Viene de aquí.
De Madrid a Egin
Pello: Durante aquellos años publicaste varios libros, sobre la represión…
Xabier: Cuerpos Represivos, Disolución lo escribí antes de la creación de Egin y lo publicó la editorial Mugalde. La cosa todavía estaba difícil y recuerdo cómo pasé el texto por la frontera. El libro se distribuyó aquí en secreto. A mí me pagaban en libros y los ciento y pico que se vendieron en Vitoria los había llevado yo. Según me dijeron, algunos libros los pasaron en coche y otros en mulos por el monte.
Txiki-Otaegi, Que se vayan y Que se vayan ya los escribí en
el verano de 1978. Egin salió a la calle en septiembre de 1977 y la
primavera siguiente había tocado fondo, se veía que estaba mal estructurado y
que apenas se vendía la mitad de lo previsto. La dirección decidió despedir a
los trabajadores. Primero a los que querían irse voluntariamente, pero, de lo
contrario, había que despedir a todos. Por ello y porque no estaba de acuerdo
con la marcha del periódico se fue el director Mariano Ferrer. Nombraron a Juan
Ramón Martínez, pero murió en un accidente de circulación. Me dijeron que
debía despedir a la mitad del equipo de Vitoria y les respondí que eso lo
debería hacer otra persona, porque yo también me iba.
Pello: Echando un vistazo hoy a esos libros –y al resto que escribiste-, ¿qué recuerdos te vienen a la cabeza?
Xabier: El recuerdo que tengo de esos libros clandestinos es que fueron un servicio a la sociedad. Los que he citado arriba y el que publicó Ruedo Ibérico sobre los asesinatos de trabajadores en Vitoria, lo mismo. Reunimos las grabaciones, los documentos y demás recogidos en Vitoria. Ahí aparecían las luchas de los autónomos –dirigidos por Naves, Olavaria, etcétera-. Estaban enfrente de los sindicatos, fue así, y argumentaban que lo de Vitoria fue básicamente un movimiento popular, que el protagonismo sindical vino después. Eso era lo que decían y yo estaba próximo a ellos. Ruedo Ibérico era una editorial anarquista y yo ejercí de intermediario entre ambos.
Lo mismo en el libro Euskadi, último Estado de Excepción publicado anteriormente y dónde le daba un sentido de servicio a mi labor, pues yo más que el autor, fui quien reunió el trabajo colectivo y lo coordinó. Por eso firmaba bajo seudónimo. En un estado de excepción, el mundo ha de saber qué ha pasado. Ante una muerte criminal de trabajadores, ha de difundirse qué ha sucedido, en pocas palabras, sin esconder nada, sin censura. Durante los primeros años de la Transición había censura, y prueba de ello es que se secuestraban libros, y nuestro trabajo consistía en abrirle los ojos a la gente.
Pello: De aquella época, te queda el libro Txiki-Otaegi.
Xabier: Ahí hice algo más que un trabajo de coordinación, es más un libro mío. Me moví mucho, recogí testimonios y lo escribí. Hablé con la madre de Txiki, con sus hermanos, con su cuadrilla de Zarautz, con los militantes que estuvieron con él… Mi trabajo consistió en reconstruir su vida y situarla en aquel contexto. Hice lo mismo con quienes le conocieron en Barcelona, con el abogado Marc Palmes, saqué fotos del paraje de Cerdanyola donde fue fusilado, así como del árbol, que aún tenía restos de balas…
Lo mismo con Otaegi. Conocí a su madre Maria, sus familiares, los amigos de la cuadrilla, los abogados Bandrés y Castells… Mujika Arregi se puso muy testarudo y quería que el libro estuviera en la calle coincidiendo con el aniversario del fusilamiento y así lo hicimos, en septiembre de 1978.
Pello: En el título del libro, debajo de los nombres de ambos jóvenes, puede leerse “El viento y las raíces”.
Xabier: Ése debía haber sido el título. Para mí, la imagen de Txiki estaba ligada a la imagen del viento. Alguien que había venido de fuera, con la fuerza del viento, que había sido perejil de todas las salsas desde niño. Montañero, apasionado, militante disciplinado de una organización armada. Un golpe de viento lo llevó a la organización. Cayó casi sin tiempo para empezar. Otaegi es justo la otra cara: Otaegi es el pueblo. Un buen chaval nacido en Nuarbe, sin tanta conciencia política como Txiki, que entró en ETA por evolución natural, como un ciudadano corriente, iba a decir que entró casi sin darse cuenta… Porque está en su forma de ser, en sus raíces. Era un hombre del pueblo, nada complicado, aficionado al ciclismo, que jugaba al fútbol, a las cartas, juerguista. Un sano chaval de pueblo, pero que tenía claro que él también debía echar una mano. Se limitó a colaborar, no anduvo con pistola como Txiki. Son dos personas contrapuestas pero al mismo tiempo complementarias, el inmigrante y las raíces. Estábamos en pleno franquismo, en medio de la violencia, no era la situación actual… Por eso es tan difícil explicar lo que eran Txiki y Otaegi a quien no conoció aquellos tiempos. Estoy seguro de que es incluso complicado explicárselo a los actuales militantes de ETA y, aún más, a los jóvenes de la kale borroka.
