Leo en el Diario Montañés una entrevista a la periodista Isabel Gemio, otrora heroína de las ondas hertzianas, diva de la sonrisa artificial y celestina mayor del reino. Me llama la atención su talante crítico con el medio:
-¿Cómo encuentra la televisión que se hace ahora?
-Muy clónica. Y está llegando muy lejos en temas fundamentales como son el derecho a la intimidad y el honor. La televisión de hoy la están haciendo personajillos, inmorales en muchos casos, que no han demostrado ningún valor, y al final el medio lo terminará haciendo esta clase de gente y no verdaderos profesionales. Cada día ocupan más espacio y parecen dispuestos a llegar mucho más lejos porque están dispuestos a pagar cualquier precio por seguir, mientras que los demás tenemos unos límites. Está degenerando demasiado.
Conclusión: Esta chica lo que necesita es amor... aunque sea por carta.
Otra de entrevistas, esta vez a Carlos Lozano, un guaperas dicharachero que ha alcanzado la cima dando cancha a los triunfitos. Es simpatiquillo, graciosote, tiene buena planta y tablas, pero le falta modestia. Dicen las malas lenguas (que son las mejores) que al chico se le ha subido a la cabeza el éxito y que ha pedido una pasta por seguir presentando ese programa con forma de máquina de churros musicales.
"¿Estaría dispuesto a rebajar su caché para volver a conducir Operación Triunfo?", le pregunta un redactor de ABC. Y contesta Lozano con enorme humildad: "Nunca, jamás lo haría. Mi caché es el que es por la audiencia. (...) En ese programa había mucha gente que cobraba más que yo, que lo único que he hecho es darle audiencia al programa". Ahí es nada. La gente no veía "O.T." por el formato, ni por la incertidumbre o la expectación que generaba, qué va; la audiencia se pirraba por verle a Carlos Lozano los mofletes. David Bisbal, Rosa, Bustamante y Chenoa eran muñecos secundarios, actores extras del show de Lozano, auténtico vendaval de la televisión, creador todopoderoso de audiencias, maestro sublime de ceremonias, tótem, volcán, sensei e imán de televidentes.
Conclusión primera: Ésta es la gente que se come el mundo.
Conclusión segunda: "Los cántaros, cuanto más vacíos, más ruido hacen". (Alfonso X el Sabio)
Conclusión tercera: "Era como un gallo que creía que el sol había salido para oírle cantar" (George Eliot)
El pasado miércoles encendí el televisor y se me apareció el tío Argiñano (que así le llama mi abuela Carmen). El hombre andaba de aquí para allá en su cocina con su gorrito inmaculado, vendiendo recetas con desparpajo y gracejo, cuando de repente soltó una frase que me puso de mala leche, vamos, que me encabronó colosalmente: "No penséis en el dinero; para ser felices no hay que pensar en el dinero". Podría haber tomado la sugerencia como una recetilla improvisada y bienintencionada, sin más, pero se me atragantó ese ramillete de perejil en forma de bienaventuranza. Si me tocó las narices el simpático Argiñano fue por su tremendo descaro. Si el sueldo no te llega para vivir, se antoja difícil, por no decir imposible, no pensar en el dinero; si tienes mucho, se hace complicado no darle vueltas a la mejor forma de conservarlo... Pero no van por ahí los tiros, no. El autor de la frase acaba de desembarcar en Telecinco tras protagonizar una intensa polémica con TVE. La cadena pública y Telecinco anduvieron un largo tiempo a la gresca (demanda incluida) a cuenta de los derechos de emisión de los programas de Argiñano. Algo olía a podrido en esa cocina (y no en Dinamarca, precisamente).
Debe de ser fácil dar ese consejo de no pensar en el dinero para alguien que posee una productora audiovisual (Bainet TV), acciones en Asegarce (que ha obtenido amplios beneficios del deporte de la pelota vasca), restaurantes, un hotelito, escuelas de cocina...
Debe de resultar sencillo dar ese consejo cuando has llenado miles de cerditos de barro con los ingresos que te han dejado tus libros de recetas, tus anuncios publicitarios vendiendo la burra y tus programas (emitidos por cientos en España y Sudamérica).
Debe de estar chupao decir cosas como ésa, cuando te cae todos los meses una pasta gansa (mucho más del sueldo medio de los españoles) por colocar estratégicamente en tu cocina de la tele dos o tres marcas (aceite, cocina...) comerciales, así, como el que no quiere la cosa.
Pero coño, si hasta sus palabras preferidas demuestran a las claras cuál es su filosofía vital y culinaria: "Rico, rico".
Conclusión primera: "La vida es tan amarga que abre a diario las ganas de comer" (Jardiel Poncela).
Conclusión segunda: Qué morro tiene el Argiñano.
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