Cuando publiqué la traducción de la entrevista que Enekoitz Esnaola hizo a Josu Urrutikoetxea, Jon Pagola me dejó un comentario en Twitter con un enlace a otra entrevista: «Asko ginen ETA V.eko erromantikoak, Txomin zaleak, ez Artapalorenak» («Éramos muchos los románticos de ETA-V Asamblea, seguidores de Txomin, no de Artapalo»).
Me he leído con calma la entrevista de Xabier Letona publicada en la revista Argia y, como me ha parecido de interés, he decidido traducirla y ponerla por aquí.
Karlos Gorrindo estuvo dieciseis años preso, desde 1980 a 1996, y es ese periodo el que debe de contar en primera persona en un libro que se titula Funambulistaren beldurra («El miedo del funambulista»).
Karlos Gorrindo: «Éramos muchos los románticos de ETA-V Asamblea, seguidores de Txomin, no de Artapalo»
Gorrindo (Gernika-Lumo, Bizkaia, 1958) ha escrito el libro Funanbulistaren beldurra (Erein), un testimonio de los dieciséis años (1980-1996) que pasó en la cárcel. Y no es habitual que entre los expresos se escriba así. Quizá porque fue expulsado de ETA. Quizá porque ya ha pasado mucho tiempo. Quizá porque él es así. Es un relato agrio, uno más sobre el conflicto, como él dice. Joseba Sarrionandia, que le ha hecho el prólogo, asegura que «si queremos entender el pasado no se puede imponer un relato, hay que escuchar otras visiones».
Xabier Letona: Salió de la cárcel en 1996. ¿Por qué el libro se ha publicado 25 años después?
Karlos Gorrindo: Porque he querido ahora. Pero hay también otras razones por medio: vivimos otra situación, no está la organización [ETA], desde España se quiere consolidar un relato único... y, en este contexto, yo también quería hacer mi relato. ¿Por qué no contar las cosas tal y como las viví?
Hace 25 años no me veía como para escribir un libro así. La salida de prisión fue bastante traumática –para mí, para mi familia y para mis amigos–, porque nosotros fuimos expulsados de la organización. En la primera mitad de los 90, nuestro grupo de cinco o seis personas hizo pública su disconformidad con la estrategia que llevaba ETA: básicamente [dijimos] que había que acabar con la lucha armada y que teníamos que utilizar otras vías para conseguir nuestros objetivos. Este proceso también se dio en Herri Batasuna, entre las ponencias Oldartzen e Iratzar. Nos expulsaron y a mí me llevaron a la cárcel de Palencia, solo. De allí me trajeron a Basauri y de aquí salí a la calle.
También es un libro escrito para mucha gente valiosa marginada, insultada y dejada a un lado durante muchos años por la izquierda abertzale, por ETA. A nosotros nos dijeron: «Estáis expulsados, y si habláis, ya sabéis lo que tenéis». Hemos pasado 25 años en silencio, sin poner obstáculos, siendo «unos hijos de puta» para muchos en el pueblo... es también un libro escrito para todos ellos. Y, en general, para todo aquel que vivió aquellos tiempos convulsos.
X.L.: Los nombres de los presos que utiliza, ¿son todos ellos verdaderos?
K.G.: Menos cinco, todos son verdaderos. Y en el caso de esos cinco, he actuado así para que lo que pueda decir de ellos no les perjudique. Si hay una segunda edición, sus nombres también serán verdaderos: Juan Lorenzo Lasa Txikierdi (Lauterdi en el libro), Iñaki De Juana (La Luna), Isidro Etxabe (Kublai), José Mari Sagardui Gatza (Mamia) y José Miguel Latasa Getaria (Lakasa).
Karlos Gorrindo. Foto de Iñigo Azkona para Argia.
X.L.: Ahora vivía en paz, tranquilo. ¿Esto no le ha traído problemas otra vez? Aquellos tiempos duros, la mención pública de varios nombres, muchos momentos crudos...
K.G.: No, en la calle no me ha traído problemas; al contrario, muchos me han dicho que el libro está muy bien. Pero personalmente me ha llevado a épocas muy duras. Yo entré en ETA a los 17-18 años, movido más por las emociones y el amor que por la ideología, como la mayoría de la gente. Entonces quería una Euskal Herria euskaldun e independiente, y hoy también. Todo ello lo vivimos de una manera en la cárcel, hubo una evolución, y como consecuencia de ello vivimos situaciones duras. He vuelto a esas situaciones duras a la hora de escribir el libro y a veces ha sido muy doloroso para mí. ¡Cuánto he llorado escribiendo el libro! En aquella época no tomé ningún apunte y he escrito las vivencias de la cárcel con lo que ahora tengo en la cabeza. Se me quedó todo clavado, ¡y cómo!
X.L.: Vayamos a 1980. Fue torturado, ingresó en prisión... ¿Con qué ánimo entró en la cárcel?
