He pasado estos días acabando de leer «El mundo de ayer» de Stefan Zweig. Traigo aquí un par de pasajes.
Pasaporte
Cuando en marzo de 1938 Hitler se quedó con Austria (Anschluss), el escritor se tuvo que conformar con la condición de apátrida.
Cuenta lo bien que entendió entonces lo que le dijo diez años antes el escritor ruso Dmitri Merezhkovski. Se lamentaba este de que sus libros estuvieran prohibidos en Rusia, mientras que Zweig le quiso consolar con la idea de que tenían difusión mundial.
Zweig llevaba residiendo varios años ya en Londres, pero esa condición le supuso bajar un nivel en el escalón ciudadano y tener que pedir documentos que certificaran su condicion apátrida.
Cuenta también que el pasaporte fue una consecuencia nociva de la Primera Guerra Mundial y recuerda que previamente a ella viajó por el mundo (Europa, India, América...) sin necesidad de llevar ningún papel en regla. Antes la policía no te preguntaba nada, ni tu pedías nada.
A partir de entonces, el Zweig viajero se sintió tratado como un criminal: fotografías, cortarse el pelo dejando a la vista las orejas, huellas dactilares, todo tipo de certificados...
Falsas ilusiones
En septiembre de 1938, el inglés Chamberlain y el francés Daladier fueron (supuestamente) a negociar a Múnich. El resultado fueron los llamados Pactos de Múnich.
Me ha resultado curioso leer que cuando Hitler y Mussolini consintieron reunirse en la ciudad alemana, el parlamento de Londres cayó en una euforia no contenida. Gritos y aplausos de los presentes.
Señala Zweig que la reacción fue totalmente comprensible desde el punto de vista humano, pero un tremendo error político. Porque Hitler vio que los británicos no querían la guerra y que Chamberlain más que ir a negociar la paz, venía a implorarla.
A pesar de todo ello, el documento Peace for our time fue recibido como un gran triunfo por la prensa y la opinión pública.
El problema es que Hitler no tardó ni 48 horas en pasarse el mismo por la entrepierna.
Termina diciendo el escritor: «La gran luz de la esperanza se había apagado. Pero había brillado durante un día o dos y nos había calentado los corazones. No quiero ni puedo olvidar aquellos días».
Convendrá tenerlo en cuenta cada vez que oigamos que llega(n) la(s) vacuna(s). Por si acaso.
Pasaporteak eta ilusio faltsuak, apunte hau euskaraz.
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