Ya hablé aquí en su día de la exposición Lieder. Inaugurada el viernes pasado, 6 de febrero, en la Galería Arteko. Podrá visitarse hasta el 28 de marzo, de lunes a sábado (11:00-13:30 / 17:00-20:30).
El viernes por la mañana hubo una rueda de prensa en la que un buen amigo de este blog, Harkaitz Cano, ejerció de presentador. Por la tarde, asistimos a una nutrida inauguración en la que había mucha negrita de crónica social. Hoy, sin embargo, nos quedamos con el texto cortesía de Harkaitz (eskerrik asko).
Romanticismo revisitado
Nos ocupa hoy la presentación del proyecto Lieder. Según Mrs. Wikipedia, esa bella y sabia dama, es el lieder una composición escrita para un cantante con acompañamiento de piano que surgió en la época clásica, a finales del XVIII: la brevedad de la forma, la renuncia al virtusiosmo belcantístico y su estrecha relación con el poema y la canción popular alemana son sus características principales.
Participan en Lieder cinco artistas: Suso Saiz (músico, productor y compositor), Rafa Berrio (compositor), Diego Vasallo (pintor y compositor), Joserra Senperena (pianista, compositor, arreglista) y Thomas Canet (fotógrafo y documentalista). Pero no son los únicos. Los acompañan en el sentimiento – hoy tiene sentido decirlo así– Lord Byron, Chateaubriand, Shumann y muchos otros. Entre ellos han elaborado, además de un manifiesto o puesta en común de ciertas ideas, un único objeto, que no es otro que la exposición que hoy inauguramos, un único objeto, a mi entender, compuesto de diferentes estratos, disciplinas u órbitas, pero que gravitan en torno al mismo sentir o a la misma idea. La piedra angular es la canción, que, convienen los cinco, es "la más abstracta y la más evocadora del fondo primario inmerso en cada hombre" (la piedra angular de la que tanto se habla se la han traído también: está ahí arriba, al fondo a la izquierda, para quien tenga curiosidad de verla, formando parte de la instalación sonora de Suso Saiz).
Nada tiene que ver la de hoy con la obra de cinco artistas que eligen un término al azar, unen sus inconexas reflexiones en torno a ese tema y las presentan ante el público. Nada de eso. Vemos desde el principio que se da una complicidad brutal entre los artistas. Si uno presta atención a los cuadros que ha pintado Diego Vasallo, a las piezas para piano que ha compuesto Joserra Senperena, a las canciones de Rafa Berrio, a la instalación sonora de Suso Saiz y a esa especie de interpretación video-diarística que ha realizado Thomas Canet (levantando acta y testimonio de lo que han hecho los músicos), uno ve en lieder un único proyecto, compacto e incontestable. Mucho se habla de multidisciplinaridad, de obras artísticas transversales, de cruces de caminos, pero es realmente difícil dar con un trabajo tan bien engarzado, tan bien empastado como el que hoy presentamos.
El romanticismo es el leit motiv elegido. Ya salió la palabra… El mito romántico, mal entendido y peor digerido, ha dado lugar a equívocos y a falsos clichés que los artistas se encargan de revisitar primero, para revisar y desmontar inteligentemente después, reivindicando la verdadera esencia de lo que fue, tan en las antípodas de lo que la expresión de romántico, tan gastada y pervertida hoy en día, viene a significar en el uso común. Uno de los primeros en desmontar el romanticismo de una forma en aparencia inocente, fue uno de nuestros insignes bertsolaris, quien, al ser preguntado por un periodista "¿se considera usted un romántico?" respondió con contundente parsimonia: "No, yo soy pastor".
Pastoreemos, pues.
Hay muchas cosas de los románticos que se olvidan con frecuencia. Yo diré tan sólo una, que quizá no sea la más obvia: los románticos trabajaban mucho. De hecho, se deslomaban trabajando (basta echar una ojeada a la extensión de las "Memorias de Ultratumba" de Chateaubriand para comprobarlo).
Glosando brevemente los conceptos y los climas en los que se desenvuelve Lieder, encontramos, por ejemplo, los siguientes ecos y estados de ánimo: difícil soportabilidad de la vida, no sometimiento a nada o sometimiento al caos en todo caso, el vino como elixir redentor, apología del universo subjetivo, poética del sueño y la pesadilla; necesidad de libertad, ánimo de provocar (los incautos periodistas no lo saben pero se barajó la posibilidad de sustituir sus sillas por reclinatorios), paisaje vacío, gusto por el páramo, evocación de la ausencia, escasez de información frente a la abundancia de sensaciones. Sugestión, desgarro, tormento y regodeo en ese tormento hasta que lo oscuro, de tan oscuro, acaba por tornarse en algo casi-casi dulce o casi-casi luminoso.
Existe cierto confort en la tristeza. Y aquí damos otra vez con las canciones: canciones tristes –es la eterna pregunta: ¿escuchamos canciones tristes porque estamos tristes o es después de escucharlas cuando languidecemos?–. Se presta en el trabajo de Lieder especial atención a la ruina, al lugar de paso, al descarte, a los aparcamientos de estacionamiento prolongado, al fragmento, al hábitat desalojado; se palpa la predilección por el espíritu boscoso y nocturno, el paladeo de lo crepuscular, el gusto por el objeto usado y bollado o la foto rasgada. Destaca también la escasa presencia de la figura humana, y cuando ella aparece, lo hace siempre atenuada, desvaída, borrosa o minimizada en forma de muñecos o de retratos difuminados. La presencia humana más marcada es la suya propia, la del creador romántico que imprime su pulsión abstracta y arrebatada; no su retrato, sino su huella.
Las composiciones de Lieder se interesan no por el momento decisivo, sino por el momento posterior al crucial, el del desalojo. Quizá el sentido más notable del cruce de diferentes disciplinas artísticas no sea otro que el que uno acaba desalojando su ámbito presuntamente natural, aquel en el que se siente más seguro, para abrazar otro territorio.
Ése es el territorio Lieder.
Harkaitz Cano
Comentar