El acto tuvo lugar en la Discoteca Bataplan. No soy asiduo a este tipo de celebraciones, pero estuvimos allí comiendo unos pinchos, bebiendo unas cervecitas y dándole al palique. Con el ánimo de aprovechar la noche espléndida, salimos a la terraza cubierta. Así, desde allí, veíamos la Isla de Santa Clara y ese mar de Donostia que, últimamente, se parece más a una bahía mediterránea.
A medida que avanzaba la noche, eramos más los que salíamos al exterior. En una de éstas, pasó un tipo junto a nosotros. Salió con el móvil en la mano, pegado a la oreja. Hablaba con alguien, claro. Y pasó cerca diciendo la frase que da título a este apunte. No hizo falta poner la oreja para escucharla.
La verdad es que no nos extrañamos demasiado. Estábamos en Frikilandia. Pero, la cara de aquel tipo se me hacía conocida. ¿Quién es este émulo del príncipe Carlos de Inglaterra? ¿Quién este sujeto capaz de soltar tamañas lindezas a su pareja por teléfono?
Tras varios minutos, decidimos que sería algún cabrón, productor cinematográfico o algo así, y dimos por zanjadas nuestras dudas. Se acabó.
¿Se acabó? No. Esta tarde estaba fregando después de la comida. La radio encendida. ¡Zas! Le he puesto nombre y apellidos al dueño de la cara de anoche.
Claro que sí. ¡Ya sé quién es! Es periodista. ¡Claroooo! Un periodista español que escribe críticas de cine y televisión.
¡Tachan-tachaann!
Menciono aquí el nombre y apellidos por dos cosas: primera, él no se enterará; segunda, si se entera, le importará una mierda.
Me gusta este cabrón.
Nota del 13 de agosto de 2007: Veo que hay gente a la que le pone cachondo el post. Llegan a través de Google. Voy a cerrar los comentarios del post, porque creo que no vienen a cuento.