Viene de aquí: Miñan (II): Ojos para escuchar.
Entrevista original -> : Mugimendu bat zuri-beltzean (Un movimiento en blanco y negro).
Maddi Ane Txoperena: Luego hiciste una petición de asilo, Ibrahima. ¿Por qué aquí y no en otro país? Mucha gente pasó la frontera hacia el norte de Europa: tú no.
Ibrahima Balde: Yo también quería ir, pero cuando dejas un país para ir a otro, tienes que saber cómo. En mi cabeza no estaba solo irme: quería encontrar una solución para ayudar a las personas que estaban detrás mío. Porque si yo como, ten en cuenta que también pienso si mi madre y mis hermanas pequeñas han comido. Antes ni pensaba en comprar unos zapatos o una camiseta para mí. Mi espíritu no viene hacia mí, sino que va hacia mis padres y mis hermanas pequeñas. Si ellas están bien, yo estoy muy bien. Eso complica mi vida, porque yo quizás pueda vivir solo: si tengo algo, soy yo quien lo sabe, y si no tengo nada, solamente lo sé yo. Pero mis padres... [Comienza a llorar].
Amets Arzalluz: [Tras un rato en silencio] Pero tú también fuiste a Hendaia, Ibrahima, justo antes de conocerme a mí. ¿Lo recuerdas? Cruzó la frontera [mirando a la periodista]. Cuéntalo [a Ibrahima].
I. B.: Fuimos hacia Hendaia; era de noche. Eramos unos cuantos: cuatro o cinco. Nos pilló la Policía francesa, a eso de las 3 o 4 de la mañana, en la estación de tren, y nos llevó a comisaría. Escribieron una breve nota que decía que no teníamos derecho a cruzar y que debíamos permanecer aquí. Nos llevaron al puente y volvimos a pie. Nos quedamos en un parque y vinieron dos mujeres de la Red de Apoyo de Irun. Nos acompañaron a la Cruz Roja, porque teníamos derecho a estar tres noches allí. Y es lo que hicimos.
M.A.T.: ¿Y luego?
I. B.: Al salir de la Cruz Roja, fuimos al hospital. La Red de Apoyo nos atendió allí. Éramos unos cuantos, tres o cuatro: Lansana, Bamba, Mouloud y yo mismo. Fuimos a los Capuchinos [en octubre de 2018, abrieron a los migrantes el convento de los capuchinos de Hondarribia]. Allí pasamos como dos semanas y luego el CEAR nos trasládo a Oñati.
M.A.T.: ¿Cómo comenzaste con el papeleo?
I. B.: Preguntamos a la gente que estaba en los capuchinos qué podíamos hacer y qué no. Nos dijeron que toda Europa es Europa. Yo tenía necesidad de trabajar. Cuando me dijeron que no podía trabajar sin papeles, me puse malo, porque no sabía qué hacer. No he tenido papeles nunca.
M.A.T.: ¿Y entonces?
I. B.: Un amigo me dijo que podía solicitar asilo y que, de lograrlo, podía sacarme la vida. Decidí pedir asilo, por tanto. Hay dos tarjetas rojas: la primera y la segunda. Con la primera, me fui a Madrid, a hacer un cursillo de mecánica. Pero cuando pedí la segunda, me la denegaron. Estaba perdido, no sabía qué hacer. Todo lo que había hecho fue en vano.
M.A.T.: ¿Qué hiciste?
I. B.: La gente del CEAR me dijo que podía continuar con el cursillo, pero me quedé sin sitio para dormir. Estuve en una asociación hasta que una mujer me acogió en su casa. Ahora vivo allí.
A. A.: Te dan citas para analizar la concesión o no del asilo y, generalmente, se toman su tiempo. Mientras no te responden, estás en una especie de paréntesis legal y tienes derecho a un alojamiento. Pensábamos que tardaría más, pero la respuesta fue muy rápida.
M.A.T.: ¿Ahí fue cuando surgió la idea del libro?
A. A.: Pensando que teníamos tiempo (casi un año), mi intención era hacer algo para dárselo a la Policía. Y durante mucho tiempo imaginé que la segunda persona que aparece en el libro, ese «tú», era un policía. Luego, cambiaron los criterios de un día para otro, y la cita que estaba prevista para abril se adelantó a octubre: no teníamos tiempo para acabar el trabajo que habíamos comenzado. Y, además, pensé que quizá era darle demasiada importancia a la Policía y que, posiblemente, no se leyera el dossier. Y menos en euskera.
M.A.T.: ¿Es díficil que te concedan asilo, no?
A. A.: Aunque la gente cumpla todas las condiciones y tenga todas la pruebas habidas y por haber, muchas veces deniegan el asilo. Y, lamentablemente, una tragedia como la de Ibrahima no la contemplan a la hora de concederlo. Veía que no tenía ninguna posibilidad, pero quería ayudarle de una u otra manera... Si no podía obtener protección política que, al menos, tuviera protección social.
Cuando se la denegaron, le dieron quince días para abandonar el Estado Español y el espacio Schengen: aunque quisiera, logísticamente hablando era imposible. Desde entonces está en riesgo de expulsión.
M.A.T.: ¿Es esa tu situación ahora, Ibrahima?
I. B.: Sí.
A.A.: Además, nadie te explica nada. El abogado de oficio interpuso un recurso contra la denegación de asilo y creo que, mientras no haya respuesta, estamos en un paréntesis legal. Creemos que ahora no hay peligro, pero si hubiera un cambio político...
I. B.: El siguiente paso es el del arraigo: tienes que pasar tres años aquí. Me dijeron que para ello necesitas un pasaporte, empadronamiento... Pero yo no tengo nada de lo que me piden: jamás he tenido pasaporte.
M.A.T.: Ahora estás haciendo un cursillo en Madrid. ¿Qué tal?
I. B.: Bien, nos arreglamos bien. Dentro de poco cumpliré diez meses. Allí tengo un gran respeto por la gente y ellos lo tienen hacia mí.
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