Segunda entrega de Nando. Iré recogiendo todas en esta etiqueta.
Historia del portal
A la edad de mi hijo, 7 años, vivía en una casa sin ascensor ni portero, pero con portal. Mi portal.
El portal era de paso obligado. Cuando nos íbamos de vacaciones sacábamos todas las maletas por el portal y al regresar, que a las maletas se unían algunos productos típicos de la zona visitada ocupando toda la baca, la descarga se hacía por el portal. Todo a la vista.
Con los amigos quedaba en el portal, en el portal los vecinos y vecinas saludaban continuamente. Era un lugar incluso de tertulia. De cuando en vez colocaban una mesa para recoger firmas, esto sucedía si algún vecino o vecina fallecía.
Una noche en fiestas del pueblo volvía con mis padres un poco más tarde y vi cómo un vecino acompañado estaba de otra persona que no era vecina, mis padres saludaron y me precipitaron hacía el primer escalón. Por el portal yo solo pasaba tan rápidamente cuando subía a por la merienda para bajar corriendo a jugar a la plaza.
La comunicación entre el portal y el piso en el que yo vivía se producía a través de un timbre. Todos teníamos el mismo, era de un sonido agudo. No se sabía si llamabas de abajo o de arriba, así que siempre se abría la puerta. Si la llamada era de abajo, se salía al balcón y a veces, tras solicitarlo, me tiraban un jersey o un balón. Un vecino amigo tenía un artilugio realizado con una cuerda y un cesto y podía recibir a pie de calle la merienda.
Desde la plaza oías ¡acenar! Se decía junto y el grito se producía desde el balcón e incluso a veces desde la cocina. Lo oías y salías corriendo hacia el portal.
El portal se limpiaba por turnos entre todo el vecindario. Mi madre lo hacía a la noche, decía que así mientras se secaba no lo pisaban y quedaría sin huellas. Esa semana el portal era para mí más mío, su olor a lejía, la misma lejía que se utilizaba en mi casa, hacía que esa semana yo no corriera por el portal y con mis zapatillas al pisar sintiera que lo acariciaba.
Este portal estaba siempre abierto, el cartero no llamaba ni una, ni dos veces.
Llegó el portero automático. Y los portales se cerraron. Para mí que no había conocido portero, pero me gustaba el fútbol, sabía que no era una persona automática, y como yo, creo que la mayoría, porque pasó a llamarse telefonillo, es decir, un teléfono con cierta sofisticación tecnológica.
Ahora debía abrir la puerta, incluso llamar para que me la abrieran, los amigos empezaron a decir “quedamos en….”, para cuando bajaba al portal ya estaban “en”. Dejaron de llamarme desde el balcón, era yo quien llamaba para que me dijeran “a cenar”. Llegué a decir “échame el balón por el balcón” y mi madre dijo: “sube y lo coges”. Los carteros empezaron a llamar al tercero, no me digan la razón pero siempre llaman al tercero. En ocasiones dos veces.
Desde entonces entraba en el portal pero no era lo mismo. Más adelante corrí hacia muchos portales y estos estaban cerrados. Llamé a muchos porteros y los portales no se abrieron.
Yo viví a la edad de 7 años sin portero automático, tenía un portal que estaba abierto. Hoy mi hijo vive en un portal con portero automático, pero el botón de nuestro piso está muy alto. Con siete años no tiene portal abierto y el portero automático no le sirve para nada.
Mi hijo en este portal tiene un buzón con su nombre, en el buzón de mi portal no aparecía mi nombre. En los buzones se leía el nombre del matrimonio, “señores de”, “viuda de” o familia tal. Del buzón hablaré mañana.
Comentarios
Escrito por: jesus cutillas.2006/06/10 09:43:32.310000 GMT+2
Escrito por: Ángel.2006/06/10 18:18:49.912000 GMT+2
Escrito por: MARIA.2006/11/23 21:08:33.290000 GMT+1
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