El cielo es hoy también una telaraña de nubes dispersas jugando al escondite unas con otras, deshaciéndose como el algodón de azúcar en los labios húmedos de un niño. El azul del cénit parece un tinte que cubre todos los ángulos del lienzo que contemplo. Porque hoy miro el día como si fuera un museo de lo cotidiano y, a la vez, como algo único, diferente, como instante que nace casi del deseo, de una contemplación que busca de manera decidida un enfoque optimista. La luz, claridad invasiva, tiñe con su fuerza mi mirada, decidida a claudicar ante esta nueva sensación. Se oye el suave respirar del viento, casi el revoloteo de unos pájaros que realizan incursiones díscolas para robarle pertenencias a la fuente. El tiempo transcurre en cámara lenta. Estoy solo, nadie en kilómetros a la redonda. El silencio, el eterno cómplice, el silencio ejerciendo su dictadura para calmar, para imponer a la respiración la sumisión de lo desapercibido. El mutismo vital, para que los sentidos sean uno solo, para que los ojos vean, saboreen, escuchen, sientan, degusten, respiren, los ojos como figurantes erógenos de la calma, nutriente del erotismo de la tranquilidad absoluta, casi virginal. Y me zambullo en la piscina, rompiendo las murallas de la quietud, entrando de cabeza en las aguas contemplativas, que ceden a los caprichos de mi cuerpo. La explosión es también callada, como si el agua y mi organismo fuesen elementos sincronizados, compenetrados, cómplices. Y en un instante, estoy flotando, con los ojos cerrados levemente, sin presionar los párpados, con ligereza. El agua ha domado mi impulso. Intuyo una luz clara, levemente ocre, iluminando la quietud. Siento que podría permanecer horas así, sin necesidad de respirar, como si el corazón mostrase indulgencia y me susurrase: “no te preocupes por mí, disfruta de este momento”. Y el alma, el alma eterna, blanca, pálida, expandiéndose, mezclándose con el agua, paladeando la armonía de su composición. El alma, sumergida también; el alma en remojo, inundada, húmeda, resbaladiza. Alma errante, alma ahora en sosiego, entregándose, deslizándose en el instante, como nexo de los azules que conforman un sándwich con mi cuerpo: el del cielo, y el de unas aguas en mutismo y reposo absolutos. Y yo, en medio. Soy agua. Soy cielo. Soy lo que quiera ser.
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