"Deja que te cuente mi historia, soy un hombre con una discapacidad muy evidente. Ya metido en la década de los 40 principales sólo dos mujeres han tenido el amor y el coraje de entregarse y dejar que yo me entregara a ellas en cuerpo y alma, una por la red, y otra “en directo”, sin que mediara un trato mercantil de por medio. El resto me ha rechazado, en los tiempos de los cuerpos danone resulta casi impropio mostrarte como un ser sexuado cuando te sientas en una silla de ruedas, tu espalda se parece a un signo de interrogación y no se te empina la polla (la mayoría no llegan a saber tanto). Lo máximo que obtienes son frases del tipo “qué valor le echas a la vida”. ¡Joder, qué bonito! Si existe un cielo seguro que toda la corte celestial me recibe con trompetas y todo, pero mientras tengo ganas de, follar, si follar: sentir las caricias de una mujer en mi cuerpo, a falta de sentir un orgasmo, provocarlo en otra persona, y si es posible, amar y ser amado. Lo peor es que reconozco el derecho de esas mujeres a rechazarme, a nadie le gusta acostarse con alguien que no es de su agrado. Tampoco les echo toda la culpa a ellas, soy una persona tímida y me falta desparpajo para compensar la falta de atractivo físico".
Parte de un comentario dejado por alguien que firma como Anfalas en el blog Prostitución: una visión (sub)-objetiva, compleja y global. 3 de mayo de 2009.
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