Estábamos comiendo fuera de casa. Como acompañamiento del primer plato nos sacaron un pimiento verde asado.
Mientras charlábamos me acordé de que mi padre tuvo una úlcera con cuarenta y tantos años; lo hospitalizaron durante casi un mes. Según la versión de mi madre, los médicos les dijeron que las culpables de aquella úlcera, de aquellas úlceras, eran unas guindillas pequeñas que echaba diariamente a la comida. Todo le sabía a guindilla.
En aquella época teníamos dos vacas en casa. No recuerdo exactamente cuántos años tenía yo, pero menos de 10.
¿Quién se ocupó del ganado durante la hospitalización de mi padre? Pues mi madre y algunos caseros cercanos.
La cuestión vacuna nos llevó por otros derroteros.
Aunque más tarde era un veterinario el que se ocupaba de la inseminación de las vacas cuando estaban en celo, me acuerdo de que unos años antes acompañé, a pie, a mi padre dos o tres veces con una vaca a un par de caseríos cercanos.
En el más cercano, había un árbol enfrente de la fachada principal. Mi padre me recomendaba que me subiera a él y me pusiera a refugio. En el otro caserío, en cambio, me escondía tras unas metas de hierba seca.
Hacían salir al toro de la cuadra. El animalote no cabía en sí. A mí me daba miedo, pero se relajaba una vez que había montado a la vaca. O eso es lo que recuerdo.
El caserío del árbol tenía bastante terreno forestal. La pareja tuvo un hijo y una hija. Cuando esta era adolescente, enfermó y murió. La madre no consiguió superar el golpe y creo que el padre tampoco.
La vida del caserío se fue marchitando. Recuerdo que cuando nosotros íbamos por allí no entendíamos muy bien cómo podía vivir la familia en aquella construcción tan destartalada.
El hijo siguió repartiendo la leche de las vacas casa a casa por las calles del pueblo. Hasta que prohibieron esa práctica. No le conocí otro trabajo.
Los padres murieron hace muchos años ya y él se fue a vivir a un piso que la familia había comprado en el pueblo cuando las cosas iban bien.
Ahora rondará los 70 y, según me cuentan, ha arreglado la casa y ha vuelto a sus orígenes.
No tenía la magdalena cerca, pero sí un pimiento.
P.S.
-¿Has leído En busca del tiempo perdido de Marcel Proust?
-Pues no, no lo he leído.
-¡Pues aprovecha el verano! Aquí los 7 libros, 2700 páginas (gratuitas, dominio público). O, si lo prefieres, saca la cartera y abona 60 euros por este estuche (en castellano). Sólo el primero de los 7 está editado en euskera: Swann-enetik es, precisamente, el libro que en sus primeras páginas recoge la historia de la magdalena.
Nota: imagen traída desde la Wikimedia.
Proust-en piperra, apunte hau euskaraz.
La música la pone -GAILU: Baserritar bati entzun ondoren (Tras escuchar a un casero).
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