Viene de aquí.
Bergamín y el futuro del periodismo
Pello: En primavera publicarás un libro sobre José Bergamín. Primero deberás explicar quién era ese señor, porque muchos seguidores de la literatura hispana apenas lo conocerán. Ya ni te hablo de los jóvenes…
Xabier: Para algunos, incluido Aranguren, es el mayor intelectual español del siglo XX, así lo dice
literalmente. ¿Por qué calificarlo como intelectual y no como literato? Porque
su literatura rebosa ideología. Es un claro seguidor de Unamuno, literato pero también filósofo o pensador. Por eso Bergamín no estaba cómodo en ningún género y los
críticos tienen tantas dificultades para situarlo en uno u otro campo.
Era de la generación del 27, como García Lorca, Alberti y todos aquellos poetas. Entonces era crítico literario, escribía poesía pero no la publicaba. Comenzó a hacerlo los últimos 20-30 años de su vida y podemos decir que era un poeta tardío. Utilizaba muchas paradojas, tenía una escritura enrevesada y no de fácil lectura. Si su labor literaria es inclasificable, lo mismo pasa con su pensamiento. Era un heterodoxo en todos los sentidos. Era católico heterodoxo, según André Malraux el único católico que se posicionó a favor de la revolución en la Guerra Civil española. Exageró un poco, porque muchos vascos también estuvieron al lado de la República. De todas formas, era un discrepante.
Bergamín se quedó en Madrid peleando a favor de la República y, al perder la guerra, padeció un exilio de 40 años. Fue amigo de artistas de todo tipo como Pablo Picasso, Buñuel… Bergamín es la historia de la España del siglo XX. Y he dicho España porque él se tenía por español por encima de todas las cosas.
Pello: Pero vino a morir al País Vasco y a depositar sus huesos aquí.
Xabier: Se vino para aquí porque pensaba que la España post-franquista que se encontró no era España ni era nada. Se quería exiliar y se exilió en Euskadi los dos últimos años de su vida.
Bergamín quería exiliarse y así hay una inscripción literal en el cementerio de Hondarribia: “...por no darles a mis huesos tierra española”. Pero, por otro lado, se unió a la lucha del Pueblo Vasco, porque no aceptaba la transición política. Euskadi era para él la esperanza de la República. Al morir, con el permiso de su familia, se puso la ikurrina encima del féretro, porque Bergamín pensaba que la ikurrina era una de las banderas republicanas junto con la catalana y la tricolor.
Pello: ¿Qué nos puede interesar a mí o a un joven lector de la revista Argia de la obra y de la figura de Bergamín?
Xabier: Bergamín es un compendio de la historia española del siglo XX. Su historia personal es muy rica. Su abuelo fue un revolucionario italiano de la época de Garibaldi. A su muerte, su hijo, el padre de Bergamín, se había quedado huérfano y bajó de los montes de Ronda a Málaga, solo. Un abogado lo encontró en la calle y se lo llevó a casa, tomándolo como hijo propio. El niño era analfabeto, pero estudió y se convirtió en conocido abogado en poco tiempo. Participó en la política malagueña, incluso en el famoso cantón de Cartagena, y más tarde fue ministro liberal en varios gobiernos monárquicos, con Eduardo Dato y otros más.
Cuando José Bergamín nació, su padre era ministro. De joven, tuvo una vida bohemia burguesa y conoció a Valle Inclán y a todos los escritores famosos de la época. En tiempos de la dictadura de Primo de Rivera, el padre se opuso al rey Alfonso XIII porque éste manejaba la dictadura y luego trabajó a favor de la República. En tiempos de la República, Bergamín dirigió la revista Cruz y Raya, la única publicación que fue católica y republicana.
En la obra de Bergamín hay prosa, teatro y poesía. Lo que más me ha interesado es su poesía. También hay crítica literaria y ensayo, donde trata los grandes temas del siglo XX, como Unamuno: España, la religión, la política… La crítica gusta, sobre todo, de sus ensayos. Estuvo en el extranjero escribiendo teatro. Y fue poeta tardío, por lo menos a la hora de publicar. Hay quien dice que al tratarse de un miembro la misma generación que aquellos grandes poetas de 1927, le avergonzaba publicar su poesía. El primer trabajo que se le conoce, los tres sonetos de Ante Cristo crucificado en la mar, lo escribió durante la caída de Barcelona en la Guerra y Antonio Machado dijo que algún día estarían en las antologías de la literatura española.