No consigo entender el sentido de la kale borroka. Recuerdo la crítica que ETA hizo en la década de los ochenta a varios chavales que comenzaron por su cuenta. Calcinaron la Casa del Pueblo del PSE en Portugalete y murieron dos personas. ETA dejó claro en aquella época que no estaba a favor de la kale borroka. Por lo que parece, ahora sí que tiene sentido… Entiendo que los jóvenes exploten ante algunas situaciones especialmente injustas, pero quizá la izquierda abertzale debería ser capaz de discutir políticamente sobre esta cuestión y no dejarlo únicamente en manos del activismo. Porque este activismo a veces está lleno de generosidad, pero otras no es más que el desahogo de algunas personas que gustan del alboroto.
Pello: Otro libro tuyo, La cuenta de los pasos. Ahí cuentas tus vivencias en la cárcel.
Xabier: Estando en prisión, editaron otro libro con mi firma: El delito de opinar. Se recogen en él artículos publicados en Punto y Hora, editoriales, el texto de la sentencia, etc. El epílogo es obra de José Bergamín, donde cuenta la visita que me hizo. Los dibujos son del hernaniarra Satur Idarreta, que había estado poco antes en prisión.
La cuenta de los pasos es una especie de diario escrito en la cárcel, con poesía. Es mi libro más auténtico, porque me sale desde dentro. Aparecen los malos ratos que pasé, entre otras cosas. Lo publicó la editoral POSA de Madrid. Me animó Blanco Chivite. Condenado a muerte junto a Txiki y Otaegi y otros tres miembros del FRAPP –también fusilados-, consiguió el indulto y salvó el pellejo.
Pello: En una ocasión me dijiste que tu padre fue miembro del Araba Buru Batzar.
Xabier: Así es. Estuvo preso. Nuestro padre era veterinario, presidente de los veterinarios de Vitoria, y cuando salió de la cárcel le prohibieron ejercer su profesión. Nos fuimos a vivir a un pueblo pequeño, Ozaeta. Es un pueblo cuyos montes limitan con los de Oñate y Araotz. Cuando era crío, todavía había algún pastor que hablaba en euskara. Mi padre hacía quesos allí, quesos y piedras de afilar con las piedras del río. Mi madre murió en 1940. Éramos cinco hermanos; yo el segundo y tenía cinco años. Más tarde, le permitieron ser veterinario y se casó con la hija del médico de Ozaeta. Allí, la familia Placer Martínez de Lezea era abertzale. Durante la guerra, fusilaron a un hermano de mi madre en Vitoria, era de ANV y había sido gestor en la Diputación de Álava. Lo prendieron junto a Lauaxeta en Gernika y fusilaron a ambos dos. Otro hermano de mi madre fue comandante de las tropas vascas y murió en el frente de Amurrio. Él fue el padre del conocido cura Félix Placer. Otro de los hermanos tuvo que exiliarse en los Estados Unidos y fue profesor de la Universidad de Columbia hasta su muerte.
Pello: Es decir, tanto la tesis como los libros fueron una especie de ajuste de cuentas con lo visto y vivido en tu niñez.
Xabier: Fueron tiempos difíciles. Nuestro padre no nos contaba nada, nosotros veíamos lo que pasaba, pero él tenía un pánico tremendo. Tengo una anécdota prendida en la memoria. Una vez, tendría yo diez años, mi padre me trajo a San Mames para ver un partido y, a la altura del puente de Deusto, me di cuenta de que algo pasaba con un hombre que venía de frente: mi padre me apretó fuertemente la mano. La persona que venía se paró y comenzó a hablar con él; empezaron a discutir. Más tarde, mi padre me contó que aquel hombre era Juan Ajuriagerra. Estaría recién salido de la cárcel y seguramente que le diría a mi padre que contaba con él y que éste le respondería que tenía que vivir… No sé, no recuerdo la entrevista, pero sí que mi padre estaba alterado, aunque el no me contó nada.
En una ocasión sí que participó en algo. Según nos relató más tarde, iban a trasladar a un preso de Madrid a San Sebastián en tren y sus amigos le salían al paso dándole alguna contraseña, que le esperaban en Atocha o no sé qué. Nuestro padre estuvo en la estación de Vitoria y más tarde nos dijo que la cosa salió muy bien. Pero por lo demás, mi padre vivía aterrado. Durante la Segunda Guerra Mundial, tenía un gran mapa de Europa e iba dibujando en él los movimientos que escuchaba por la noche a escondidas, marcaba cómo los aliados proseguían con su ofensiva contra los nazis. Eso hizo que Javier Añua y yo tuviéramos una idea: tendríamos diez años, más o menos, y entramos en el cuarto donde mi padre tenía la radio, nos pusimos una manta por encima y escuchamos Radio Euskadi, a escondidas.
