de la vivienda suba 4,5 veces más que los salarios desde 1998; nada porque el sueldo real de los trabajadores españoles baje a niveles del año 1997, ya que esto obedece a una "compensación de la economía para contrarrestar los efectos de la caída sistemática de la productividad media por persona". El ser humano como mercancía, ¿les suena?
El mejor sistema posible logra, además, que en España los menores de 30 años sean los más insatisfechos con el trabajo, debido a los sueldos bajos, los horarios abusivos, la creciente dureza del trabajo, y la escasa estabilidad laboral.
El menos malo de los sistemas permite al pentágono reclutar en el Ejército más bélico de los últimos 60 años a los malos estudiantes del país.
El mejor de los sistemas es capaz de hacer caer a un fabricante de sueños e ilusiones como Jesmar en una suspensión de empleo. La empresa fabricante de juguetes adeuda a 100 empleados las pagas de mayo a junio y la parte proporcional de las vacaciones, según los sindicatos. El trabajo, qué gran paradoja, es en este caso un juguete roto.
Cierro el periódico. Es la menos mala de las opciones que me quedaban por hoy. Mañana intentaré no resbalarme al levantarme. Y no acudiré al kiosco. Me han salido dos calvas en la barba.
Escrito por: Marat.2005/08/26 08:00:00 GMT+2
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2005/08/19 08:00:00 GMT+2
Siente uno algo más que una pizca de rubor por tratar hoy un tema que ha cincelado con anterioridad Javier Ortiz con rotunda pulcritud y su acostumbrada claridad en ésta su página web. Pero qué le voy a hacer, no pudo morderme en este caso la lengua. Además, ya la tengo hecha trizas.
Lamento la muerte de los 17 militares españoles en Afganistán como lamento el fallecimiento de los 50 españoles que perdieron sus vidas en la carretera durante el último puente veraniego. Es más, cabe semejante dosis de lamento por adelantado ante la desaparición de los otros 50 españoles que pondrán fin a sus vidas en la próxima operación retorno a lo largo de estas carreteras de guadaña y abismo.Tanto la actividad de los militares como la de los conductores conllevan riesgos, aunque las circunstancias y el entorno sean distintos, muy distintos. Sufrir un accidente entra dentro del bombo diario del infortunio.
Los militares, y en especial aquellos que emprenden campañas en países en conflicto, asumen inicialmente mayores cuotas de riesgo. Además, portan armas y poseen un entrenamiento especial para defenderse de ataques y, naturalmente, para atacar en caso de necesidad -aunque habría que definir de quién es o quién fija esa necesidad-. Es su profesión. Así se ganan la vida. Forman parte de un ejército. No estoy descubriendo América, claro está. Obvio es lo obvio.
Hay quien no duda ya en hablar de "los héroes de Afganistán". El propio Zapatero ha manifestado que los 17 militares españoles "murieron defendiendo grandes valores, murieron conforme al juramento que han hecho, de defender la vida, la libertad y la paz". Yo, desde luego, no estaría dispuesto a dar mi vida por defender esa supuesta libertad y esa supuesta paz de los afganos, vigilada por los halcones de Bush. No tengo alma de héroe. Sólo soy un superviviente.
¿Saben cuál es la esperanza de vida de un afgano? Aterrador dato. Tampoco los niños afganos que han muerto bajo el fuego estadounidense son héroes; si acaso, mártires. Forman parte de ese macabro eufemismo llamado «daño colateral». Para ellos no existen las autopsias ni las identificaciones de sus cadáveres. Su delito, en muchos casos, fue jugar al fútbol con una pelota de trapo en el momento más inoportuno y en el lugar más indebido. Sus cuerpos alojaron los proyectiles de soldados de barras y estrellas que defienden la paz y la libertad. Curiosamente la paz y la libertad de sus víctimas.
