Nadie puede negarle al joven Carlos Latre que posee un talento natural para la imitación. Su voz se convierte en un preciso instrumento a la hora de parodiar a diferentes personajes y personajillos de esta España de pandereta, colgaos, fragas y alcaldes tocones.
Latre debutaba en solitario en Telecinco el pasado domingo con un programa llamado "Latrelevisión". Uno esperaba encontrarse con un producto televisivo fresco, innovador, ocurrente y divertido (soy así de ingenuo, para qué negarlo). Nada más lejos. El resultante fue un bodrio sin pies ni cabeza, un collage de desatinos, despropósitos y mezquindades infinitas. El guión (por llamarlo de alguna manera) parecía salido de una sesión de espiritismo psicodélico transiberiano. Poca imaginación, mínimo gusto ético y estético. Un fiasco.
Latre se cebó con El Fary, a quien se encargó de humillar con cuatro presuntas coñas sin gracia alguna realizadas con la ayuda de un croma de mínimas pretensiones. Muy primario todo. Redundó en recordarnos que El Fary es un señor bajito (lo imitó vestido de David el gnomo), destrozando la caricatura con una aberrante parodia carente de ironía, sarcasmo e inteligencia. No se puede alargar una historia tan ruda simplemente porque el personaje en cuestión sea de corta estatura.
El revuelto de imitaciones y gags fue de mal en peor. Las historias provocaban la incredulidad del espectador y no la risa. "Latrelevisión" dio la sensación de ser un remiendo escasamente preparado y sin la menor chispa creativa.
Y al finalizar tan mediocre espectáculo, lo que verdaderamente quedó claro fue que Carlos Latre era el único que no había dado la talla. Él verá lo que hace, pero, a veces, para crecer hay que renunciar a determinadas cosas.
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