El músico donostiarra Rafa Berrio me sorprende con una reseña del primer libro de relatos de Juan Velázquez, "Secundarios de lujo". No lo he leído, pero de la lectura de la página web de la editorial Erein deduzco que el prólogo es de un poeta local, Karmelo C. Iribarren.
Rafa alimenta regularmente una especie de blog (no se puede seguir vía rss) en su página web donde cuenta las vicisitudes de un músico outsider. Esta reseña del libro no tenía sitio entre sus reflexiones musicales y decididó abrir un nuevo blog en la comunidad donostiarra gugara.
Os dejo con la reseña.
Secundarios de lujo, por Juan Velázquez
He estado leyendo durante las tres últimas noches el libro de Juan Velázquez Secundarios de lujo, y ahora que lo he terminado, repasando las solapas, mirando los últimos resquicios legibles, tal que el copyright o los datos de imprenta, después de desnudarlo de tapas y comprobar el lomo interior inscrito y una vez leída y releída la halagadora dedicatoria firmada por el propio autor a mi persona, cierro el volumen y, ensimismado, evocando las escenas con una sonrisa reminiscente, comprendo que acabo de poner fin a una Excelente Obra, opera prima para mayor mérito.
Y sin embargo todo comenzó con un malentendido, pues comprometí injustamente la obra juzgando por el primer relato, al que achaqué, en una primera impresión, un naturalismo excesivamente crudo en la forma y por el contrario una encarnadura de los personajes un tanto rígida y estereotipada, sin caer en la cuenta, como más adelante hice, de lo premeditado de este planteamiento.
Ya la primera noche pensé vagamente en Kafka y entonces comprendí el sentido: Yo sospecho que Juan Velázquez ha creado de manera deliberada para sus relatos unas figuras humanas semejantes a fantasmas sonámbulos y las ha hecho poblar, como destino forzoso, un universo que es a la vez tan alegórico como real y efectivo; un universo siniestro y cotidiano, reconocible y extraño a un tiempo, al modo de los anagramas o los emblemas, y es precisamente del resultado de esta combinación paradójica, curiosa mezcla de verismo y simbolismo, donde se fundamenta el gran acierto de esta manera de contar y alcanzar lo que se persigue, que es indudablemente Transmitir y Conmover. Y verdaderamente lo logra.
Uno tras otro los relatos se suceden con una riqueza visual admirable y con un lenguaje de claridad meridiana, pero el poso que dejan es el de los sueños raros. Para aumentar la extrañeza, la acción temporal se sitúa, en muchos casos, en unos remotos años 70 que parece mentira que hayamos vivido; muy significativos, desde luego, para mí, y para esta generación mía del hombre en la luna.
Hay 18 relatos. Pero Juan Velázquez ensaya, a la manera obsesiva de los buenos escritores, repetidamente el mismo relato. La preocupación por los conflictos de familia, por poner un ejemplo, es evidente. Los niños desamparados, los viejos solitarios, los cuarentones en crisis... todos estos personajes, generosos y bienintencionados en su mayoría, se mueven como autómatas hacia una fatalidad irreparable, muchas veces tragicómica y en todo caso funesta; pero Velázquez no es Cioran, y sólo por esa ternura agridulce y esa comprensión hacia ellos que el autor siente, queda el lector a salvo del desconsuelo.
En el relato Cerrado por jubilación, dos espectros conversan rodeados de sombras crepusculares, quizá sean hologramas proyectados en el aire, pero lo llamativo son las palabras que emplean; conceptos tan acostumbrados como Benidorm, Gin-tónic o concurso de televisión.
En El espía nos encontramos nuevamente con una historia, si se quiere, de aparecidos: Un fantasma doméstico habita aquí, no una mansión, sino un adosado con garaje, y observa con indolencia la vida pequeñoburguesa de sus moradores, no menos almas en pena que el protagonista.
En El peluche de Adela, quizá el relato más conseguido a mi juicio, con un certero retrato de la psicología femenina, se fríen chuletas de cerdo en la cocina como si nada pasara, en tanto que el cadáver oculto en el armario próximo se empeña en desplomarse. Por el narrador en primera persona sabemos que esta situación es en realidad una pesadilla recurrente, mil veces repetida, y carente de sentido.
En El último trayecto, la realidad se impone y mancha de sangre la calzada. No obstante el relato se sitúa compasivamente en una época mitológica ligada a la memoria colectiva.