El mismísimo Papa ha dicho sentirse profundamente apenado por el fallecimiento de los 17 militares españoles en accidente de helicóptero. Benedicto XVI, sin embargo, no se ha pronunciado acerca de los 177 trabajadores del sector de la construcción que han muerto durante los siete primeros meses del año en España. ¿Podríamos decir que son 177 héroes, víctimas de la precariedad laboral? ¿Cabría decir que son 177 héroes, víctimas de la falta de escrúpulos de algunos empresarios en busca de aumentar los ingresos y disminuir los gastos al precio que sea? ¿Alguien dirá en un consejo de ministros que son 177 héroes que dieron sus vidas defendiendo el derecho constitucional de los españoles a tener una vivienda digna?
Bush y los suyos han fijado su vista en Irán. Quién sabe, igual algún día recalo allí como corresponsal de guerra. En ese caso -ténganlo en cuenta- si me pegaran dos tiros y me enviaran al otro barrio, no piensen que habría dado mi vida por informar a los demás ni por describir y contar a los españoles lo que estaba pasando allí. Si eso llegara a suceder, por favor, no me llamen héroe. Simplemente habría estado allí ganándome la vida.
Escrito por: Marat.2005/08/19 08:00:00 GMT+2
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2005/08/10 08:00:00 GMT+2
Me tienen Madrid patas arriba, que aquí no quedan ya ni chulapas ni gatos. Si acaso, uno se cruza con un grupillo de manifestantes, dos comisionistas, flotas de becarios -que rima con precarios- o con algún macarra de la tele tirando de billetera, que la simpleza se cotiza al alza en los bajos fondos catódicos. Dices teta, culo, pedo, coño, pis... y hala, ya tienes tu hueco en el prime time garantizado. Y si no, te inventas un lío con Jesulín o con su padre. Y lo digo en serio, no por faltar, que el padre del torturador de toros tiene un caché que para sí quisieran muchos sementales. Para mí, que conste, no se trata sino de una de esas leyendas urbanas. Eso, o que lo de Ambiciones es nuestra viagra nacional.
Madrid, les decía antes de caer en la salsa rosa de la tontuna, es una obra rugiente, una chistera que vomita lava, ladrillos y licencias de televisión para los enemigos de Polanco. Madrid es el tablero del monopoly de un faraoncito con gafas de Harold Lloyd, cejas pobladas y una moral desorbitada. Sí, el tipo es un gran optimista. Este Ramsés gallardo quiere organizar los Juegos Olímpicos de 3012 y confía en vivir para verlo. Por las noches, mientras duerme, con su gorrito de colores rematado por una bola de felpa, sueña que es la antorcha humana y que enciende el pebetero de la Moncloa. El muy iluso aún no hay leído el Cándido de Voltaire. O si lo ha leído, no se ha enterado de la misa la media.
La capital del reino es también una zanja con dientes y lengua. Carnívora, para más señas. "Matan árboles para jugar quinielas olímpicas", reza la pintada de un vecino denunciante, ocurrente, mostrando su dolor en carne viva. Son heridas provocadas por una política de inauguraciones, carteles y eco mediático. Los incendios de este verano son quemaduras de tercer grado en los escaños de sus señorías, bomberos-toreros de la res pública, dispuestos oportunamente a la mofa y al berrinche fingido. Los bosques les importan un carajo. Otro gallo cantaría si lo que se estuviese destruyendo fueran campos de golf.
El madrileño es un tipo con mucha paciencia y con una hipoteca alojada en la tercera vértebra*. Pero algunos la pierden de vez en cuando -la paciencia, no la hipoteca- y ponen el grito en el cielo, denunciando la tala indiscriminada de árboles, que es uno de los pasatiempos preferidos del señor alcalde y de la señora presidenta de la Comunidad.
