He pasado buena parte de este largo fin de semana ordenando los libros de casa: quitarles el polvo, moverlos de sitio e, incluso, tirar alguno al contenedor de reciclaje de papel. También he visto en directo dos partidos de la Real y en ambos hemos salido trasquilados. La lectura de «Hijos del fútbol» de Galder Reguera ha valido para eliminar ese mal sabor de boca. Libros y fútbol.
Libros
Hace unos días me acordé de un incidente que tuve con mi padre debido a la lectura de «Raíces» de Alex Haley. Era finales de los 70 o comienzos de los 80 y vivíamos en un pequeño caserío. En la planta baja, la entrada, la cocina, el baño, otra habitación y la cuadra. En la primera planta, además de una sala de poco estar, las habitaciones de mis padres y de los dos hijos. La construcción la remataba el desván de rigor.
No recuerdo por qué, pero tenía órdenes estrictas de no leer de noche. La factura de la luz era carísima y seguro que tenía mucho que ver. La cosa es que estaba enganchadísimo leyendo ese libro que la Caja de Ahorros Provincial de Guipúzcoa (sic) había regalado a su clientela. Esa noche mi padre se levantó. Me quedé inmóvil en la cama. Continuó escaleras abajo hacia el baño.
Seguí leyendo tranquilamente sin caer en la cuenta, tonto de mí, que el viejo vería la luz encendida por la rendija entre puerta y suelo. Entró enfurecido, dando gritos, cogió el libro y lo lanzó escaleras abajo. Me quedé acojonado en la cama, sin entender nada de lo que había pasado. ¿A qué se debió aquella reacción? Cosas de adultos.
Este fin de semana le he hecho también una visita a mi madre y el libro se quedó mirándome. Me lo traje para casa, claro. Abajo podéis ver la cubierta con visibles muestras del golpe que sufrió.
Hijos del fútbol
Este mismo otoño, la editorial Libros del Lince ha publicado «Hijos del fútbol», libro de Galder Reguera. Trabaja en la Fundación Athletic Club y, entre otras cosas, es responsable de los festivales Letras y fútbol y Thinking Football.
Tiene dos hijos (el menor, Danel, todavía demasiado pequeño para el tema que nos ocupa). Reguera utiliza su relación con Oihan (debe de andar ya por los 6 años) para hablar del fútbol y de la vida. Cuánto amor verdadero hay en estas páginas por su hijo y por el aitite (abuelo Pablo Olabarri), quien les llevaba a él y a sus primos a San Mames.
Oihan en el pasillo de casa, jugando y relatando como speaker partidos que sólo existían en su imaginación; bautizando un gol metido de cabeza como gol de cabeza-chilena; riñendo a su padre por pintar los libros, cierta vez que Galder le enseñó uno de sus libros fetiche de niño; el primer partido oficial y el consiguiente primer gol de Oihan. Pero al mismo tiempo la duda de si hace bien metiéndole el veneno del fútbol al chaval, así como esos pensamientos negativos que te impiden dormir por la noche, agravados por su condición de padre de dos críos.
La admiración, respeto, lealtad y reconocimiento a varias personas importantes en su vida. Por citar una: Miguel Sola, futbolista de Athletic y Osasuna, «el puto amo» para Galder (a raíz de lo escuchado una vez a su viejo: «Este Sola es el puto amo»). Lo cual me trae el recuerdo del primer e-mail que le escribí a Javier Ortiz allá por el verano del 2000 y titulado tal que así: «Ortiz, eres el puto amo».
Además, Osvaldo Ardiles (que le despedía con «Hasta la vista, Gardel», juego de palabras con el nombre del autor); Eduardo Galeano (viendo un partido juntos en el Bernabeu y haciéndose seguidor del Athletic tras ser derrotados en la Copa por el Barça); Juan Villoro; su empeño por invitar a Nick Hornby a Bilbao, a sabiendas de que no habla de fútbol en sus conferencias y debates; Eric Cantona (el mismo que al recordar su mejor momento en el fútbol prefirió un pase antes que un gol); Albert Camus («Lo que le debo al fútbol»); Rachid Mekhloufi (negándose a jugar el mundial de 1958 con Francia y saliendo de gira por todo el mundo con el equipo del FLN argelino); aquel momento en el homenaje a Iribar, con todos los porteros que defendieron la puerta del primer equipo masculino reunidos en San Mames, y entre ellos Javier Alonso, alguien que lo hizo en una ocasión (en los 80 hubo una huelga de futbolistas profesionales y los clubes decidieron alinear a los juveniles una jornada).
Los clubes por los que pasó en su etapa infantil y juvenil: los malos momentos vividos en los equipos San Miguel y Mungia, pero también los gozosos en el Lagun-Bi que creó con sus primos en Haro.
Además de ese Bilbao siempre presente, los pueblos donde ha pasado parte de su vida: Ataun, Mungia, los veranos de Haro, aprendiendo euskera en el internado de Hondarribia, dándole al inglés y ordenando su vida en Waterford (Irlanda), tratando de que los lugareños le respetaran siquiera un poco (Eh miss, it was me)...
Paro. El resto lo tendréis que leer vosotros mismos.
Acabo dedicando este apunte a la memoria de Aitor Zabaleta, asesinado el 8 de diciembre de 1998 en el Vicente Calderón por un ultraderechista. Me ha emocionado el sencillo homenaje que las peñas le han dedicado hoy en Anoeta.
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