Debería llamarse Gran Hermana, aunque fuera sólo por el tremendo esfuerzo que lleva a cabo Mercedes Milá tratando de erigirse en protagonista, en estrella, en el centro de la atención, en el principal reclamo de este concurso que convirtió un buen día el televisor de los españoles en el ojo de una cerradura. Los millones de telespectadores que se han asomado a él desde entonces han establecido un hábito estudiado a conciencia por sociólogos, psicólogos, astrólogos de postín y dermatólogos, pues un sarpullido puede considerarse un espectáculo basado en la irritabilidad de lo intrascendente. El gremio de los participantes en esta feria de vanidades banales es amplio y está formado por toda suerte de librepensadores. Telecinco reunió el pasado domingo a varios de ellos para promocionar la cuarta edición, con la excusa de repasar las mejores jugadas de las tres anteriores. Fue una moviola semicircense, dirigida con la habitual carga de histrionismo que aporta la superstar Milá. Completando el reparto, un psicólogo al cargo de la selección de las fieras, perdón, de los participantes; un hijo de Gustavo Bueno, anunciado a petición propia como Ghermanólogo; y un par de presentadores de la casa, por si a la Milá le faltaba el aliento -algo tan difícil como comprender la obra de Álvarez del Manzano en el Ayuntamiento de Madrid-. El cóctel resultante no pasó de ser un garrafón de esos que dejan huella en forma de cefalea. En plena noria de la mezcolanza uno de los concursantes de una edición anterior, prototipo del hombre bonachón, áspero, decía: "Yo nací libre y moriré libre". Monsieur Bueno masculló: "Hombre, eso es un tanto metafísico", a lo que el concursante respondió: "Ni metafísico, ni hostias". Fue, sin duda, un ejercicio de sencillez dogmática y equilibrio sincero; no eran horas para la metafísica. El prime time es otra cosa, eso lo entiende a la perfección Isabel Gemio, que a esa misma hora nos presentaba en Antena 3 a una abuela y a una nieta en un plató muy parecido al de Encuentros en la Tercera Fase; al menos yo me sentía como si estuviera contemplando seres de otro planeta. Pero sigamos en Telecinco, en su Gran Hermano, en esa dinámica sencilla y conocida ya por una gran mayoría: 10 individuos se meten en una casa a verlas venir, sin contacto con el exterior y con el fin de alcanzar los millones del premio final, con un reglamento menos exigente que el libro de estilo de La Razón y con decenas de cámaras persiguiendo hasta sus bostezos. Los héroes, vamos, los concursantes, se nominan entre ellos creando camarillas y grupos de interés en los que hay más transfuguismo que en el lodazal de la política. Después, el público decide a quién echar de la casa, enviando mensajes a través del móvil o llamando a un 906, el negocio del presente, muy sexy, muy rentable. Los primeros concursantes acudieron al experimento en busca del botín, en busca de la bolsa del dinero, pero la cosa ha cambiado. Ahora los muchachos se pirran por darse a conocer, pierden el trasero por convertirse en objetos de culto y consumo. Desnudos en Interviú, broncas de granja a las que eufemísticamente se denomina tertulias y colaboraciones especiales en distintos medios les garantizan una buena recaudación y alguna que otra visita a la Factoría Sardá. Vigilados por un ejército de cámaras, los concursantes deben aprender a comportarse con naturalidad aun a sabiendas de que un zoom puede mostrar sus amígdalas en cualquier momento. La maestra de ceremonias, la sempiterna y radiante señora Milá, es también su guía espiritual, su profesora de destreza corporal. Sus clases incluyen un vademécum de gestos y aspavientos, preguntas a los cámaras, al regidor, al niño de los bocadillos y a los telespectadores, pues parece que es a ellos a quienes les pregunta eso de ¿vamos a publi, o qué? Eso o que la pillan peinándose cada dos por tres, en una muestra palpable de que la industria de la laca está en declive, pues ya ni siquiera las presentadoras de televisión la usan (siempre les quedará Pitita Ridruejo). En algún momento del programa se habló de la profesionalización de los concursantes. Fue éste uno de los puntos clave de la noche, independientemente de que Milá, más pendiente del guión, no le concediera la menor importancia. Importante porque indica que hay miles de jóvenes españoles dispuestos a meterse en una casa en busca de popularidad, en busca de reconocimiento; porque indica que hay miles de jóvenes españoles preparados para dejar sus trabajos, sus estudios o sus penas para compartir alcoba, presupuesto y desayuno con otros nueve extraños. Quieren ser profesionales, pretenden robarle el plano a Mercedes Milá, algo tan complicado como leerle en los labios un discurso a Aznar. Estos presuntos profesionales quieren formar parte de la cultura televisiva, sueñan con ser entrevistados por María Teresa Campos, y para ello tiene que cumplir con una máxima: ser polémicos. Premio extra lleva además el amorío desenfrenado con otro habitante de la casa, eso son ya palabras mayores, un derecho a montar el show en directo en Crónicas Marcianas. Así las cosas, a veces, uno tiene la impresión de que el ochenta por ciento de la población sabe quién es Javito -el último ganador- y de que al menos un 25 por ciento se ha gastado los duros votando en esa ruleta de pasiones herzianas. Porcentajes mucho más altos de los que se obtendrían al comprobar la popularidad del líder (¿?) de Izquierda Unida, Gaspar Llamazares. Aunque, bien pensado, ¿se imaginan a Zaplana, Fraga, Esperanza Aguirre, Pujol, Caldera, Mayor Oreja, Cristina Almeida, Arenas, Ibarretxe y Llamazares en una casa encerrados durante tres meses? ¿Canibalismo en Gran Hermano? ¿Le hace falta a la política española un Gran Hermano? Una pena que no les pueda decir eso de que no me respondan ahora, sino tras la publicidad. En fin, que en apenas una semana, diez nuevos concursantes entrarán en La Casa dispuestos a iniciar una nueva carrera de resistencia. Les aguarda la ingeniería televisiva, la fábrica ideal de bodrios y muñecos deformes, la gran mentira embadurnada de azúcar para endulzar el futuro amargo de estas criaturas. Cuando sus intrascendentes vivencias ya no interesen, los genios pensantes de la televisión no tendrán más que cambiar la cerradura.
2002/10/02 08:00:00 GMT+2
Gran Hermana
Escrito por: Marat.2002/10/02 08:00:00 GMT+2
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