Pello: Aparte del libro, es intención tuya que el Ayuntamiento de Hondarribia le dedicara una calle a José Bergamín.
Xabier: En principio, lo que Bergamín quiere es que le lean. Uno de los dos textos que hay en su tumba dice: «Amigo que no me lee / amigo que no es mi amigo». El otro lo he citado antes. Con la publicación de este libro, pretendo que alguien se anime a leer los textos de Bergamín.Hondarribia ha homenajeado al hombre: allí está su tumba, cubierta de tierra y verde hierba, eso está muy bien. Pero Hondarribia puede hacer algo más. Mira qué paradoja: el cementerio termina en la calle Gabriel Aresti y su prolongación se llama Jacinto Mikelarena. Este escritor irunés que escribía en castellano fue franquista y fascista. José Antonio Agirre cita en sus libros el tremendo susto que se llevó al encontrarse con él en Berlín –Agirre de incógnito, disfrazado, con los nazis en el poder-. Estaría mejor, en su lugar, el nombre de José Bergamín. Pero no es Hondarribia la que tiene que pagar todas las deudas del País Vasco.
Pello: Para terminar. Aunque estés retirado, te defines como periodista. Estos últimos años, además, te has dedicado a formar a nuevos periodistas. ¿Tienes algún mensaje para los jóvenes del oficio?
Xabier: El periodismo ideal sería el que contrastara, el que diera a unos y a otros la oportunidad de dar su opinión. No es sólo una cuestión del periodismo, puesto que vale para todos los órdenes de la vida, hay que dejar hablar a unos y a otros. Y al mismo tiempo no hay que ser pesado, hay que saber sintetizar. Ese sería el periodismo ideal, el que te mostrara todas las caras de la realidad, no desde una sola ventana, sino desde diferentes ventanas. Eso sería lo que más se acercaría a la verdadera información. Pero aunque no es un imposible, sí que es bastante utópico.
¿Hay medios interesados en hacer ese tipo de periodismo? Difícilmente. Cuando nosotros comenzamos con Egin, decíamos que seríamos la «voz de los sin voz». Los sin voz podían ser en un momento dado los trabajadores que peleaban contra el patrón, en una fábrica. Pero esa empresa comienza a quitar su publicidad… y así eliminaron su publicidad de Egin algunas multinacionales y otras empresas. Hacer un periódico únicamente con el dinero de los sin voz, es muy difícil.
Ahora es diferente con el cambio que han traído las nuevas tecnologías.
Pello: ¿Crees que Internet y las nuevas tecnologías en general pueden darle chance al periodismo rebelde que te gusta a ti?
Xabier: La tecnología ha puesto patas arriba el panorama de la comunicación. Les decía a los alumnos de periodismo: trabajad la utopía, y si no encontráis un medio donde os sintáis libres, buscad en los nuevos recursos. Seguramente no os dé lo suficiente para ganaros la vida, quizás debáis ganaros el pan en otra empresa, pero podréis realizar paralelamente la utopía de la comunicación que tengáis en vuestra cabeza. Ahí están los comunicadores que trabajan en un periódico de una línea editorial concreta y que luego defienden libremente sus ideas en sus blogs.
Pello: Tras probar diferentes trabajos en el mundo de la comunicación, ¿con qué actividad de tu carrera profesional te quedas?
Xabier: Creo que como comunicador el momento más feliz que he vivido fue cuando publicaba Noticias del País Vasco con la vietnamita, sabiendo que publicaba las verdades que nadie podía, cuando no había otro medio para su difusión. Quizás fue ésa la época en la que más libremente escribí, fue cuando más yo mismo era. Puede parecer paradójico viendo mi currículo periodístico, pero fue la etapa en la que estaba más centrado y estoy muy orgulloso del trabajo de entonces. En Egin y Punto y Hora también estaba centrado, aunque limitado en algunos aspectos, pero en general sabía que eran medios izquierdistas y abertzales y creía en lo que hacía. Otra cosa es si estaba equivocado o no, pero creía en lo que hacía.
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