El pasado lunes estuve en un acto celebrado en la Librería Kaxilda como colofón a Euskaraldia. Harkaitz Cano leyó su Azken aurreko manifestua (El penúltimo manifiesto), una versión actualizada del que leyó semanas atrás en Elgoibar.
El escritor guipuzcoano acaba de publicar en euskera Fakirraren ahotsa (La voz del fakir), una novela en la que ficciona la vida del cantautor Imanol Larzabal. Aprovechando esta circunstancia, la periodista Leire Palacios lo entrevistó en Bizkaia Irratia. Vine el sábado de Santander hacia Ondarroa y el camino por territorio vizcaíno se hizo muy ameno gracias al diálogo que mantuvieron ambos.
Ayer domingo, tras asistir en Anoeta a la derrota de la Real contra el Valladolid, leí en el autobús camino de casa un correo que me envió un viejo amigo de la red, el eibarrés Gari Araolaza. Le había impactado un artículo de opinión publicado ese mismo día en El Diario Vasco: Simetria ezinezkoak. El autor era Harkaitz Cano.
A Gari le pareció que ese texto debía estar en castellano, porque estaba más dirigido a la comunidad castellanoparlante de Gipuzkoa que a la vascohablante. Ni corto ni perezoso lo tradujo y me lo envió.
Lo leí ayer en diagonal y hoy ya con más calma. Creo que tiene cabida en este espacio y por eso procedo a pegarlo aquí abajo. Gracias a Gari Araolaza por la traducción y a Harkaitz Cano por el original.
Fotografía de Sushi Maky.
Simetrías imposibles
¿Cuál es la relación aquí y ahora entre la cultura que se crea en euskera y la que se crea en castellano? Hay una respuesta políticamente correcta que, sin ser mentira, no resulta demasiado interesante: la relación es cada vez mejor. Se está difuminando el viejo automatismo que ideologizaba la lengua, el peso de los prejuicios de una época. Se ha acabado el tiempo de los bloques, vivan las grietas, puesto que las flores nacen en ellas. Pero los microprejuicios siguen ahí, sutil y disimuladamente, intocables. Llevamos mucho tiempo acostumbrados a juzgarnos superficialmente, ese mal hábito no se pierde de repente. A decir verdad, la pregunta es tramposa en sí misma, ya que supone que los que vivimos y trabajamos en euskera formamos un grupo cerrado y diferenciado. Y no es así. Porque todos los creadores somos castellanoparlantes, y porque hablamos en castellano a menudo, en relación o no con nuestro trabajo. Porque somos vascoparlantes intermitentes. Porque casi todos somos, antes que otra cosa y en la práctica diaria, castellanoparlantes. Y luego, algunos de nosotros, también somos vascoparlantes, en algunos sitios, por algunas horas. La persona de la cultura vasca, por lo tanto, se mueve entre los límites, yendo y viniendo, y su pan de cada día es el lado agridulce de la (auto)traducción. Aparte de hacer su trabajo, se ve obligado a ser representante de su ambiente, proselitista o predicador. «Y, ¿qué novedades hay en ese mundillo vuestro?», te preguntan de vez en cuando. El creador vasco tiene que añadir el de enviado especial a su ya de por sí larga lista de tareas; hablamos de nuestra cultura como si fuéramos turistas que hemos estado de viaje en Albania. Siendo optimistas, podríamos decir que nuestro esfuerzo es nuestro capital; nos enriquece estar en varios grupos de escala diferente y trabajar en varias lenguas. Somos responsables de marketing de nuestro mundillo, por lo tanto promotores, abogados de la defensa. La culpa de esto la tiene nuestra falta de visibilidad, claro: el que absorbe por ósmosis lo nuevo de Beyoncé, Rosalía o Pérez Reverte tiene más problemas para advertir la presencia de los creadores que tiene más cerca, ya que entiende que el cerrado grupo vasco es endogámico y que lo que hacemos no va con ellos. O, mejor dicho, que no va a ninguna parte.
