Pero un galgo blanco te recorre las tripas
y sientes que no hay respuestas
y por el modo pegajoso en que te mueves
te contentas con sentir.
Tan desenfocado que se escapan detalles
y ya ni la culpa es nueva
deformes enanitos solitarios
zapeando el porvenir.
Desconecta el código de tus pensamientos
y encuéntrame por los ojos
al dar a luz el fin del universo
sólo eso quedará.
Quizás sea porque llueve y tengo goteras en el cuarto de baño de arriba, porque se me ha roto el coche esta mañana y me toca tarde de garage (y soltar pasta), porque el PP ha sacado mayoría absoluta según esta dictatorial ley electoral, porque tengo frío en los pies (los zapatos mojados) o porque cada vez que oigo esta canción me vuelve la nausea que la provocó... el caso es que hoy me siento como el chiste, chof.
Pero por otro lado, el resultado final, estéticamente hablando, de la canción fue tan redondo... Esa lucha entre el piano aguerrido y la vibrante trompeta fue tan despiadadamente hermosa. Ese mechero final que se apaga. Esa percusión opaca, escondida. En fin, que me sorprendió de tal modo (los que me conocéis sabéis que la mayoría de lo que grabo es improvisación y de lo restante, no tengo ni idea) el resultado fue tan grato para todos los que participamos en el invento, tan sólido, que sobre el angustioso tema central flota como una luz de belleza, una suavidad que me ayuda a aceptar mejor lo inevitable, a saber:
que cuando pare la lluvia me subo al tejado,
que el coche o se arregla o se compra otro,
que cualquier ley se puede cambiar,
que en cuanto empiece a andar me olvidaré de la humedad de los zapatos,
que la nausea es un lujo de los vivos.
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