El secreto está en la masa, que decía aquél. A Iturgaiz lo pillaron con las manos en la masa. Una masa casual, eso sí, producto de la casualidad. Una masa crujiente, con el descaro como de hojaldre, por seguir con la receta de la impostura del amigo Iturgaiz. Un falsete este Iturgaiz. Un tramposillo este Iturgaiz. Y no se ha ganado estos calificativos precisamente en una partida de mus, sino ejerciendo su cargo representativo en el Parlamento Vasco.
No se juega uno lo mismo sobre un tapete con unos amigotes y unas copichuelas, que en una votación parlamentaria escondiendo el as debajo de la manga de la impostura y la desvergüenza. Esa triquiñuela del impostor Iturgaiz olía a fraude, a gatuperio, a estafa. Una estafa a los ciudadanos vascos. Lo trincaron dándole al manubrio, consumando el camelo, el tongo.
A uno lo pillan copiando en un examen, chuleta en ristre, y lo sacan del aula con un cero patatero y una convocatoria maligna para septiembre; a un extremo lo calan "tirándose a la piscina" en el área rival y le muestran una tarjeta amarilla, que si es la segunda deja a su equipo con un peón menos en el terreno de juego, sea un amistoso o sea la final de un Mundial. ¡Y no digamos si es la insaciable Hacienda la que detecta tus maniobras orquestales en la oscuridad! Pero en política es otra cosa: te hacen la foto en plena fechoría y no pasa nada. Encima, se echan unas risas a costa del televidente. "Una incidencia casual, producto de la casualidad. Se habrá apoyado sin querer". ¿Pero es que estos tíos se han creído que somos un hatajo de estúpidos?
Aquí, en este sarao pendenciero, en esta arena del circo donde los leones ya no asustan a nadie, uno se pasa la ética por el forro de los mismísimos, y en el partido se toman unas cañas recreándose con la moviola de las mejores trampas de la votación mientras se jalan unos pinchitos, que paga el contribuyente. Hablan de vocación de servicio al ciudadano, pero marcan las cartas de la baraja para arrojar la moral al inodoro y tirar después de la cadena, para que desaparezca con el resto de los desechos.
Ni el Partido Popular le pide a Iturgaiz que dimita, ni lo destituye, ni al tramposo de marras le da por pedir disculpas, hacer las maletas y dedicarse a otra cosa.
Iturgaiz se comportó como un tunante de capa raída, como un bribonzuelo de escaño encantado, como un jeta. Aunque, a decir verdad, no ha descubierto la pólvora en su obscenidad política. Ni ha sido el primero en alargar la mano y votar por cuenta ajena, ni, lo que es peor, será el último. La deshonestidad no se castiga en el reino de la Política.
Pero, ¡ay, malditos roedores!, ¿qué hubiera sucedido si el diablillo de largas manos, si el tramposillo, si el caradura hubiese sido el lehendakari Ibarretxe? Es probable, entonces, que la CNN hubiera abierto sus informativos con las imágenes del malvado secesionista realizando tan estruendosa afrenta a la democracia. Resulta factible creer, incluso, que la Conferencia Episcopal hubiera puesto el grito en el cielo, o en el Cielo, quién sabe. Carlos Dávila habría entrevistado al cámara que consiguió las imágenes y le habría preguntado si se siente amenazado. Javier Arenas luciría su bronceado y hablaría de deslealtad a los españoles. Aznar concedería una entrevista relámpago a Urdaci para denunciar tan denigrante actitud. El diario La Razón regalaría el vídeo de la "jugada", con los comentarios de Paloma Gómez Borrero e Isabel San Sebastián. Ibarretxe sería tratado en los medios progubernamentales poco menos que como la niña del exorcista, recibiendo salivazos de agua pura y cristalina. A los niños se les presentaría al lehendakari como a un bicho al que le da vueltas la cabeza y que echa papilla verde por la boca. Pero no fue Ibarretxe, sino Iturgaiz, y, como diría Julio Iglesias, la vida sigue igual.
Lo que me pregunto es si los votantes del PP en el País Vasco seguirán fiándose de Iturgaiz después de ver cómo se las gasta. ¿O es precisamente por eso por lo que confían en él?
Comentar