Resulta trabajoso obtener el salario de una vocación como la nuestra, y solo eso ya tendría que crear una especie de «conciencia de clase», una solidaridad entre los del mismo gremio, sin importar la lengua que utilicemos. Esa solidaridad existe. Por otra parte, la lengua no es determinante, las afinidades estéticas pueden resultar más importantes para que surja la complicidad. Pero eso tampoco es del todo cierto: la mirada de quien escribe en castellano, como es normal, está más pendiente de las tendencias, suplementos literarios y polémicas españolas; sin embargo, a mí me dejan frío las riñas que a ellos les resultan estimulantes. El que crea en castellano busca la homologación en España, y, matando dos pájaros de un tiro, a mí me quiere homologar también allí. En esos casos me siento escritor albano. Extranjero en mi tierra. Ellos, sin embargo, se conforman con las noticias lejanas del mundo vasco, en general. «Dame los titulares, por favor». Como queriendo decir: «El mundo es muy grande, mi curiosidad también tiene sus límites». En esto no les falta razón; según las estadísticas, a los vascoparlantes no nos toca Shakespeare en la lotería de navidad.
Los músicos, cineastas y actores vascos están cotizados aquí y allá, siempre y cuando el euskera quede como un matiz kitsch; color local. Como recientemente ha explicado Amets Arzallus, todos estamos a favor del euskera mientras no lo coloquemos en el centro. De hecho, cuando se trata de orgullo, nos es más fácil enorgullecernos de una cultura que no tiene lengua. Tenemos dos ejemplos claros en las últimas décadas: la escultura y la gastronomía. No es casualidad que estas áreas sean las más utilizadas para vender -perdón por la indecencia- nuestra marca de forma internacional. Más aún, podríamos decir que la gastronomía es hoy lo que fue la escultura, que la tan citada modernidad líquida de Zigmunt Bauman ha liquidado a Chillida y Oteiza, los ha transformado en sentido material: la gastronomía se vende como escultura efímera. Sin embargo, cuando decimos «cultura sin lengua» nos engañamos una vez más: los escultores y cocineros se han convertido en estrellas trabajando en castellano, casi siempre.
Nos han vendido la simetría del bilingüismo, pero el peso de la simetría lo carga solo una de las dos partes: «¿me podrías repetir en castellano lo que has dicho en euskera?» nos piden de buena fe, con la excusa de llegar «a todo el público». Y nosotros mordemos el anzuelo, aunque estemos presentando una novela en euskera. Continuamente nos piden la traducción del original, la partición del disco duro de nuestra cabeza. Ustedes perdonen: eso no es simetría, sino subordinación.
Hace unos años un escritor reivindicó la «libertad de no saber euskera». Curiosa petición, sin duda alguna. ¿Y si aplicáramos ahí también la simetría? ¿De qué no sería acusado el escritor vasco que reivindicara el «derecho a no saber castellano»?
Dirán que así son las cosas aquí y ahora, que la elección es libre, cosas de la globalización, que nos toca abrazar el multiculturalismo. Sin embargo, Iván de la Nuez critica ambos en su recomendable ensayo «Teoría de la retaguardia»: el multiculturalismo sería la forma de meter «cada bestia en su jaula» y la globalización la forma de «meter todas las bestias en la misma jaula, siempre que estén suficientemente domesticadas». ¿Cuál de las jaulas elegiremos para estar en el mundo? ¿Nuestra libertad consiste en elegir jaula? Me he valido de la geometría para describir nuestra situación, pero quizás la zoología explicaría mejor algunas cosas. O sea, que las lenguas también luchan, tanto por el espacio físico como por el simbólico. El euskera, en concreto, por su supervivencia.
Comentarios
Gracias, Iturri. Lamentablemente yo soy una de esas personas que necesitan la traducción. Pertenezco a esa generación a la que no se le permitió aprender el euskera (y sin la suerte de haber crecido en algún lugar lo suficientemente pequeño como para que a "los poderes" de la época les pasara desapercibido. 46 años en el extranjero tampoco han ayudado... Pero desde lejos celebro el éxito de las ikastolas y me congratula ver tanta gente jóven recuperando la lengua.
Escrito por: Ana-Mayte Mendia.2018/12/11 01:34:6.469210 GMT+1
Gran texto de Cano.
Explica muy bien el trato que recibimos las vascoparlantes por parte de muchas personas, tanto en castellano como en francés.
¿Los podríamos llamar microfascismos?
Escrito por: Ijitto.2018/12/24 00:50:57.266130 GMT+1