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2015/08/15 10:00:00 GMT+2

Anartz Gisasola, casi siempre en la sombra

Hace unas semanas falleció Amaia Apaolaza (Akeita), manager de varios de los más importantes nombres de la escena musical vasca. Me acordé de ella al leer el otro día una entrevista a Anartz Gisasola: Ikusezina baldin bada, askoz ere hobeto (Si es invisible, mucho mejor). Gisasola trabaja o ha trabajado como pipa (asistente de escenario) con algunos de esos nombres (Anari, Inoren Ero Ni, Kokein, Fermin Muguruza...). He traducido la entrevista de Igor Susaeta. Va por Amaia, por Anartz y por toda esa gente desconocida que está siempre al pie del cañón. La traducción y las negritas son mías. La razón por la que he puesto este vídeo viene al final del texto (a partir del minuto 6 y 45 segundos, más o menos).

Si es invisible, mucho mejor

Era un día de primeros de abril de hace dos años en el que Fermin Muguruza eta Kontrakantxa Banda arrancaban No More Tour 2013. Iban a dar un concierto sorpresa en la sala Psilocybenea de Hondarribia. Dos o tres horas antes de subirse al escenario, Muguruza estaba atando cabos con unos y con otros. A quien se ocupaba de ordenar el escenario, sin embargo, sólo le hizo un gesto de aprobación. Suficiente. Al preguntarle sobre él, Muguruza dijo respetuosamente que era «un animal con un corazón gigante. Es Anartz Gisasola».

Anartz no sabía que Muguruza lo había definido de esa manera. «Es bonito escuchar cosas así...» ha dicho, con modestia. Gisasola ofrece «comodidad» a los músicos en su trabajo. Se ocupa de transportar al lugar donde se va a celebrar el concierto todos los elementos imprescindibles para la actuación; de su descarga; de limpiar y afinar los intrumentos; de colocar en su sitio los amplificadores, los cables y demás; de estar en una esquina del escenario atento a lo que pueda pasar; y una vez finalizado todo, cuando todos se han marchado, cuando están a punto de apagarse las luces, de recoger todos los trastos y de llevarlos al local.

A primera vista parece un trabajo de carga y descarga, pero entre sus tareas hay una que todavía puede pasar más inadvertida: desde un lado del escenario, observa lo que pasa delante y detrás de los músicos para solucionar lo más rápidamente posible cualquier imprevisto. «Tienes que estar con veinte ojos». Su labor consiste en controlar la situación. «Cuanto menos salgas al escenario, mucho mejor. Esa es nuestra filosofía. Suele ser una buena señal». Por tanto, si es invisible para el público, fantástico. Son los backliners o roadies.

En el País Vasco también se les llama pipas. Gisasola no sabe por qué. «¿Puede que sea porque hacemos las cosas en un pi-pa?», pregunta-responde. Hace más de 20 años tampoco sabía a qué se dedicaba concretamente cuando comenzó a ayudar a Luther, un grupo de su pueblo. «Lo hacía por un par de cervezas». Continuó puliendo el oficio con Kokein y Kafha, aunque todavía no era consciente de ello. «Empiezas por curiosidad. El plan era ir al concierto, ayudar a descargar, beberte unas cervezas, cenar por ejemplo en el Gaztetxe de Legazpi, ver el concierto y regresar a casa feliz».

De todas formas, se daba cuenta de que aquello le gustaba. «Leía cosas en internet y revistas especializadas». Lleva ya unos quince años en los que vive de ello, pero el punto de inflexión, por decirlo de alguna manera, llegó en el año 2004 cuando Muguruza le llamó para ofrecerle ser backliner. «Creo que fue Sorkun quien le dijo que en Eibar había un tipo llamado Anartz...» señala. Lleva más de diez años con Muguruza y también ha trabajado con Manu Chao, Anari, Cobra, Inoren Ero Ni, entre otros.

Aquel tipo al que se refirió Sorkun había trabajado en talleres y fábricas. Ahora no tiene una jornada diaria de ocho horas, pero cuando tiene que ir a un concierto mete más horas fuera de casa que cuando iba a la fábrica. «A las puertas de una gira grande, también suelo ir a algunos ensayos. Aunque esto suele ocurrir muy de vez en cuando», puntualiza.

Tras acordar la hora de la cita con el grupo, se dirige hacia el lugar donde se celebra el concierto. Tras descargar los trastos de la furgoneta, prepara el escenario, afina las guitarras y los bajos, aunque no sabe tocar ninguno de los dos. «Tenemos un aparato que me señala si estoy tocando la nota adecuada». A veces, según lo que quiera el guitarrista, también tiene que cambiar las cuerdas del instrumento, aunque "normalmente se llevan un par de bajos o guitarras por cabeza"; y también los limpia, antes y después: «Ya sabes, el sudor, restos de alguna bebida...». A la hora de la prueba de sonido, los músicos tienen todo listo. Gisasola suele trabajar en solitario, pero reconoce que los técnicos de monitores y los de luces y sonido se ayudan mutuamente, «si es que hay».