En Incertidumbre se regresa de nuevo a la ambivalencia de realidad y sueño: Sólo una puerta cerrada separa ambos mundos para la heroína, amante digna y deshecha en lágrimas del lado de dentro (el último refugio), o más bien ramera y cenicienta del otro lado. Un relato excelente.
Con una anécdota mínima y muy ingeniosa, en La Calabaza se construye una historia trepidante que curiosamente sucede durante el tiempo muerto de un atasco. Los personajes son conocidos: Por un lado, en el bastidor del pequeño escenario, el sentimental, grotesco y embrutecido Polichinela, que ahora se mete rayas de cocaína y conduce coches tuneados; y por el otro, la dulce y sufrida -sólo en apariencia- Colombina.
Mi padre y yo es una cálida historia donde un niño relata con lucidez una fantasía de raptores piratas y corsarios que ya no son de este tiempo.
En Pobres diablos, otra de las mejores narraciones del volumen, dos sombras entrecruzan las siluetas desdibujadas de su vida y mantienen coloquios de tres al cuarto. A pesar de su final sorprendente, nada ocurre, y las sombras se desvanecen... pero una melancólica comprensión de la pobretería de la existencia permanece en el lector al término.
En Un cuento de Navidad la acción nos sitúa en uno de los círculos concéntricos del infierno por donde vagan arrastrando su carne mortal los condenados. Muy por debajo de los villancicos que suenan incesantemente, se escucha un débil clamor de redención. El relato posee un final memorable como respuesta a ese clamor.
De nuevo, en el diálogo de Una tarde cualquiera, el péndulo oscila entre la apariencia y la realidad estéril; entre la máscara y la calavera: Ambas exánimes.
Con una pequeña novedad en la técnica, Línea 24 es el relato del primero y último acto libre y voluntario de un hombre sin rostro. Por ello, y a pesar del suspense, es fácil entender que esté narrado desde una sala de juicios y ese hombre sea el reo de justicia.
En Buenos propósitos, dos hombres de rango desigual se ajustan las cuentas de un pasado abominable en el jardín de un asilo; pero el desequilibrio de fuerzas es sólo aparente y la revancha se hace imposible.
Una noticia inesperada sacude, en La vida es maravillosa, la rutina de hierro que los días tejen. La araña insignificante enseña con cautela sus patitas, y tras comprobar que todo está en perfecto orden, regresa a su madriguera.
Con Príncipe de Gales, llegamos a uno de los relatos más conmovedores del libro. Las obsesiones de nuevo se repiten; el baile de máscaras da comienzo con sus cambios veloces de pareja, sus equívocos y sus camelos. Finalmente el vals aminora la marcha, la música se difumina... El artificio queda de manifiesto y sin embargo (así es la vida) nadie parece sentirse engañado.
El relato Un día de campo retrata con certera puntería el amargo desencanto de los que ya han cumplido los cuarenta. Hay un matrimonio entre dos perfectos desconocidos y unos hijos que inflan globos de chicle estúpidamente. La acción transcurre en una galería de espejos deformantes y siniestros.
Los tres últimos relatos que cierran el volumen son una muestra “hard boiled” del género negro y aunque intensos y bien construidos, se desorbitan un poco de la integridad del conjunto. Siguiendo la huella de Carvalho (pero del otro lado de la ley), quizá pudieran ser el punto de arranque de una colección futura.
Sonia, mi actual amante, ha cogido el libro de mi mesa de escribir y lo ha colocado sobre su bendito lado de almohada. A ella no le gusta que le lleve ventaja con la lectura, y se ha propuesto empezar Secundarios de lujo ahora mismo. La he mirado mientras se desvestía y ha sido rápida, pues sólo tenía que quitarse el albornoz y las zapatillas chinas. De reojo la he vuelto a mirar desnuda y he sentido por un momento (...) una extrañeza y un escalofrío, algo así como una deslocalización de mi propia persona. Lo he dejado pasar porque ya me conozco y eso me ocurre a menudo. Ahora, cuando termine, me espera una siesta dulce con Sonia a mi lado. Soy un hombre con suerte. La vida es maravillosa.
Rafa Berrio.
Donostiya.
24 de agosto de 2006.
Comentarios
gora rafa!
Escrito por: alajaina!.2006/09/07 18:02:35.731000 GMT+2