Nando nos cuenta cómo vivió el nacimiento de su segunda hija. Señor Piñeiro, sepa usted que aquí también se le quiere.
Preparada la maleta: en un lateral la ropa de Sofía; en el otro, la ropa de Naroa.
En otro lateral, de mi armario, días antes coloqué un pantalón vaquero gris claro y una camiseta, verde tierra. Sería la semana 36.
Preparada la ropa, repasé el guión. Llegado el momento me encontraré en una habitación y utilizaré palabras de cariño y ánimo. Dicho así parece fácil, pero llegado el momento, suelen aparecer frases de este tipo:
¡Ánimo, cari!, ¡Ya falta poco! ¡Un último esfuerzo!, frases que aunque se digan suave y con todo el amor del mundo, suenan a patrón de trainera.
Si bien tenía claro el vestuario, con el guión decidí esperar.
Entramos en el paritorio y me ausenté un instante. Fui al baño más cercano, me quité el reloj, me lavé las manos y la cara, me limpié los dientes y coloqué un par de gotas de agua de colonia a ambos lados de mi cuello.
Volví al paritorio y una enfermera, sin apreciar que venía vestido para la ocasión, me ofreció una bata verde y unas pantuflas. Las gotas de colonia quedaban por fuera. Viéndolo así, asistiría de verde.
Entramos hacía las 5 de la tarde y un aparato controlaba las contracciones, enseguida entendimos que la fuerza de las mismas se reflejaba en un contador donde un número indicaba su intensidad. Hablamos, y sobre todo, nos agarramos de la mano.
Dos horas más tarde nos dijeron que había llegado el momento.
Me coloqué a un lado y apenas hablé. Alguna caricia y muy suavecito cortas frases de cariño.
Cuando estábamos “empujando”, apareció una ginecóloga, se colocó frente a mí y se subió a un escalón. Yo, sin entender nada, miré hacia arriba y vi como “caía “ sobre la tripa de Sofía. Estaba intentando entender esta técnica cuando oí llorar.
Ese primer llanto era de Naroa. Besé a Sofía, sentí mis ojos de lágrimas llenos y antes de que se colocara en el pecho de su madre, en silencio dije: “bienvenida Naroa, sepa usted que se la quiere”.
Naroa y Sofía se abrazaron. Yo seguía a su lado cuando Teresa, que así se llamaba la matrona, me invitó a situarme a su lado. Acepté la invitación y ella me explicó la situación. Limpiamos la placenta, vi la bolsa donde había estado Naroa, colocamos un par de puntos y desinfectamos.
Ya en casa y en un cambio de pañal aproveché para hablar con ella:
Como le comenté al nacer, se la quiere. Si le parece, el resto lo vamos viendo.
Tarde de noviembre, 21. Decir que ellas espléndidas. Un placer a su lado estar.
Desde la felicidad y el suave querer, informando para pedradas.
Comentarios
grande, nando, muy grande!
lo de "que sepa usted que se la quiere" me ha destrozado la muela...
Escrito por: alajaina!.2007/12/12 11:13:25.490000 GMT+1
Escrito por: iturri.2007/12/12 19:08:59.613000 GMT+1