K.G.: Estaba orgulloso y contento, estaba peleando por Euskal Herria y dispuesto a dar mi vida por ella. Que te llevaran de comisaría a Carabanchel era como entrar en el cielo. Cuando entré, habría como unas 300 personas allí, de ETA militar, de ETA político-militar... La acogida fue calurosa, pero no saber nada del futuro, de la cárcel... era inquietante. De todas maneras, aquello era una gran cuadrilla, había una gran alegría, la cárcel era permisiva... Nosotros mismos organizábamos el día a día, por ejemplo las comidas, la entrada y la salida de las celdas era bastante libre...
X.L.: La situación se hizo más cruda: Soria, Puerto de Santa María, Herrera de la Mancha… Según dice en el libro, es mejor no hablar sobre esos lugares.
K.G.: Soria era una verdadera cárcel, mucho más dura, y Puerto aún más. Esta última era militarista y sufrimos mucho física y psicológicamente. En tres años hicimos tres largas huelgas de hambre. La tortura psicológica era tremenda. Luego nos trasladaron a Herrera, y yendo de Puerto, no era tan dura. Allí también libramos largas luchas, sobre todo de comunicación –estuvimos casi dos años sin salir de la celda–, huelgas de hambre... y hubo graves enfrentamientos entre presos. Desde fuera nos decían que debíamos alargar las huelgas de hambre, algunos de nosotros que no, otros que sí, «sois unos traidores»... empezamos a pegarnos.
X.L.: Hasta entonces, la tensión venía por la parte carcelaria, pero a partir de determinado momento los enfrentamientos entre ustedes añadieron también mucha tensión, según cuenta en el libro.
K.G.: Para unos el objetivo de la lucha de ETA era la independencia y el marxismo, para otros no. Algunos defensores del marxismo-leninismo luego no tenían esa praxis en el día a día... Cómo iba a conseguir ETA en solitario sus objetivos, la necesidad de colaborar con el PNV para [lograr] la independencia, los caminos para conseguir la soberanía... entre nosotros se hablaba un poco de todo. Yo, y muchos como yo, queríamos la independencia, y luego ya decidiría el pueblo cuál sería su forma de gobierno. Luego vino el atentado de Hipercor y otras muchas acciones, que aumentaron la división entre nosotros; la kale borroka, la ampliación de la petición del impuesto revolucionario a más gente... A De Juana le dije: «Tu ETA y la mía no son iguales». ETA se convirtió en objetivo y no un medio para alcanzar el objetivo.
X.L.: Después de todo tipo de momentos difíciles, en un momento dado dice: «Yo moriré en la cárcel». ¿Es cierto que pensó eso?
K.G.: Sí, totalmente. Tenía muchos años de cárcel por delante, aunque luego todo quedara en 30 años. Además, mis amigos también estaban muriendo: Kirruli [Joseba Asensio], Krakas [Juan Carlos Alberdi]... En algunos momentos bajos, sentía que había nacido en prisión, que formaba parte de ella. Cuando estuve en Valencia se me pasó por la cabeza suicidarme: despertarme por la mañana, mirar a la ventana de arriba y a los barrotes y... «no, no, no, soy muy cobarde para eso». Pero sí que me pasó por la cabeza.
X.L.: El tiempo pasa, las desavenencias son profundas, enfrentamientos... Y llega un momento en el que ETA le expulsa de la organización, con todo lo que ello significa: quedar fuera del colectivo de presos... Usted lo describe como el momento más duro vivido en prisión cuando le comunican esa decisión.
K.G.: Sí, porque fue muy injusta. En el exterior había grandes discrepancias en la izquierda abertzale, había varias corrientes, varias propuestas. En la cárcel también sucedió lo mismo entre los presos. Nosotros enviamos nuestro análisis a la dirección de ETA, confiando en que fuera secreto, pero Latasa Getaria -este era el topo- entregó el informe al director y al día siguiente apareció en El Mundo. El mundo se nos cayó encima. Básicamente decíamos que había que aparcar la lucha armada y abordar otras vías.
No buscábamos nuestra salida; queríamos extender la reflexión a todo el colectivo. Para entonces algunos ya habían abandonado el colectivo y labrado su propio camino, lo cual era muy respetable, pero no era esa nuestra intención. Seguíamos siendo de ETA, hasta la médula. Entonces aún no nos expulsaron. Escribimos otro artículo en Euskaldunon Egunkaria diciendo que nos sumábamos a la visión de Patxi Zabaleta, etc. Y entonces sí, nos expulsaron. Nos dijeron que nos habían expulsado «por no seguir la línea oficial, por ser insolidarios y por hacer pública nuestra opinión». No nos consideraron traidores, pero eso fue lo que se extendió en los pueblos del País Vasco.
X.L.: Fueron expulsados en Nanclares, y luego a usted [en solitario] lo enviaron a Palencia. Cuando estaba allí, ETA le propuso volver a integrarse en el colectivo.
