El príncipe de Gales le ha visto las orejas al lobo, y éste, inevitablemente, se las ha visto a don Carlos. El lobo es la prensa británica, capaz de poner en jaque a la Casa Real, algo imprevisible, impensable e imposible en estas tierras movedizas de la España de pandereta (Anguita dixit).
Empavesado en su traje de príncipe de Gales, el futuro rey de Inglaterra vive estos días una auténtica pesadilla. Las portadas de los diarios británicos cuestionan su sexualidad, basados en la reconstrucción que de los hechos o tocamientos realizó un lacayo irreverente. Sí, el muy traidor afirma que Charlie se lo montaba con un mayordomo. Y ya saben aquello de "Caray con el mayordomo...".
El fondo de la cuestión no es ya si mantener a la prole de Isabel II cuesta una pasta o no, o si es coherente que a estas alturas de la película sigan existiendo unos señores que van en carroza con tres mil tíos a caballo tras ellos, o si hay que ponerse de rodillas ante su paso. Ni siquiera vamos a plantearnos desde una óptica psiquiátrica de dónde le viene a la familia real británica la cosa esa de los sombreros con zoológico incorporado. No, ahora la cuestión es si un príncipe puede ser o no homosexual o bisexual.
Mientras Charlie sale a la palestra para desmentir esto o lo otro, los titulares de la prensa decapitan sin escrúpulos la presunción de inocencia, como si fuera delito dejarse encantar por alguien del mismo sexo.
La cosa se pone seria para la monarquía en Inglaterra. Alberto de Mónaco lo lleva mejor. Los rumores no parecen afectarle.
Y aquí, en España... Bueno, aquí dejémoslo en que la duda ofende. Que uno tiene que comer.
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