Enmohecido ya el espíritu olímpico, nos suben los precios de las instalaciones deportivas y nos las cierran los fines de semana porque a nadie sensato se la va a ocurrir nadar en una piscina climatizada un domingo, claro. Es para echarse a llorar y utilizar como moquero cualquier material de Madrid 2012, ya sea una pancartilla en seda, ya un póster con la llama viva (¡jo, jo, ji, ji!) del logo que se sacaron de la manga para hacer un paripé descomunal. Que se sabe de sobra, demonios, que los votos del COI son más previsibles que un telediario de Germán Yanke.
Por cierto, hablando del rey de Broma, grandioso estuvo el otro día, como buen alfil liberal de Telemadrid. Nos regaló -a la Humanidad me refiero- un titular de órdago: "Los medios de comunicación dependen excesivamente del Gobierno". Joder, qué disgusto cuando me enteré. Que jartá a llorar. Fue más traumático que cuando me enteré de que los Reyes Magos trabajan para Isidoro Álvarez, ETT mediante. Tremendo, el amigo Yanke. Ahí, arriesgando el tipo. Desmitificando el cuarto poder; abriendo la caja de los truenos, desnudando, derribando el mito. Telefoneé compungido a mi profesor de deontología periodística, pero me dijo su señora que se había escapado a principios de verano con la mujer del tiempo de un canal autonómico en manos del PP. Otro berrinche que me agarré.
Menos mal que aún quedan reductos de pulcritud como Telemadrid. Menos mal que aún quedan políticos como Esperanza Aguirre, donosa, respetuosa sota de espadas, vigía, faro de las libertades y garante impoluta de la libertad de los informadores del canal autonómico madrileño.
Y que no se me olvide romper una lanza en favor del yernísimo. Que hay que ver qué mala leche se gastan esos rojos que andan por ahí diciendo que Alejandro Agag va a presentar un telediario en Telemadrid. Qué mala leche, de verdad. Pero si Alejandrito no tiene más que hacer un chasquido y su tío Berlus le monta una tele o en su defecto un periódico... en cualquier parte del mundo.
* Ya sé que generalizar alegremente es un vicio de la mezquindad, pero no me negarán que he sido más sereno y comedido que Sánchez-Dragó, para quien el madrileño " es un ser maleducado, gritón, que llena la ciudad de cacas y los nobles edificios de pintadas, y es un ser tremendamente agresivo". (El Mundo, 9 de agosto de 2005)
Escrito por: Marat.2005/08/10 08:00:00 GMT+2
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2005/08/04 08:00:00 GMT+2
Me río yo del Camino de Santiago. Para peregrinaciones voluntariosas, ascensiones eclécticas a ochomiles, travesías por desiertos, maratones salvajes y otras proezas, las que emprendo cada mañana rumbo al trabajo.
Bien tempranito salgo a lo que queda de acera en mi calle, invadida por los ejércitos malignos de una operadora de cable, aliados salvajes de los constructores del Metro y otras tribus. Tras sortear varios peligros, sin reparar siquiera en los esqueletos de los conciudadanos que no advirtieron a tiempo las zanjas, las minas y otras trampas, me sitúo al final de una larga fila de pacientes trabajadores que aguardan a que aparezca en la lejanía la silueta chirriante del autobús de la EMT. Entre los feligreses de la espera, ni un ápice de resistencia, ni un atisbo de coraje o malestar, qué va; el clima es pura sumisión encriptada.
Ese trasto de esqueleto rojo nos acerca sin remisión al mundo civilizado, o sea, al que cuenta con estación de Metro. Tras veinte minutos de penitencia, la lata de conservas hace aparición. Se detiene unos metros antes, suelta a propulsión a algunos valientes que escenifican sin reparos la escena del camarote de los Marx. Después, acelerón y si te he visto no me acuerdo. Cinco minutos más tarde se dibuja en la lejanía otra lata; "esta vez si subo", me digo. No ha podido ser; un puñado de avispados se ha situado al inicio de la fila, sin respetar el orden, porque claro, el mundo de las normas y convenciones sociales no se hizo a su medida. Y aquí permanece bajo la marquesina el menda lerenda con cara de bobo... y sin baraja de póker.