Pello: Dedicaste tu tesis a estudiar los
vaivenes de la Iglesia Católica de entonces y también publicaste un par de
libros, El nudo corredizo y Por Dios hacia el imperio.
Xabier: Durante mi niñez vi de manera notoria
el comportamiento de la Iglesia, porque le daba un barniz religioso a la
política franquista. Puede ser discutible, pero la idea que yo defiendo en la
tesis es que, en sus comienzos, el franquismo necesitaba de la iglesia vasca
para lograr su legitimación ante el pueblo oprimido. Es una cuestión
complicada, porque algunos curas estuvieron de parte del pueblo perdedor.
Entonces, ¿cómo podría ayudarle la iglesia al franquismo?
Para empezar, hizo una gran limpia. Además de los 14 sacerdotes que fusilaron, encarcelaron a otros 200 o 300 curas y frailes, los enviaron a Carmona (Andalucía) y no los liberaron hasta 1943. Asimismo desterraron y marginaron a casi 1.000 más. Si querían una iglesia favorable al régimen, debían hacer una buena limpia. Y lo hicieron de arriba abajo. El cura Mateo Mujika era monárquico pero no se avino a que se llevara a cabo aquella operación, tuvo que irse a Roma y murió, ciego, en Zarautz. Seguía siendo obispo de Vitoria, porque no aceptó presentar la dimisión que le pidió Roma, y hasta su muerte en 1944 otro obispo ejerció de administrador, Lauzurika, hijo de Iurreta, que hablaba euskara y que hizo un trabajo tremendo a favor del régimen, hasta el punto de que Franco llegó a decir: “Tengo un obispo que, hablando de Dios, habla de España en las provincias vascongadas”. Lauzurika recorrió todo su territorio hablando en euskara de España. Era carlista.
Comenzando por el rector del Seminario, limpiaron la iglesia de arriba abajo,
reemplazando a los anteriores con curas carlistas, adeptos al régimen. Cuando
liberaron a los apresados en Andalucía, en 1944, los enviaron lejos de sus
pueblos. En pueblos donde había muchas personas que sólo hablaban euskara, el
maestro y el cura sólo sabían castellano. A los curas vasco-hablantes los
enviaban a pueblos pequeños de Álava o más lejos aún. Y entonces se dieron
fenómenos como los que te he comentado antes: cuando años después fui a ejercer
mi labor sacerdotal a Okina (Álava), me quedé sorprendido porque allí supieran
qué era Euskadi. Y es que allí había estado uno de los curas encarcelados en
Carmona.
Hay que tener en cuenta que el País Vasco
de 1940 era muy religioso. Era muy duro para los vascos ir a la iglesia y tener
que escuchar las barbaridades que se soltaban. Porque los curas eran
representantes del régimen. Por otro lado, los alcaldes y gobernadores de
Álava, Bizkaia, Gipuzkoa y Navarra no eran falangistas ni monárquicos, eran
carlistas y su discurso iba bien servido de religión. Frecuentemente los curas
hablaban como alcaldes y éstos como curas. Eso era el nacional-catolicismo.
En mi tesis analicé el discurso
religioso de las autoridades, porque hablaban de la eucaristía y de Dios,
mientras que Lauzurika y otros curas mentaban a España con la boca llena.
Pello: A pesar de todo, continúas colaborando
en la revista Herria 2000 Eliza, aunque te definas como no creyente...
Xabier: Hay dentro de la Iglesia gente
comprometida con los problemas diarios, la ha habido siempre, quizás antes más
que ahora. Ese compromiso permite el trabajo común del creyente y del no
creyente a la búsqueda del mismo objetivo social o humano. Pero ese tipo de
gente es marginada por la Iglesia oficial, como lo fueron los Cristianos por el
Socialismo o el grupo Gogor, etc. También yo estaba comprometido en ello, me
esforzaba y además con todo el convencimiento. No tenía parroquia, no repartía
sacramentos, no casaba a la gente, pero era cura.
Ahora tengo una hermana monja en Sudamérica y estoy totalmente identificado con ella, aunque yo no sea creyente y ella lo sepa. Trabaja en la selva peruana tratando de proveer las necesidades básicas de la gente, construyendo una pequeña central eléctrica y cosas así. También me identifico con el movimiento Herria 2000 Eliza, no en temas religiosos pero sí en el lado humano, y me parece que están haciendo un buen trabajo. No soy capaz de hacer eso, porque no confío en la iglesia católica, pero ellos sí y piensan que han de continuar así. Escribo, sobre todo, de temas socio-políticos y eclesiásticos, críticas sobre la iglesia. Ellos me aceptan las críticas, aunque su punto de partida sea distinto.
Continúa aquí.
Comentar