K.G.: Cuando me expulsaron, les envié un escrito defendiendo mi dignidad. Les dije de todo. Recibí la propuesta estando en Palencia, en un vis a vis con mi familia, y me dio tanta rabia que ni les contesté. Para entonces ya había cumplido las tres cuartas partes de la condena -con los beneficios penitenciarios ordinarios, estudios, libros... - y había pensado pedir la libertad condicional. En el colectivo de presos no se podía hacer algo así, estaba prohibido, pero a mí me expulsaron y decidí salir [de la cárcel]. Para ello quería estar con Iñaki Esnaola, ya expulsado de la izquierda abertzale, pero no lo conseguí y tramité la salida con Txema Montero. No responder a la propuesta enrabietó a la organización y, ya en la calle, hubo gente del aparato que me dijo varias veces: «Para arreglar tu situación, ya sabes que tienes que tirar hacia arriba». Y mi respuesta era: «Yo no debo explicaciones a nadie, me hicisteis lo que me hicisteis y, al igual que entonces, ahora también soy [auto]suficiente para caminar solo».
X.L.: ¿Usted salió aprovechando las vías fijadas por el Gobierno de España? ¿Qué condiciones le pidieron?
K.G.: No, a mí no me pidieron nada. Firmé la libertad condicional a la que tenía derecho todo preso. Durante mes y medio, acudí cada quince días a firmar a la comisaría de la Ertzaintza y punto. Posteriormente fueron endureciendo las medidas para salir en libertad condicional, y ninguna persona decente aceptaría las condiciones impuestas a los presos actualmente.
X.L.: ¿Qué pensaba cuando en Gernika le llamaban arrepentido?
K.G.: A mí, cara a cara, nadie me ha llamado eso en Gernika. Nadie. Aunque ya sé que se decía eso. Pasar al lado del Arrano [herriko taberna] y... «¿ese hijoputa qué hace aquí?» [en castellano en el original]. Hace cuatro años fui a un mitin de EH Bildu y una persona le dijo a un amigo mío: «¿Ese hijoputa qué hace aquí?» [en castellano en el original].
X.L.: Dice que en la cárcel el caso de Yoyes tuvo una gran influencia en ustedes, que no se entendió... ¿Ha tenido usted alguna vez miedo de ETA?
K.G.: No, nunca, sobre todo porque estando en la cárcel la propia ETA me pidió que volviera al colectivo. Pero otros sí, iban por la calle y miraban hacia atrás.
X.L.: También habla muchas veces de la figura de los abogados. ¿Qué eran para usted?
K.G.: Visto desde hoy, comisarios políticos, y en los últimos años, militantes de ETA. En la década de los 80 nuestros abogados fueron Iñaki Esnaola, Txema Montero, Iñigo Iruin y Kepa Landa. Luego vinieron los jóvenes, para hacer de puente, tomaban información y se la transmitían a ETA.
X.L.: ¿Cómo ve desde hoy su militancia en ETA?
K.G.: Yo siempre he estado orgulloso de la ETA de una época -más o menos hasta 1990-, pero con la de después no. También orgulloso de Herri Batasuna. Cuando en la década de 1980 sacó seis diputados en el Congreso español, algunos lloramos de alegría, porque creíamos que ese era el camino y que por ahí vendría la negociación.
X.L.: En el libro da la impresión de que usted entró en una ETA idílica, pero para entonces había ya muchos rifirrafes y mucho alboroto, y había provocado ya muchos muertos.
K.G.: Idílica no, pero romántica sí. Ahora bien, no aceptaba la mitificación de ETA porque los mitos son seres superiores a las personas, y nosotros no éramos más que los de fuera por estar en la cárcel. Éramos muchos los románticos de ETA-V Asamblea, seguidores de Txomin [Iturbe], no de Artapalo [nota de traducción: aunque hoy en día se considera que Artapalo era un reducido colectivo dirigente de ETA, Gorrindo se refiere a Francisco Mujika Garmendia]. Fue este último quien nos expulsó de ETA, y diez años después ETA le expulsó a él por las mismas razones que nos atribuyó a nosotros.
X.L.: ¿Qué les diría ahora a las víctimas de ETA? ¿A las víctimas que usted ha causado?
K.G.: Que matar para hacer política es denigrante, inaceptable, inhumano. Siento dolor por el daño causado, pero perdón... no, hay que contextualizar necesariamente aquellos años para saber lo que ocurrió, para llegar a entender aquellos tiempos, para saber por qué se hizo lo que se hizo. Los años posteriores a la transición y los años 80 fueron los años de la utopía; una época convulsa en todos los sentidos: ETA, antimilitaristas, ecologistas, feministas, antinucleares. Nos veíamos capaces de construir una nueva sociedad a través de ETA.
X.L.: A la Izquierda Abertzale se le pide que haga autocrítica, que diga que «matar estuvo mal»... Debería decir algo más.
K.G.: Ya ha reconocido el daño causado. Es más, ahora ha aprobado los presupuestos de España. Eso es lo que no entiendo, que por pedir nuevas vías me consideraran traidor y ellos ahora hagan eso. Y, dicho esto, si sirviera para traer a presos y exiliados, o para dar pasos en nuestra soberanía, ¡bienvenido sea!
X.L.: Todavía hay cientos de personas presas o en el exilio. ¿Qué le dice eso?
K.G.: Que la izquierda abertzale las ha abandonado sin piedad, sin pedir nada a cambio. Han tratado peor a quienes más han dado. Los polimilis (ETA pm), que eran nuestros enemigos naturales entonces, salieron de prisión con mucha más dignidad.
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