A la tercera va la vencida. Después de usar los codos con un invidente y de vencer a codazos a una anciana en la escalera del latamóvil, por fin emprendo rumbo a uno de los mejores metros del mundo (Gallardón dixit). ¡Qué emociones me ofrece el despertar de la jornada!
En el interior de la sala de torturas (cortesía de la empresa municipal de transportes) se ha hecho la oscuridad y un hedor indescriptible me lleva hasta las escenas de Rambo II en las que al pobre boina verde (o lo que demonios fuese Johnny) un charly encabronao lo llena de excrementos.
¿Cómo vivir en Madrid? Día a día.
Pierdes la decencia, y es de suponer que más de uno diga adiós a su virginidad a lomos de esa máquina de estrechar seres humanos. Una señora de grandes rulos grasientos me ha plantado su pechamen izquierdo sobre mi codo derecho y no sé qué carajo hacer con él; la situación es de lo más comprometida. No hay mala intención ni lujuria, resulta obvio, pero la cosa me ruboriza. De cómo han quedado mis zapatos nuevos después de tres abordajes en sendas paradas, ni hablo.
Cada frenazo provoca una orgía de vaivenes, sensibilidades al rojo vivo, apechugamientos, hermanamientos de carne. Compartimos el perfume mañanero, racionamos sin pudor las dosis amenazantes de halitosis.
Trato de trepar por encima de un señor con gafas, creo que he pisado a un niño. El pequeño se ha puesto a berrear y un padre enorme con brazos de fontanero me ha perdonado la vida. Soy un gato al que le han perdonado siete veces la vida durante la última semana. La siguiente es mi parada, comienzo a creer en los milagros. Ahora o nunca. Alguien me ha mordido una oreja. No lo soporto.
Me ha parecido ver a una embarazada en el suelo; no tengo tiempo para detenerme. Además, la última vez que ejercí de buen samaritano me robaron el abono transportes, que cuesta un ojo de la cara. Además, yo no estoy para parábolas.
Me coloco el parche, me abrocho el pantalón, me adecento el ropaje, saco el peine y hago lo que puedo. Alguien ha perdido su lazo azul. Yo, un par de botones de la camisa y un calcetín.
Siempre suelto alguna bordería en referencia al espíritu olímpico de la ciudad, pero la gente - al menos los que pueden girar el cuello- me miran con caras destempladas. Finalmente, he logrado bajarme del autobús sano y salvo. Soy uno de los supervivientes.
Ahora comienza otra dura prueba: el Metro. Hoy es 1 de agosto, una masa incontrolada puja por comprar el billetito del mes; la máquina expendedora está averiada. Qué tragedia. Spain is different. La empleada de Metro, parapetada tras una luna blindada, tiene cara de circunstancias. De los tres tornos de entrada, uno no funciona. Coño, hoy la cosa no está tan mal. La escalera mecánica está cerrada por un cartelito que reza: "Bajen por las escaleras". Lo de pedir disculpas por las molestias deberá aguardar.
En el andén somos legión. Nos garantizan que en apenas cinco minutos llegará el siguiente tren. Así es, cumplen religiosamente lo anunciado. Eso sí, en hora punta, en esos cinco minutos una manada enloquecida asalta cada día las instalaciones del Metro repartiendo legañas y otros posos del descanso nocturno.
El tren viene atestado, repleto. Transporta a unos extraños seres sudorosos. Al entrar hemos arramplao con una ancianita que debía bajar en esa estación; deberá dar la vuelta en la próxima, y suerte tiene de conservar intacta la mayor parte de su dentadura postiza. Los extraños seres han resultado ser personas. Una mutación provocada por las altas temperaturas se ha cebado con ellas. Me temo que yo no escaparé. El vagón es un horno. Me han vuelto a morder la oreja. No lo soporto.
