A través de este texto de Magda Bandera supe de la existencia de Boris Matijas, un joven inmigrante balcánico que vive en Barcelona desde hace más de tres años. Desde esta primavera, Boris escribe en un blog llamado Los papeles de Boris. Muy interesante para conocer la movida de los Balcanes, Cataluña, España... la vida misma.
Creo que Boris trabaja, entre otras cosas, de camarero. También de traductor (cuando le llaman). Pero sería un periodista cojonudo. A veces publica artículos en la web de Café Diverso.
Aprovechando este día festivo me he pasado por su web y he leído bastantes de sus posts. Llama la atención lo bien que escribe en castellano. Pero no sólo eso. También lo que dice. Da gusto leerle. Creo que aprenderé mucho siguiendo su bitácora.
A continuación he recogido algunos de sus mensajes.
Al instante me dijo que debía presentarme en los Juzgados de Barcelona al día siguiente. Allí me personé y esperé sentado a que llegara mi cliente “yugoslavo”.
Venía esposado y al verle me acordé de un chiste que me contó un danés:
- “Esto es un coche. Dentro hay un serbio, un bosnio, un croata y un albanés. ¿Quién conduce?”
- “La policía”. Esa era la respuesta.
¡Odio los domingos!
Son los días que más triste me ponen. Es que simplemente tengo que fingir que me da igual. Ccomer lo que como normalmente y que lo haré de una forma mecánica sólo para satisfacer mis necesidades básicas. Últimamente tengo los domingos libres y estos se han convertido en mis días de "reflexión".
Con tanto "reflejo" me pongo brillante y salgo a tomar algo. Entonces veo a todas estas familias saciadas de comidas dominicales, tres platos y postre. Y me siento inseguro, vulnerable, invisible. Me entran ganas de pedir una cerveza y soltar una frase tonta y chistosa a la camarera, pero querría decírsela en mi idioma. Y querría que me pusiera la cara correspondiente también en mi idioma. Me gustaría no tener que traducirlo todo antes de decirlo. Querría ser más presente. Querría ser y no simplemente estar.
¿Y qué hago entonces? Pues busco otro emigrante y hablamos de los lunes.
Graffiti de la mañana (Haiku ibérico)
Cuando salió, dijo:“¡Qué cabrona es la luna! ¡¿De dónde saca la pasta para salir cada noche?!”
Finalmente, llegó el día en que el Gobierno español me entregó mi permiso de trabajo de verdad, nada de resguardos. Plastificado y con mi foto al lado. La verdad es que me sentía emocionado mientras iba a recogerlo. Para mí era como recibir un diploma por todos mis esfuerzos y buen comportamiento.
(...)
Cogí la tarjeta y todo embelesado me puse a leer las palabras impresas en ella. Mi nombre, mi fecha de nacimiento, lugar de nacimiento, todo bien, RESIDENCIA Y TRABAJO, muy bien... Mi foto, cara de tonto... Bueno, bien, es lo que hay... ¡Espera! ¿Y esto qué es? Encima de la foto había un toro. ¡Sí, un toro!
Hablando de chantajes, tener un cierto número, bien controlado, de “sin
papeles” es una maravilla, porque así, si la gente es perezosa, siempre se
tiene una carta en la manga para decir:
“¿No te gusta la mierda que te pago, no te gusta trabajar 14 horas al día, quieres vacaciones, tiempo libre, seguridad social? ¡Pues vete y sacas de la calle a unos cuantos “sin papeles”.
Todo está catalogado: los chinos para cocinar, los "sudacas" para limpiar, los subsaharianos para tareas de carga y descarga, los magrebíes para almacén, los de la Europa del Este para la construcción, etc. Hay que tenerlo todo bien atado y organizado porque este modelo va muy bien. La prueba es que la televisión también lo utiliza.
El próximo 5 de agosto se cumplirán 10 años de mi particular “Ulises”. En esta fecha, el ejército croata acabó expulsando a más de 250.000 personas de Croacia, entre ellos a mí y mi familia. Desde entonces no tengo casa.
¿A cuánto salen los melocotones?
¡Salen muy bien!
Pues, ponme un kilo.
Ese breve diálogo es uno de las razones por las que sigo creyendo que este país es uno de los lugares más sanos del mundo emotivamente hablando. La conversación tuvo lugar en la frutería que tengo al lado de mi casa y en ella participaron una vecina y doña Carmen, la frutera. Hace dos años que estoy en el barrio y sigo comprando las frutas y verduras allí, aunque me saldría mucho más económico comprarlas en un supermercado.
Me saldría más económico no solamente porque los precios del supermercado son más bajos que los de la frutería de doña Carmen, sino porque en el supermercado no está ella para vendérmelas.
La cosa es que aunque salga a comprar solo unas cuantas patatas vuelvo a casa con otras cosas que no pensaba adquirir y que comprendo que no necesitaba en cuanto llego a casa.. Lo que pasa es que, con sus historietas, doña Carmen siempre logra venderme algo más. Me piropea llamándome “rey” y para cada producto tiene alguna receta “de la muerte” o algún consejo “útil”.
A veces pienso en ir al super y pasar de su historias, pero como muy pocas veces en casa y cuando lo hago suelo acordarme de alguna de las recetas que me vende. Por eso, cuando pienso en los kilos de experiencia humana que me regala sé que he hecho una “bona compra”. Muy distinta a la que se puede hacer en un supermercado, porque los que trabajan en estos establecimientos no venden, simplemente cobran.
Algunos amigos me dicen que tengo demasiada imaginación pero no puedo dejar de pensar en cómo sería escuchar a doña Carmen presentando el Estatut ante las Cortes. Porque creo que en el fondo el problema no es el Estatut, ni los catalanes ni los españoles. No lo son ni Carod ni Rajoy. El verdadero problema, como dice una amiga, es el peligro del sistema que crean las multinacionales y las diferentes sociedades anónimas que mueven muchísimo dinero.
Es un sistema sin rostro, sin palabras, sin alma. Es el sistema que no vende. Es el que cobra.
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