El debate entre Borrell y Mayor Oreja fue muy aburrido. Tremendamente aburrido. No es que un político deba responder al perfil de showman, pero es que estos dos aburren a las ovejas. Incluso a los burros. Entrar a analizar sus respectivos discursos sería, además de una sufrida tarea, una perversión, sería como hacerles a ustedes más partícipes de ese sopor cansino y redundante con que nos obsequiaron en Telecinco los dos candidatos al Parlamento Europeo. Así que haré un esfuerzo de síntesis para aliviar los efectos de este masoquismo frenético.
Mayor Oreja vendió la supuesta prosperidad de que ha gozado España durante el periodo aznarista; Borrell vendió talante, buenas promesas y paz mundial, lo cual no deja de ser un tripartito de buenas promesas, que probablemente queden en el olvido. Los contrincantes estuvieron algo insulsos, sobre todo Mayor Oreja, cada día más en su papel de Ecce Homo, con ese rostro cargado de penitencia y delirio, rezumando misticismo, como si su paseo vital resultase un calvario sin fin; sus pobladas cejas arqueadas, la frente arrugada, e inalterable ese rictus característico que lo llevó directo al fracaso en las pasadas elecciones autonómicas vascas. Y ese pelo, un homenaje eterno a uno de los miembros del cuarteto ABBA. No me digan que no han visto a decenas de turistas alemanes en los años 70 con idéntico look al de Mayor Oreja. Para que luego digan de Anasagasti. Y Borrell, el ingeniero aeronáutico, mirando de reojo su chuleta en este examen repleto de vigilantes; aplicando las consignas de los asesores de comunicación política (dirigió su mirada directamente a la cámara en su discurso final, obedeciendo a los expertos); y sacando a relucir la guerra de Irak una y otra vez, dañando la guardia de su rival, noqueándolo en varios momentos a lo largo del debate.
Mayor Oreja tiró pronto de su producto estrella: "El terrorismo es el gran problema de la Unión Europea. (...) El problema es el terrorismo, no la guerra. (...) La Unión Europea podrá acabar con el terrorismo"... y así todo. Se lo puso en bandeja a Josep Borrell, quien soltó un gancho dialéctico directo a la mandíbula de su rival: "Usted no tiene el monopolio de la preocupación por el terrorismo, señor Mayor Oreja". Aunque una cosa es decírselo, y otra que éste lo asimile.
A pesar de dos o tres frases envenenadas, el debate careció de fuerza, no tuvo chispa. Quizá por culpa de un formato demasiado rígido, en el que el moderador hizo cumplir a rajatabla los turnos pactados, mediante la manipulación exigente de un cronómetro. El reloj se convirtió en el verdadero protagonista del careo. Demasiada burocracia temporal.
Y eso que el envite apuntaba alto veinticuatro horas antes, cuando Mayor Oreja se había referido a los "rebuznos" de su adversario socialista. El popular respondía de esa manera al ataque que Borrell había dirigido sobre el ínclito Aznar, de quien había dicho que era el "asno de Troya de los Estados Unidos en Europa". Borrell no es precisamente Aquiles, ni Aznar se parece en nada a Ulises (apañado hubiera estado Homero, que podría haber titulado sus obras con un "Mire usted, la Ilíada va bien", o incluso "Márchese, señor Aquiles, márchese"). Pero dejemos la Grecia clásica para otra ocasión más pertinente, pues de clásico no tiene nada el decirle a tu contrincante que se ha puesto burro, como si se tratase de un Homo Erectus, en lugar de un Homo Sapiens.
Yo esperaba más referencias equinas, más burradas. Mayor soltó una la mar de graciosa: eso de que los gobiernos de Felipe González habían sido tercermundistas y bananeros. Confiaba en que Borrell pusiera a caer de un burro a su adversario político, pero la cosa no dio para tanto. Pensaba que quizá Mayor tildase a su rival de ungulado perisodáctilo, o sea, de asno, pues sólo los asnos tienen la capacidad para rebuznar. Pero nada, tampoco. Quizá no se dio cuenta de que su argumento contaba a su favor con las características del asno de raza catalana, que responde al nombre de equus asinus europeus. No me digan que no es idealmente europeo.
El burro, o borrico (del latín burricus, buricus) se caracteriza por su resistencia física para llevar pesadas cargas. Representar los intereses españoles en Europa es una carga pesada, pero no parece tarea para un burro.
Borrell y Mayor perdieron una oportunidad televisiva para animar el cotarro, para darle salsa a la vida política, repleta de muermazos con o sin talante. Pero ni el candidato popular ve tres en un burro más allá del terrorismo, ni el aspirante socialista se baja de la burra. El caballero de la triste figura, o sea, Mayor, peregrina de puesto en puesto cual Fray Perico y su borrico, esta vez al asalto de Europa. Borrell cabalga hacia Bruselas a lomos de un Rucio de buen talante, al trote, sacando pecho tras el varapalo popular de las últimas elecciones generales. Ninguno de los dos tiene madera de líder. Han llegado al lugar que ocupan tras fracasar en diferentes e importantísimos proyectos. Al popular le dieron sopas con ondas en el País Vasco; a Borrell le negó la confianza su propio partido. Adaptarse o morir.
Pese a todo, en el primer debate político nacional televisado desde hace 11 años se realizaron muchas promesas. Los escépticos no tragan, piensan que para cumplirlas quizá los candidatos tengan que recurrir a la magia, y fue precisamente por algo así por lo que Lucio se convirtió en un asno, tal y como escribió Apuleyo hace casi 2000 años en "El asno de oro". Pese a la dialéctica empleada y la malvada flexibilidad del lenguaje, no nos imaginamos a unos candidatos al Parlamento con orejas de burro. Aunque, quién sabe, Apuleyo también llamó a su celebérrima obra "La metamorfosis".
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