No sé si todo el oro del mundo vale una simple de vuestras muecas, antesala cualquiera de una de vuestras sonrisas. Ahora sé que éstas se perdieron para siempre.
No sé si las fronteras, artificio desgarrado de nuestra existencia, valen la última de vuestras lágrimas.
Yace ya la oscuridad, epílogo a uno de vuestros inocentes juegos. El juego se acabó. Alguien decidió que debía terminar la partida.
Se me desgarra el alma. Se resquebraja el escaso entendimiento que me queda para construir otro monumento a la incomprensión.
Ya no lloraréis más, pequeños. Os cortaron el tiempo de los llantos.
Ibais a jugar, teníais previstas algunas cosas y unas cuantas sonrisas de esas que saben aún dulces. Saben dulces cuando todavía no conocen el amargor de la vida, dulces cuando aún el amargor no las ha teñido de espanto.
Ahora os veo, alineados en el silencio que provoca en mí un inmenso dolor, una rabia que me retuerce y quema por dentro. Un silencio que incendia mi silencio. Y yo maldigo a vuestros asesinos y maldigo a quienes no les maldicen. Y la rabia forma una vez más un cóctel sangriento con la resignación. No me resigno a caer siempre en la resignación.
Yo estoy llorando hoy por vosotros desde la lejanía, desde la frustración y dominado por la idea de la derrota. Ojalá pudiera veros levantar y salir corriendo a la calle para seguir abriendoos paso en esa senda en la que tantas veces me he perdido.
Maldigo a vuestros asesinos. Maldigo a ese ser despiadado que dio la orden. Maldigo a quien apretó el gatillo. Los maldigo. Hoy ellos sí podrán dormir tranquilos. Dormirán mejor que yo, que hora os hablo, aún a sabiendas de que no me oiréis, de que la vida era para vosotros todavía un juguete que aprendíais a manejar. Un juguete al que han pisado haciéndolo añicos.
Tantas veces hemos llorado que hemos formado una pequeña montaña de lágrimas que se pierden más allá de las mejillas, saltando al vacío, hacia la ausencia y el olvido, lejos de los ojos donde nacieron. Podríamos haber formado ya mares con ellas, pero se pierden, siempre se pierden. Mañana, quizá cuando comience a no acordarme de vosotros, surgirán nuevas lágrimas por otros. Y entonces recordaré vuestros cuerpos desarmados de aliento, alineados, posando para la muerte. Y seguiré maldiciendo a vuestros asesinos y a quienes no les maldicen.
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Carniceros...
Escrito por: Belén.2008/04/29 10:08:39.697000 GMT+2