Aritz Galarraga entrevistó a Rafael Chirbes tras leer «Crematorio» a comienzos del 2008. Quedó en hacerle una visita, pero la cosa se retrasó tanto que, para cuando quiso darse cuenta, nuestro admirado amigo había fallecido. Dos años después de su muerte en agosto de 2015, Aritz ha visitado este otoño la casa que hoy es sede de la Fundación Rafael Chirbes. Lo vuelve a contar en la revista Argia: Rafael Chirbesi bizian egin gabeko bisita (La visita que no hice a Rafael Chirbes en vida). La leí el viernes mientras regresaba a casa del trabajo. Este fin de semana la he traducido y por eso la pongo aquí. Es un hermoso texto que merece mucho la pena.
Una cosa más: del 9 al 12 de mayo de 2018 se celebrará entre Denia y Valencia un Congreso Internacional para estudiar el denominado «Universo Chirbes». Con el impulso de la propia fundación, ha sido convocado por la Universidad de Valencia, bajo la dirección del profesor Javier Lluch-Prats. El plazo para la presentación de comunicaciones finaliza este 15 de diciembre. Esperemos que las instituciones hagan su aportación económica correspondiente, porque conviene recordar que, muchas veces, cuando pone que Patrocina no sé quién, realmente quiere decir que puede que patrocine.
Un matiz: las negritas son mías.
Otrosí: recomiendo una vez más la entrevista de Alfonso Armada.
La visita que no hice a Rafael Chirbes en vida
Una vieja cuenta saldada: hemos estado en casa de Rafael Chirbes en Beniarbeig, Alacant. Hemos aprovechado la ocasión no solo para conocer de cerca el trabajo de la fundación que lleva el nombre del escritor, sino también para pisar la geografía, la cual aparece tantas veces en sus libros, que vio nacer y morir al autor.
El último mensaje es de junio de 2013. Aquella primavera Rafael Chirbes había publicado la impresionante «En la orilla»; le propuse entrevistarle, pero me contestó que por qué no la dejábamos para después del verano: «Estoy más seco que nunca, después de un sinfín de entrevistas». Ya en el 2008, tras la publicación de la impresionante Crematorio, me arrepentí de no haber cogido el coche y haberme plantado en Beniarbeig, en vez de hacerle aquella primera entrevista a distancia. No sé qué sucedió el otoño de 2013, no lo recuerdo, pero la siguiente noticia que tuve de Chirbes fue ya en agosto de 2015. Su muerte me pilló en Galicia, en mis vacaciones seguramente más gozosas. Los esfuerzos posteriores eran ya baldíos: la oportunidad de entrevistar a Chirbes en su casa se había esfumado para siempre.
No, sin embargo, la de visitar su casa. Y más cuando supe que la fundación creada por la familia (sus sobrinos, su sobrino Manolo) brindaba la oportunidad de visitar su casa de Beniarbeig. Era el deseo del tío: abrir a los visitantes la que fue su casa por casi veinte años, los últimos, además de mostrar para su consulta e investigación los libros y textos allí recogidos. La biblioteca, con cerca de 6 000 ejemplares (entre ellos Bernardo Atxaga, Kirmen Uribe, Harkaitz Cano), está todavía en proceso de catalogación. Y quizá lo más importante: varios manuscritos inéditos del escritor, incluidas novelas, pueden consultarse allí mismo. Son novelas inéditas escritas en su juventud y que Chirbes no quiso publicar en vida. Y aunque haya opciones, novelas que no publicará la familia, porque «quiénes somos nosotros para quebrar la voluntad de nuestro tío». Otra cosa son las memorias del escritor, con seis volúmenes que Chirbes dejó casi listos para ser publicados.
Porque otro de los trabajos que realiza la Fundación es la de difundir y dar a conocer la obra del escritor. A finales de año publicarán la versión en valenciano de la novela La buena letra. A Chirbes, catalano-hablante, siempre le preocupó la lengua materna, la cual, a pesar de su educación en español y en Castilla (tras la muerte de su padre, en colegios para huérfanos de ferroviarios) no perdió nunca. Siendo catalano-hablante, el hecho de no escribir en esa lengua le generaba contradicciones, como señaló en su artículo De lugares y lenguas: «Volví a sentir la añoranza de haber perdido esa lengua para mi escritura». Los protagonistas de su novela La buena letra, sin embargo, sí tendrán la oportunidad de expresarse en la lengua en la que hablaban: «Se nos hacía raro» , dice Manolo, «no poder leer en su lengua materna a un escritor traducido al alemán, al inglés, al francés o incluso al chino».
