El otro día vi al todavía popular Carlos Fabra en la tele y por un momento pensé que había sintonizado un documental histórico de Tele Sicilia. Sarna con gusto no pica, desde luego, pero la ley debería ser la ley, aunque sólo fuera por disimular. Fabra debe de tener una flor en el culo, porque jamás se conoció un imán igual para atraer premios en juegos de azar. Nótese que a azar le falta una ene para ser Aznar, que es otro con florido adorno en las posaderas, que es por donde solían salir los razonamientos políticos del suegro de Agag, otro con jardín en el tramo de desembocadura del colon.
El caciquismo es uno de los clásicos postizos de la política española, y tanto el PSOE como el PP han sacado jugo de ello. Rajoy, sensiblizado por el recibo del cole privado de sus vástagos, se retrata una vez más al no meter mano a lo que pasa en Castellón. Ésta es la España de los giles, los julianmuñoz, los fabra y las Primitivas, que es el otro medio patrio para enriquecerse de golpe. ¿De qué sirve el debate Educación para la Ciudadanía o Religión, si luego al personal le da por la contemplación vegetal del Mira quién baila? La última y delirante preocupación masiva en el tebeo informativo nacional son los nuevos y briosos amoríos de la harpiana Duquesa de Alba, en los que se dice que ha intercedido, entre regata y regata, el mismísimo monarca español. ¿Y don Juan Carlos, es él también un afortunado? No estaría mal que declarara su fortuna y así supiéramos cuán de bonachonas son sus finanzas. Claro que para afortunados, los contertulios y alegres opinantes del pim pam pum televisivo, que se llevan un dineral por cada refriega de media hora de espanto, esperpento y úlcera dialéctica.
Ah, y amigo Sopena, el republicanismo es otra cosa. Y de la pluralidad hablamos otro día. Hay cosas que uno no se las cree ni borracho.
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