Nota: Columna publicada por el escritor Pako Aristi el 17 de octubre de 2003 en el periódico Berria, tras la detención por orden del juez Del Olmo de ocho personas del Parque Cultural Martín Ugalde. Traducción: Mikel Iturria.
El aliento del lobo en el cogote
Mi vida es de lo más normal, como la de todos los vascos. El lunes di una charla en Eibar. El martes atendí una entrevista por teléfono. El periodista me pidió que contara alguna anécdota relacionada con Venezuela. Le conté que, hasta la llegada de Chávez, todos los presidentes han sido unos ladrones. Había uno, Rómulo Betancourt, que dijo: «Que se me quemen las manos si he robado dinero al Estado ». Al día siguiente, sufrió un atentado pero salió por su propio pie del automóvil. La foto con los brazos en alto fue portada en todos los diarios; al pobre sólo se le quemaron las manos, nada más. Esto no es un chiste, ni siquiera realismo mágico, sino la tendencia tozuda que tiene la realidad para sacar a la luz las contradicciones (las mentiras, los fraudes).
El miércoles pasé más de medio día leyendo un libro escrito por Bertrand Russell en 1930, The conquest of happiness, o La conquista de la felicidad. En este libro escrito ya hace tantos años, encontraba yo parecidos con muchas cosas que suceden actualmente, y subrayé una de tantas, por deformación profesional, porque acostumbro a tener los libros llenos de subrayados, cada uno de ellos acompañado de alguna pequeña definición, ya que pueden valerme para alguna columna. 1930. Profético, le puse a este párrafo: «Hoy en día hay otro tipo de miedo, el miedo a lo que la prensa diga de nosotros, que provoca un miedo similar al de las cazas de brujas en la Edad Media. Cuando los periódicos deciden convertir a una persona inocente en criminal, las consecuencias pueden ser terribles. Felizmente, la mayoría de la gente está libre de ese destino porque son desconocidos, pero a medida que la publicidad vaya afilando sus armas, el peligro de esta nueva persecución social irá creciendo».
Ayer me levanté de lo más normal, como todos los vascos. Puse a calentar el café, pero nada más encender la radio, me barrunté algo. No sabía cuál era la noticia, pero podía oír las reacciones. Y sentí el nerviosismo que últimamente siento ante un suceso de estos: el aliento del lobo en el cogote. Qué habrá sucedido, a quién se habrán llevado... Antes no lo sentía. Porque antes la policía buscaba armas, cócteles, pero hoy busca papeles, y yo vivo en el mundo del papel. Cuando empiezan a dar nombres, imagino que voy a escuchar «Pako Aristi», pero no, eso no es posible, yo estoy en casa. ¿Estoy en casa? Desde que comenzaron a detener y golpear a gente del mundo de la cultura, todos debemos escribir: «estoy en casa, por ahora».
Salí a la calle y Martín el cartero me preguntó: ¿sabes algo de lo de esta mañana? Y yo le dije que no, que estaba recién levantado. Los euskaldunes no sabemos nada, pero al mismo tiempo lo sabemos todo. El estampido que quiebra la paz nocturna, cientos de policías que rodean el barrio, palizas, gritos, las explicaciones del ministro con la cara de quien quisiera dar la impresión de que poco a poco se está acabando con esa bestia llamada ETA... Después de cada detención, todos los informativos se repiten como una letanía. La única información interesante para los vascos es la de conocer los nombres. Todo lo demás va camino de convertirse en una maldición bíblica de nuestras raíces.
Luego me llamaron de Berria para pedirme este artículo y comencé a escribir estas reflexiones que ahora leéis, mientras por la radio escuchaba una tras otra declaraciones de gente del mundo del euskera, de consejeros del Gobierno Vasco, de Elkarri, de Otegi...
Le he oído decir a alguien que pondría la mano en el fuego por todos los detenidos. Yo también. Es imprescindible mostrar nuestra solidaridad con ellos y denunciar esta situación, continuamente, pero ya la cuestión no reside en si han cometido o no han cometido algún delito. Sabemos que aquí ya hay miles de detenidos que no han olido ni de lejos el delito. Pero cuando en la radio he oído lo de la mano y el fuego, me he acordado de los camiones quemados el fin de semana pasado en Irun. Entonces no me pidieron de ningún periódico que escribiera algo, aunque a mí me pareció una noticia tremenda. Allí había demasiado fuego; allí había demasiadas pérdidas. Y no he oído a nadie decir que aquello fuera una burrada, no en nuestro lado por lo menos, el del mundo del euskara. Puede que no haya ninguna relación entre ambas noticias, pero a mí me gusta relacionar las cosas. Porque quien ama a un pueblo, lo ama en su totalidad. Ha de mirar, examinar y amar todo.
La cuestión es que los vascos tenemos encendidos muchos fuegos, y uno de los mayores fue el provocado en el momento en que ETA decidió volver a usar las armas. Este incendio le restó 80.000 votos a la izquierda abertzale y mucha fuerza, ilusión y capacidad de unidad al mundo del euskera, a la construcción de un pueblo. Ningún periódico me pidió que escribiera algo ante aquella noticia tan importante.
Sin embargo, la realidad es tozuda y hoy sí, hoy me han pedido que escriba, y este hecho me ha permitido utilizar la cita de Bertrand Russell. Porque en España y en Europa, el vasco se ha convertido, informativamente, en un pueblo apestoso. Ante el mundo somos unos apestados que hacen que crezca el asombro de quienes nos conocen personalmente. Ayer leí el cansancio de Rui Pereira, el periodista portugués que entrevistó a ETA: nadie quería publicar la entrevista, ni gratis. Los vascos somos víctimas, víctimas del estado más represivo e intolerante de Europa, pero somos los únicos culpables de nuestra incapacidad para hablar entre nosotros. Por un artículo publicado en Gara hemos sabido que en Argentina, en una charla ofrecida por representantes del Gobierno Vasco, a la hora de dar a conocer las claves más importantes de nuestra situación, no han hablado del cierre de Egunkaria, ni de otros muchos ataques.
Ante nuevos ataques, no podemos quedarnos en la mera protesta. Todo es consecuencia de los errores cometidos anteriormente, de los acuerdos no logrados, sobre todo por culpa de los partidos que no aman Euskal Herria tanto como dicen, porque, de lo contrario, pondrían por encima de los intereses partidistas sus fuerzas en pro de un acuerdo de mínimos.
Yo soy un vasco normal: no quiero pasarme la vida escribiendo para protestar. Quiero conocer y vivir la época de la creación, no la de la salvaje destrucción, recogiendo las cenizas, los heridos por la vida o los sueños truncados, curando continuamente su dolor, mi dolor.
Comentar