Aprovechando un día de fiesta, me acerqué al acto y pude disfrutar de las palabras introductorias de Anjel Lertxundi y del editor Jorge Giménez, también de lo dicho por el propio autor en la presentación. De todo ello y de una buena sobremesa.
Os dejo con el texto de Anjel Lertxundi, cortesía suya:
Las novelas que más me interesan son aquellas que, además de contar una historia, hablan de la escritura y reflexionan sobre ella. La buena literatura sale de la experiencia literaria vivida y hace referencia a ella. Nos ayuda a encontrar lo que, sin saberlo, ya llevábamos dentro.
En El filo de la hierba, la breve novela de Harkaitz Cano, encontraréis una ingeniosa historia que yo ahora no os voy a desvelar. Trataré sólo de recoger algunos de los momentos en los que el narrador reflexiona sobre el milagro literario. Para ello, tengo que empezar por el título.
El filo de la hierba
–La literatura reconforta y uno puede descansar en ella como se recuesta en la hierba. Pero el filo de la buena literatura es cortante como el filo del cuchillo. Lo decía Kafka: un libro ha de ser un hacha con la que romper el mar helado dentro de nosotros. Es el mismo efecto que el del filo de la hierba:
"¿Quién no se ha lastimado alguna vez con la alta hierba?"
"Su filo es cortante como el del cuchillo".
"Y sin embargo, ¿quién no se ha recostado sobre ella, en dulce compañía, ataviado con una camisa blanca, visiblemente arrugada tras el exceso?" (pág. 5).
—Tenemos también la perspectiva que nos reporta la buena literatura: tendidos en la hierba —cuando leemos un buen libro— las estatuas de los héroes que vemos a lo lejos se difuminan y la labor de siega del campesino se colma de grandeza. Lo grande se vuelve pequeño, lo humilde engrandece (pág. 5).
La cita de Charles Chaplin
El libro de Harkaitz Cano recoge al principio parte de la entrevista que le hizo el diario San Francisco Chronicle a Charles Chaplin a propósito del El gran dictador:
"Siempre hay dos películas: la que se hace y la queda en el camino. La segunda suele ser la mejor casi siempre. Sospecho que sucede otro tanto con los acontecimientos históricos: siempre hay varias sendas simultáneas y solamente la imaginación permite rastrearlas todas…" (pág. 8).
Siempre hay dos libros: el que se publica y el que se queda en el camino.
El escritor vive siempre el dolor de saber que el libro que soñó e ideó era mejor que lo publicado, pero sólo cuando lo soñado e ideado se convierte en palabras es posible hablar de libro. Ni el pensamiento ni las historias existen hasta que no se convierten en palabras, el trabajo del escritor es expresar lo que no existe hasta que se convierte en palabra...
También la estatua de la Libertad era, según el narrador, más hermosa, cuando sólo era un conjunto de piezas que, hasta ensamblarlas, no daban señales de su forma final:
"Era hermosa la estatua. Hermosa incluso antes de ser montada. Quizá más hermosa incluso antes de ser montada, a veces los fragmentos superan en belleza a la totalidad" (pág 16).
Un mundo es muchos mundos (Octavio Paz)
Octavio Paz definió la literatura como un mundo que es muchos mundos. Se habla de la literatura también como una gran matriuska que guarda otras matriuskas en su interior. O como de un eco de ecos. O como de Sombra de sombras, como reza el título del libro de narraciones de Juan Garzia que hace pocos días presentó aquí.
El narrador de El filo de la hierba dice:
"El mundo se dispone en estratos. Cada cual vive en su propia capa: resulta difícil acceder a un estrato distinto, sea superior o inferior al que uno pertenece. A veces sucede, no obstante: alguien se encuentra atrapado bajo una capa de nieve y agujerea con la punta de paraguas la capa superior, asomándose a un mundo extraño" (pág. 9).
Las palabras, la literatura
La literatura se hace con palabras, no hay otro material. Poder de las palabras, impotencia de las palabras. Nos acompañan siempre. Nos familiarizamos enseguida con el amor que transmiten, el horror que maquillan. Ni cuando queremos aislarnos y vivir sólo con nuestra conciencia nos abandonan. Recurrimos a ellas para hablar de nuestra soledad. El narrador de El filo de la hierba, al referirse a Hitler:
"Seguiremos diciendo pequeño hombre para aprovechar el poder balsámico de las palabras, como si las palabras fuesen penicilina, fonemas analgésicos, repartamos nuestras palabras como quien reparte morfina en los campamentos, generosamente. Seguiremos llamándolo pequeño hombre de momento y descartaremos por ahora Adolf; ese nombre propio nos hace demasiado vulnerables. Seguiremos por tanto diciendo pequeño hombre" (pág. 26).