Hay falta de espacio. Un tipo con bigote y yo parecemos siameses. Somos siameses, no hay duda. Una chica se ha desmayado; dos tipos afables la rescatan y la sacan con dirección al andén. "Tengo la regla", comenta justo antes de volver a perder la consciencia. En realidad, ella es la excepción que confirma la regla. Cualquier día nos desmayaremos los miles de ciudadanos que viajamos en esos trenes sin aire acondicionado.
La marea humana me ha desplazado contra mi voluntad y ahora me encuentro lejos de las puertas. La próxima es mi parada, pero ¿cómo le digo a esta señora de gran escote que sea tan amable de dejarme pasar? Creo que he elegido la peor opción, a tenor de los ladridos que ha emitido ese ser con bigote y trenzas. Me ha dicho que me coja un taxis, que soy un señorito. También ha tenido palabras de cariño para mi padre. Le he devuelto el cumplido sin advertir la presencia de un mamut que debía ser su marido. He escapado por los pelos.
Creo que me he enganchado el bajo de un pantalón y unos flecos se derraman ahora cada vez que doy un paso. Estoy agotado. Aún me quedan escollos por salvar. Realizo el trasbordo junto al resto de penitentes. Parece el día del Juicio Final.
En el nuevo andén las cosas han mejorado, ya no temo por mi vida. Llega el tren; éste si cuenta con aire acondicionado. Eso sí, el magreo no me lo quita ni Dios. Miro de reojo por si aparecen el mamut y su señora.
Por fin llego a Plaza de Castilla. La salida de esta estación es como una eterna repetición de la apertura de puertas de El Corte Inglés en el inicio de las rebajas. El señor de bigotes cuya cabeza permanecía pegada a la mía me ha adelantado por la derecha. Salgo a los andenes de los autobuses... Dios, ¿han hecho huelga hoy los conductores? ¿Están celebrando el fichaje de Robinho y han cerrado la Cibeles? ¿Qué coño pasa hoy aquí? ¿Qué es todo este gentío? Un acordeón humano se mueve a espasmos. Sálvese quien pueda. Miles de periódicos gratuitos empapelan el mugriento suelo, que yace herido por miles de pisadas que buscan el hueco milagroso, el atajo mañanero, evitando la zancadilla de la competencia. No hay orden ni concierto; el andén que me corresponde es un matadero, una anarquía improvisada, no hay respeto que valga. Es la ley del más fuerte, del más caradura, puro Nietzsche. Si el alemán viera esto añadiría detalles a su máxima: "Dios ha muerto, tratando de coger el autobús en la Plaza de Castilla".
Tengo una reunión, así que no hay piedad. Empleando toda mi gama de codazos, todo el repertorio de movimientos de autodefensa y un juego sucio sin límites he conseguido encaramarme al segundo autobús. He triunfado. Sí, he perdido las gafas de sol, pero ¿y qué? Han cortado los carriles centrales de salida y entrada a Madrid. El caos es morrocotudo, tremendo, tremebundo. A estas alturas, necesitaría volver a pasar por la ducha para estar presentable en la reunión. Por fin, dos horas después de comenzar la aventura, llego a la oficina. 120 minutos intensos en los que me dio tiempo a maldecir a alcalde, acordarme de la presidenta de la Comunidad, del concejal de urbanismo, de Ana Botella -por si las moscas tiene algo que ver- y de otros pastorcillos de un belén que necesita un ejercicio de exorcismo. Que me dejen a mí el agua bendita, la estaca, los ajos y termino en un periquete con la vampirización de nuestra ciudad. Justo al bajar del autobús me han vuelto a morder la oreja. Y así como el que no quiere la cosa... me ha dado gustirrinín.
Escrito por: Marat.2005/08/04 08:00:00 GMT+2
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