La puesta en escena, medida

Está acostumbrado a trabajar en escenarios pequeños, medianos y grandes. En estos últimos trabaja con empresas que alquilan instrumentos, ya sea en los festivales de Jazz de San Sebastián y Vitoria, en el Big Festival de Biarritz, en el BBK Live bilbaino o en el Azkena Rock. Para trabajar, le gusta los escenarios ni grandes ni pequeños. «Gazteszena, por ejemplo».«Las estrellas que vienen a estos festivales contactan con los departamentos de producción y les dan las características de los instrumentos y son estos quienes se ponen en contacto con nosotros. Este quiere un piano, aquel una batería...», dice. Luego, a los managers se les ofrecen alternativas «y comienza el proceso de negociación».

En estos casos también se ocupa de la parte más prosaica del oficio: descarga, montaje... Sube al escenario pero como ayudante, «porque cada grupo, normalmente, trae su propio backliner»; es decir, esa persona que se ocupa de ofrecer comodidad a quienes están encima del escenario. «Tenemos que transmitir confianza a los músicos: que tenemos todo bajo control, que estamos allí para solucionar lo que haga falta. Tienes que actuar rápidamente, pero demostrando calma y tranquilidad. Si ven que estás nervioso...».

Y es que la «puesta en escena» de un grupo está muy medida. Gisasola afirma que todo está especificado. Es por eso que ha de estar atento al concierto: «Tienes que saber por qué canción van, qué instrumento necesita el músico, qué afinación ha de tener la guitarra...». Y ya que hablamos de este instrumento, un imprevisto que sucede habitualmente: la rotura de las cuerdas. Gisasola suele tener una pequeña caja de herramientas a mano.

A pesar de tener que estar con veinte ojos en el concierto, llega a disfrutar de los directos. «Además, con los años aprendes a hacer frente a las situaciones que puedan surgir».

Con tapones en los oídos

Con esta trayectoria, es consciente de que los músicos aprecian su labor. «Si te contratan, será por qué confían en ti, ¿no?». También goza de su reconocimiento. «Cuando las cosas salen bien, sí». Piensa que sí, que se acuerdan de ellos. «Sobre todo cuando no estamos», suelta con humor. «Por ejemplo, te llaman y les dices que no puedes ir. 'Jo, Anartz...', te responden. Y tú: '¿Qué tal el concierto?'. Y ellos: 'Pues nos hemos acordado mucho de ti, porque...'. ¡Ahí viene el reconocimiento!», añade a carcajadas.

A Gisasola también le toca hacer caso a todo tipo de peticiones que hacen los espectadores una vez finalizado el concierto, mientras recoge los trastos. «La gente te pide las púas y las baquetas de la batería y desconocen que igual el baterista se ha gastado 100 euros en un juego. Les digo que no se las puedo dar y alguna vez me han insultado [se ríe]. A veces voy con tapones en los oídos... [más risas]». Hay ocasiones en que también también le reconocen fuera del escenario.

Sin embargo, no es tan graciosa la situación que los backliners viven en la actualidad. «Hace unos años trabajábamos más». No sabe cuánta gente forma parte del gremio; unos diez, como mucho. Pero pocos se dedican a ello profesionalmente. «Con quien más relación tengo es con Álvaro (Berri Txarrak)». En verano, van tirando, pero el invierno puede ser muy largo. «Si debido a la situación económica, hay grupos que se tienen que desprender de una figura, esa suele ser la nuestra. Como saben montar y desmontar, le dan preferencia al sonido y se llevan un técnico».

Vive el oficio. Al acabar el concierto, y tras comentar las «mejores jugadas» con los miembros del grupo alrededor de unos tragos, vuelta a casa. Y ahí, en la oscuridad del camino, comienza a pensar: ¿Habré metido esto en la furgoneta? ¿Y aquello otro? «A la ida también suelo tener los mismos pensamientos». Es habitual, por ejemplo, encontrarse un tornillo o una llave en los bolsillos del pantalón al irse a la cama.

Lo que no es habitual es hacer una gira mundial con un grupo vasco. Gisasola lo ha hecho con Muguruza y destaca que hacia el final son muy cansadas. «Al principio estás fuerte, pero cuando llevas quince días, un mes de un sitio para otro, al final estás como un perro rabioso». Es en ese punto en el que cualquier tontería puede convertirse en un problema entre los miembros del grupo y ahí a Gisasola le parece más necesario que nunca animarse mutuamente.

Y llega el último concierto, y «la plaza está hasta arriba», y la banda toca en total sintonía... «Y esa sensación es la hostia».

P.S. Sarri Sarri desató la locura en Chile

«Sí que a veces hay momentos malos en los conciertos. Recuerdo que con Fermin Muguruza tocamos en Santiago (Chile). La última canción era Sarri Sarri y la gente estaba como loca. Les pidió a los asistentes que se acercaran al escenario y la gente comenzó a subirse al mismo. Desordenaron los pedales y demás. Es imposible controlar a tanta gente; por tanto, una de dos: o mandas todo a la mierda o tratas de controlar. Recuerdo que mandaba bajar a los que estaban cerca con un mecagoendios; y, mientras tanto, Sarri Sarri [imita los acordes de guitarra de la canción], y un jaleo de la leche [risas]. Otra vez me pasó que llegué con el tiempo justo, monté a toda velocidad... y sufrí una torcedura».

Escrito por: iturri.2015/08/15 10:00:00 GMT+2
Etiquetas: igor_susaeta música traducciones anartz_gisasola berria | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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