Hay que tener cuidado con la palabra, no hay otra, porque no todas las palabras sirven para todos los cometidos. Hay palabras gastadas, violentadas, huecas…
Así, el narrador de El filo de la hierba dice:
"La suya era una ironía perversa. Pero podría haber sido más sangrante aún, de haber visto el pequeño hombre más películas del comediante. Por ejemplo: ‘¿Que no hace sino vomitar? Denle una suela de zapato, unos clavos con un poco de sal. Le hará bien'. Pero para ser irónico de esta manera hace falta ser un poco más culto. Oh, culto, qué palabra más obscena. No, nada de eso. Borrémosla. Pongamos lúcido en su lugar. Hace falta luz para sobrevivir, grandes ventanas por las que respirar. La falta de ventanas es el mayor castigo. Hacen falta ventanas para ser irónico" (pág. 31).
Pero las palabras son creaciones humanas. Nos hacen falta sobre todo cuando más nos sobran:
"El pulso le tiembla mientras toca la puerta. Temblor, qué palabra para los diccionarios. Temblor, temblor, parece un ruido de puerta mal cerrada agitada por el viento en una cabaña solitaria; nadie se atreve a entrar, ten valor, tem, blor, tem, blor. Y desde entonces lo llamamos temblor. Un nombre bien puesto, un diccionario bien hecho" (pág. 86).
La escritura
La realidad exterior y el mundo interior, o el encuentro consigo mismo, como punto de partida de la escritura:
"El comediante ha pasado semanas escribiendo a máquina. Teclea sentado junto a la ventana, desde muy temprano, a la vera de Marie Ann. No levanta la vista de la máquina de escribir sino para mirar de vez en cuando a través del cristal. Olivier diría que todo cuanto escribe se escurre directamente hacia la ventana, que cada vez que hace girar el rodillo, lo escrito resbala velozmente, no ya al folio sino al cristal de la ventana, sea lo que fuere aquello que escribe, tal vez una hermosa canción (…) Bien pensado, quizá sea a la inversa: el comediante se limita a transcribir aquello que lee a la luz de la ventana, como si escribiera al dictado de alguien, automáticamente" (pág. 64).
"Vivir en un espacio tan reducido era una manera de llevar su casa incorporada, la manera perfecta de no demorarse de una habitación a otra" (pág. 73).
Soledad y literatura
La soledad y el desacomodo, como materiales literarios:
"Efectivamente son muchas las desventajas de no tener donde vivir, pero también tiene alguna ventaja: no es preciso pasar la escoba, nada se nos escapa de la vista oculto en un recóndito rincón, no perdemos el tiempo pensando en qué habitación estaríamos más templados, no irrumpe en nuestros dominios ninguna visita indeseada" (pág. 82).
La literatura, como conjetura
La breve novela de Harkaitz Cano parte de hechos reales para construir, más allá de un tiempo y un espacio reales, un mundo de evidente significado estético. Y la realidad que él imagina y construye añade realidad —poso sobre poso— a la realidad que otros imaginaron. Harkaitz Cano observa, claro está, el mundo y lo que sucede en él, pero, parafraseando a Paul Auster, ˝el mundo está en su biblioteca; sólo su cuerpo está en el mundo˝.
Arte relacional, por tanto. El autor se convierte así en alguien que con sus conjeturas es capaz de traer al mismo foro y de unir, gracias a la imaginación pero de manera real, elementos heterogéneos que pueden pertenecer a lo que llamamos vida, a la ficción, a la historia. Así, cuanta más sólida sea la formación académica y literaria del escritor, el arte relacional tiene más opciones de lograr que los mecanismos de fascinación convoquen al texto, con esplendor escenográfico, elementos que eran dispares y hasta contrarios.
Así en la breve novela que estamos comentando:
"La estatua fue inaugurada oficialmente el 28 de octubre de 1886 por el presidente Grover Cleveland. El principal promotor de la idea, el escultor Frédéric Auguste Bartholdi, invirtió veintiún años de su vida para llevar a cabo el proyecto (…) Existía incluso una leyenda que aseguraba que, estando una vez de visita en Rouen, Bartholdi llegó a ver salir de un carruaje con las cortinas corridas a una mujer con mantilla, con las faldas arrugadas, la cabellera suelta y los mechones desarreglados (…) Pero nada de esto puede asegurarse a ciencia cierta: solamente un azar remotamente probable podría justificar que Bartholdi y Emma Bovary hubiesen coincidido en el mismo estrato temporal y geográfico".
Es en ese azar remotamente probable —y a menudo totalmente imposible- al que se aferra el escritor para acercar con su artificio elementos que nos ayuden a entender un mundo disperso.
El filo de la hierba es una novela de muy pocos adjetivos. Es fría y breve, contenida. La palabra narrativa, tras atravesar meandros que a veces tienen que ver con la narración en estado puro y a veces con la farsa y la parodia, nos lleva, casi imperceptiblemente, a la palabra poética. La distancia entre ambas palabras, infranqueable para autores que sólo se emplean en uno u otro registro, parece breve y de una fácil navegabilidad en el texto de Harkaitz Cano.
Un buen libro –como es el caso de El filo de la hierba- es una isla que se desprende de tierra firme, no para alejarse definitivamente de él, sino para observarlo desde la distancia.
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