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2005/10/22 09:00:00 GMT+2

El plagio: una diversión original

Ahora que el asunto de las gripe aviar deja un resquicio de protagonismo al plagio de las almas y las voces con eco, ahora, digo, encuentro tiempo, luz y motivación para tratar estos otros asuntos de la hiel más lastimosa y cegadora. El destello es dañino, incoherente y trágico. Las luces de la vanidad han encendido las sombras del reposo y contagiado de necedad muchas palabras e innumerables deseos, antes tan limpios...

El plagio es un castigo con dos cabezas, un reposo bicefálico, una desventura que alterna la flojedad moral con la indecencia del robo lujurioso. El balanceo no cesa nunca, ni siquiera con la llegada del fin de los días, pues el atentado, el sufrimiento y la banalidad no cicatrizan con el silencio ni con el desprecio a la verdad creativa.

El mundo de la literatura no está exento de los buitres moradores que aguardan el sueño ajeno para convertir el reposo en el fin, en un adiós involuntario. Las palabras así arrancadas se convierten en la carroña encuadernada. Nombres ilustres tratan de esquivar las sugerencias y las intenciones de los denunciantes. Otros y otras buscan explicaciones tan absurdas como la vivencia de unos párrafos revestidos por la impotencia de quien se ve incapaz de disfrutar de una narración, de un personaje cuya riqueza experimental se ve prostituida por el engaño.

El muro de las lamentaciones editoriales apenas si registra visitas. Desde una supuesta ortodoxia plagada de leyendas abominables y apariencias de recepción mediática, el desfile de atolondrados siervos del engaño continúa, pero al otro extremo de la ciudad.

Y mientras la perplejidad se oculta tras la fantasía autorizada, los lectores caen en el engaño. Qué importa quien lo escriba, pensarán algunos. ¿Qué importa entonces entrar en el redil y ceder a las tentaciones? John Steinbeck afirmó en una ocasión: "De todos los animales de la creación el hombre es el único que bebe sin tener sed, come sin tener hambre y habla sin tener nada que decir."

Este crítico charlatán contempla absolutamente perplejo el discurrir de series de "fabricación propia" que copian ideas, conceptos, tramas y personajes de unas hermanas mayores que siempre son más originales y efectivas. Los hospitales, los colegios, las comisarías y los enredos de estas series denominadas "nacionales" son como los vendedores del elixir fantástico, pero con doscientos años de retraso. Nos pretenden convencer de las propiedades fantásticas de tal producto, de tal pócima. Unos y otros: los literatos de pluma fácil y escocido trasero, y los cautivadores de éxitos televisivos bárbaros sonríen para una foto que ya ha sido revelada. Lo peor no es ya copiar algo, sino calcarlo sin rendir pleitesía a la evidencia y a la originalidad, mutilando así sin remisión la belleza.

El "cortar y pegar" de la mentira se hermana entonces con la desidia, con la chapuza más extrema, como si estuviéramos en un baile de disfraces y máscaras en la época de Larra, y aquel pobrecito hablador hubiera enmudecido harto de llevar a cabo revelaciones inservibles. En la literatura, como en la televisión, también todo el año es carnaval.

Escrito por: Marat.2005/10/22 09:00:00 GMT+2
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