También aparece el choque entre lenguas en el breve relato que Anagrama ha publicado recientemente («El año que nevó en Valencia»); y aparece de la manera en la que lo entendía el escritor, como un conflicto interclasista: la gente de la ciudad se expresa en castellano, mientras que los que vienen de los pueblos lo hacen en valenciano, dejando a la vista la distancia entre poderosos y subordinados. Siempre en el campo de la ficción, pero aparecen rasgos de la biografía del escritor en esa narración: con el padre recién fallecido, la familia se junta en una fiesta de cumpleaños que tiene sabor a despedida. Porque el niño narrador, en vez de ir a la Ávila real de Chirbes, se va a la A Coruña ficcionada: «Para entonces, yo había empezado a saber que no éramos de ningún sitio». No sin antes mostrar su apego a su tierra natal: «Yo quería seguir perteneciendo a todo aquello». La fundación organizará un congreso internacional este 2018 para celebrar el 30 aniversario de la publicación de su primera novela, «Mimoun».
Marina Alta
De todas maneras, el motivo de mi viaje por tierras de Beniarbeig no ha sido únicamente conocer la casa de Chirbes. Ni tampoco conocer a su sobrino Manolo, quien con mucho mimo lleva la fundación que tiene el nombre del escritor. Está también ahí el deseo de conocer la geografía que respiraba el autor, de verla, de olerla, de tocar su paraíso perdido, su paraíso recuperado. Ya hemos dicho que se vio obligado a andar de aquí para allá desde los 8 años de edad: Ávila, León, de un orfanato a otro, y después, a seguir con sus estudios universitarios en Madrid, de profesor en Marruecos, Barcelona, la A Coruña de verdad, sus doce años en un pequeño pueblo de Extremadura. Sin olvidarnos de todos los lugares que recorrió trabajando para la revista gastronómica Sobremesa (algunos de esos artículos los recogió en el libro «El viajero sedentario»). Y, sin embargo, «he tenido la impresión de que todos los viajes me servían para leer mejor el lugar originario». En la literatura, volvió repetidamente a sus sitios, a su geografía, a su pequeño territorio: «Vuelvo, -en las novelas La buena letra, Los disparos del cazador, La larga marcha–, casi sin querer, a las historias de un pasado lejano de mi vida que discurrieron aquí, en Valencia». Hasta que finalmente regresó de manera física, en torno al año 2000.
A Beniarbeig, Marina Alta, Alacant. Tavernes de la Valldigna, la que en la ficción es Bovra, a 40 minutos de su tierra natal, a 15 de la Denia de sus padres, la cual aparecerá en las colosales Crematorio y En la orilla como Misent. Detrás la sierra de Segaria, enfrente el extenso Mediterráneo ( «un paquidermo lleno de pulgas»), la playa Marineta Casiana, tan cerca de la casa de sus abuelos, donde se cierra de alguna manera el círculo vital de Chibes, al esparcir allí sus cenizas. En la misma Denia donde, a punto de morir, se reunió toda la familia en un restaurante para hacer la última comida. O el camino entre naranjos que tenía que recorrer desde la apartada casa donde pasó los últimos años de su vida hasta el casco urbano, pongamos que para ir al bar. Su literatura tenía una máxima: aunque se moleste alguien, hay que contar lo que se ve. Y esto es lo que Rafael Chirbes veía desde su casa. Aquello que recogió en sus libros. El paisaje tras la explosión de la burbuja inmobiliaria. Paisajes abandonados. Maleza. Restos escondidos entre las hierbas de las lluvias otoñales. Tierras que se quedaron a las puertas de conseguir la recalificación urbana.
Tenéis razón: mi deseo no era únicamente conocer la casa. Ni tampoco conocer a Manolo que con tanto mimo lleva la fundación del escritor. Ni tampoco conocer la geografía que respiraba el autor. Diría que la razón principal fue la de hacer la visita que no pude hacerle en vida.
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