En el colmo de la contradicción, he decidido poner un televisor aquí, junto a esta bañera en la que paso buena parte del día esperando a Charlotte Corday, que llega con algún siglo de retraso, como las promesas electorales de los centristas de turno. Bien visto, pocos sitios mejores para tener una tele; la distancia al retrete es menor y, visto lo visto, a veces, esto resulta fundamental.
¿Que qué hace un tipo como Marat viendo programas de televisión? Déjenme que me explique: masoquismo. Pero no es preocupante, hay a quien le da por poner a Ana de Palacio como ministra de Exteriores; hay quien le confía a Camacho el pregón de unas fiestas; otros optan por convertir en líder a Zapatero; no son pocos los que compran los libros de Ramoncín con la intención de leerlos...
Lo verdaderamente peligroso, lo preocupante es no saber apagar a tiempo el televisor. Uno corre el riesgo de presenciar espectáculos tan lamentables como insufribles.
Uno de los mejores exponentes, quizá el paradigma del bodrio fenomenológico catódico, es el engendro televisivo llamado Crónicas Marcianas (Telecinco). Poco tiene de crónicas, y menos de marcianas, salvo que imaginemos Marte como un sarao de espabilaos impenitentes, engominados del todo a cien, aves parlantes que pierden las plumas, octavos pasajeros y otras especies de un folclore repleto de hongos y caspa.
El padre de la criatura es Javier Sardá, un malabarista capaz de manejar con absoluta precisión decenas de escabrosos temas y argumentos en el centro de la pista mientras un redoble marca la cadencia. Suyas son muchas de las ideas que desembocan en escándalos pactados; suyos los guiones "ejecutados" por actores de ketchup y mostaza o tertulianos del aspaviento y del exorcismo; suyos los momentos estelares de desnudos integrales e integristas; y suyos los personajes creados a golpe de talonario y exceso de arcadas.
El éxito de la obra, en minúscula, es mayúsculo. Los anunciantes aporrean la ventanilla y forman largas colas a la espera de poder ofrecer sus productos a la audiencia. El negocio consiste en ser intermediarios, y atraer al rebaño para, a continuación, esquilarlo sin mayores problemas de conciencia. Y si hay una oveja descarriada, que le den dos duros, mañana un desnudo integral y multiplicamos los panes, los peces, los ingresos, y hasta España va bien, si hace falta.
Esta nueva temporada de Crónicas Marcianas da comienzo con todo el esplendor de los grandes episodios de la pantalla: provocación, insultos y desnudos, que a fuerza de vistos y previstos, van a terminar por resultarnos tan familiares como el de la Maja de Goya. Nada nuevo ni inesperado. Un Boris ejerciendo de histriónico, de hábil manipulador de sonrisas, de marioneta viviente que desecha los hilos y se mueve a su antojo hasta que el patrón lo llama al orden. Un Coto Matamoros de voz y facha ronca, gesticulante hasta la extenuación, vocero incansable, una especie de escáner infalible capaz de leer bit a bit el mapa de las intenciones de su jefe; sabe cuando levantarse y sabe cuándo debe sentarse. Un Enrique del Pozo, que harto de repasar la tabla del cinco y de aguantar los pareados añadidos a tal suerte, se enfrenta a todo bicho viviente en una granja cuya única rebelión pasa por que cada cual pueda cacarear más alto que el prójimo. Un par de emuladores de Kramer contra Kramer, pero en versión manga y con viñetas que provocan el estreñimiento intelectual. Son los productos refinados de un Gran Hermano que sigue exprimiendo la popularidad aun a costa de que el zumo resultante carezca de dignidad alguna. Y así, una epidemia de gladiadores que se pirran por caer en el foso de Sardá, que alimenta a los luchadores, en lugar de echarlos a los leones.. Los personajes cambian, pero todos están hechos de la misma madera, son obra del mismo Gepetto. Llega el ex de la Rociito, ex también de la Benemérita, y ahora edulcorado orador, presto y dispuesto para hace sonar el cencerro. Sardá sabe como pocos lo que hay que hacer para mantener a la audiencia satisfecha, se ríe de su sombra, consciente de que mientras el dinero entre en Caja, no le pondrán ningún reparo. Maquiavelo, primo hermano de Bradbury, pues el fin justifica los medios en esta villa marciana, donde los hombres no son animales políticos, sino que deambulan entre las sombras convertidos en animales espectadores. Hobbes, primo hermano de Maquiavelo y Bradbury, pues aúlla el espectador, que es un lobo para el espectador. Después de todo, dirán que el público tiene lo que pide. Después de todo, la alfombra roja ha sido ya extendida para que pase el hombre que lidera la franja horaria de la televisión nocturna en España, el hombre que mantiene despierta a la España eternamente dormida. Y era de eso de lo que se trataba, ¿no?
Comentar