Este testimonio es parte de lo comunicado por uno de los detenidos de Egunkaria, Xabier Alegria. Describe las torturas a las que fue sometido tras la detención el 20 de febrero de 2003.
«‘La bolsa’ me dejó roto»
(...) Camino a Madrid no hubo golpes, pero enseguida me dejaron muy claro que los derechos y todas esas cosas no valían para nada, que mejor me sería declarar por las buenas, y que mientras estuviera en manos de la Guardia Civil, estaría con los de Intxaurrondo (tristemente famoso cuartel de la GC en Donostia-San Sebastián), por lo que no tenía otra salida. Me dijeron que esta vez no sería como en las otras (Alegría ha sido detenido y encarcelado en otras dos ocasiones y después puesto en libertad). Que en cuanto llegáramos a Madrid, se iba a acabar lo bueno y empezaría la verdadera detención. El guardia civil que tenía a mi derecha me amenazó muchas veces con destrozarme. Todo eso con la capucha puesta.
El interrogatorio comenzó nada más llegar (a Madrid). Me amenazaron constantemente: que si nadie es capaz de aguantar las torturas, que a ver si sabía lo de Unai Romano (joven vasco, torturado en comisaría) y que si me iban a hacer lo mismo a no ser que declarara; uno me dijo que era él el que había matado a Gurutze Iantzi (muerta en comisaría). La amenaza de vejaciones sexuales también fue constante, y me dijeron varias veces que si no hablaba detendrían a Itziar (mujer de Alegria) y sería ella la que sufriría todas las vejaciones. De vez en cuando, entraban nuevos guardias civiles, y esos eran los que me amenazaban más duramente.
Yo estaba totalmente atemorizado, y como me negaba a responderles, enseguida me pusieron a hacer flexiones y me pegaron unos golpecitos en los testículos. Después, me ordenaron sentarme en una silla y me ataron los brazos y las piernas con cinta aislante. Tenían bolsas de plástico en las manos y hacían ruido con ellas cerca de mis oídos, amenazándome con hacerme la bolsa (método de tortura consistente en poner una bolsa de plástico en la cabeza del detenido hasta asfixiarlo). Me la aplicaron dos veces, y me sentí asfixiado. Tengo que admitir que me dejo roto.
Después del primer interrogatorio, me dejaron un rato en paz, con la promesa de que hablaría más tarde. Sin embargo, en ese segundo interrogatorio me negué a hablar y me hicieron la bolsa otra vez. A partir de ahí, me hicieron un interrogatorio largo, y me amenazaron diciendo que las preguntas que no contestara a la primera ya me las harían contestar más tarde.
Cuando estaba en la sala de interrogatorios, frecuentemente escuchaba los gritos de los demás detenidos. Siempre tenía una capucha puesta durante los interrogatorios. Cuando me llevaban a la celda pude escuchar las amenazas contra los demás detenidos. Oí gritar a uno de los detenidos que lo llevaran ante el juez, que lo dejaran en paz de una vez; oí decir a los guardias civiles que estaban en las celdas que uno de los detenidos se había pegado contra la pared o la puerta.
El segundo día, creo que era viernes, me ofrecieron declarar ante el abogado de oficio. Me dijeron que me dejarían en paz, siempre y cuando ensayara tres veces la declaración y la dijera bien. Cuando me llevaban a declarar, me amenazaron claramente con consecuencias graves a no ser que dijera lo que tenía que decir. Terminé la declaración. Ni siquiera me aseguré que realmente había un abogado de oficio; firmé los documentos que me pusieron delante, sin apenas leerlos, confesando que los conocía.
(...) Cuando el forense me vio por primera vez, me enseñó un documento, pero no pude comprobar quien era. Aquel fue el único médico que me vio, en una habitación que había al lado del centro de detención. Le dije que en la primera visita me habían hecho la bolsa y le conté lo de los golpes en los testículos. Me pregunto si había perdido el reconocimiento mientras me hacían la bolsa, si estaba nervioso, con miedo. Le dije que sí y me tomó la tensión.
A pesar de que la puerta estaba cerrada, me parece que los guardias civiles que había fuera esperando tuvieron ocasión de leer lo que el forense escribió. Enseguida no, pero un poco más tarde, pude comprobar que los guardias civiles ya sabían lo que había contado al forense. Esto, por supuesto, empeoró el trato que me dieron y claro, en las siguientes visitas (viernes, sábado y domingo) cuando me preguntó por el trato, contesté que bien (...).
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