A veces, cuando la perplejidad que me produce el comportamiento de los hombres excede los límites de mi paciencia –amplia, sin embargo–, opto por tratar de relajarme dejando la mente en blanco. Contribuyo a ello fijando mi atención en cualquier objeto instrascendente, mínimo, neutral: un punto cualquiera del horizonte, la caja abierta de un cedé que no identifico, tal rinconcito de una foto, o de un dibujo, o de un cuadro, la prenda que dejé en el respaldo de una silla, la factura del teléfono que abandoné sobre la mesa de la cocina... Miro el objeto dispuesto por el mero azar, me centro en él y dejo que el tiempo fluya mientras mi mente salta caprichosamente de un pensamiento en otro, escapando con prudencia de cualquier peligro de reflexión atenta.
Divago y, en la medida en que pienso en todo, no pienso en nada.
Ayer estaba en casa –da igual qué día leas estas líneas: imagina uno cualquiera– y, recién atacado por uno de esos estados de perplejidad excesiva, me senté sobre la cama del dormitorio y, dispuesto a dejar que mi calma mental regresara por sus propios medios, me quedé mirando fíjamente una orquídea que tenemos sobre una pequeña mesita, junto al gran ventanal que nos desahoga la vista –bastante, por fortuna– dejándonos ver varios kilómetros del cielo de Madrid.
Me sorprendió lo hermosa que estaba. Hasta el punto que me decidí a fotografiarla. Hela aquí:
Pero mis estados de meditación de tipo zen macarrilla me duran a veces lo que mi cuerpo de jota me permite, que no es demasiado. Según estaba pensando en la bella orquídea que crece junto a mi lecho me acordé de otra, no del todo igual, que capté con la cámara de mi teléfono el verano pasado en el barrio de Benalúa, en Alicante, según salía de la radio. Fue esta orquídia:
Según lo veí, me dije: «¡Si serán brutos! ¡La orquídia!». Pero, de repente, se me encendió una lucecita. «¡Oh Kalikatres sapientísimo!» –me dije–. «¿Y de dónde te has sacado tú que estos honrados tenderos de Benalúa querían escribir en tu lengua materna?» De modo y manera que, según llegué a casa, me abalancé sobre un diccionario de català-castellà. Y allí me topé con lo que casi se me escapa, con grave peligro para mi sentido del ridículo. Leí: «Orquídia. f. BOT. Orquídea.»
Así que en este caso el casi-gazapo había sido cosa mía. Aunque no del todo porque, como me señala un amigo, escribieron el letrero en eso que algunos consideran que es el valenciano, que viene a ser como el catalán, pero con castellanismos en tropel. Porque deberían haber escrito «L'Orquídia», con apóstrofo.
El caso es que no se puede decir que me librara por los pelos, porque carezco de eso, pero cerca anduve.
Lo que me dio para otra meditación zen, destinada en este caso a eludir el vértigo que me produce a diario –varias veces al día, en realidad– la posibilidad de pasarme de listillo y demostrar lo poco que sé de casi todo.
Por fortuna, eso es algo que me aterra sólo cuando pienso.
2007/03/08
Orquídias
Escrito por: ortiz.2007/03/08
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