Comprendo la tirria que despierta y alimenta el Real Madrid. En su época gloriosa, fue utilizado por Franco. El club se dejaba querer. Y qué remedio, digo yo. O por las buenas, o a hostias. Mussolini en Italia hacía tres cuartos de lo mismo, sacándole jugo a las victorias italianas en un Mundial de pufos y controversias arbitrales ; Hitler en Berlín, también, aunque amargado por los éxitos de un atleta negro llamado Jesse Owens. No es una etiqueta exclusiva del Madrid. Y ahora, o sea, hoy, transición mediante, buena parte de los representantes de los poderes fácticos se disputan una plaza en el palco del Santiago Bernabéu. Algunos de sus últimos presidentes han contado incluso con el apoyo del sector pepero y de destacados y reputados empresarios. Desde el Defensor del Pueblo hasta Felipe González (para que luego digan que el PSOE es la izquierda, juas, juas..., ), pasando por Desesperanza Aguirre, la chiquillería de la politiquería y del forofismo demagógico pierde el culo por salir en la foto de los campeones.
La prepotencia impulsiva de Florentino Pérez, el Darth Vader de las constructoras y auténtico estilete de los amos del cotarro, regó en las plantaciones de iras de las aficiones rivales y las hizo crecer de forma milagrosa. Esa inservible prepotencia ha terminado por convertir al club merengue en el objetivo a batir y derribar. Nunca había despertado tanto odio y animadversión en sus desplazamientos. Tanto galáctico y tanta ensoberbecida vanidad han pasado factura a un club al que se le llena la boca cada vez que habla de imagen de marca.
Esta Liga se ha caracterizado por la irregularidad, curiosa paradoja en el torneo de la regularidad. Ni el Sevilla, que se ha desinflado justo cuando los equipos tienen que demostrar sin son o no grandes; ni el Barça, diluido en guerras de egos, incomprensibles migrañas de su cupula directiva y deportiva; ni el Madrid, sufriendo en silencio a su presidente y a su rácano entrenador han maravillado a ningún aficionado al fútbol. Digo, quede claro, a ningún aficionado al fútbol, una especie en extinción. Lo que abunda es el forofo, más pendiente de que el equipo de sus amores gane al precio que sea, o de que su "eterno rival" pierda y salga quemado y humillado en toda índole de envites.
Ésta fue la Liga de las inconsistencias, de los errores insistentes, de la paletada y estupidez de Lopera y del Betis con el bochonorso espectáculo de la Copa. Ha sido un campeonato apasionantemente discreto, emocionante al final, apoyando esa emoción en el errático destino de equipos que parecían no querer levantar la Copa de campeones. El palmarés engulle el nombre del Real Madrid, pero dice mucho que el que más ha hecho para que los blancos sumen su trigésimo título liguero haya sido Raúl Tamudo, un periquito al que unos cuantos cachondos quieren beatificar.
El Madrid tiene estas cosas; es campeón a pesar de un presidente bocazas, figurón e impulsivo, un tipo que no sabe actuar en situaciones críticas. Es campeón pese a un entrenador italiano bañado en éxito, pero que aburre a las ovejas y destiñe los teoremas del buen gusto futbolístico. En Italia ganar no es lo más importante; es lo único. En el Bernabéu, hasta ahora, no. Hay una necesidad plástica, de retórica, de expresión, de fantasía. Ha llegado el momento de decidir si se quiere seguir así o si, por el contrario, es preferible rasgar el cuadro, quemar los libros sagrados del madridismo y renovar a Capello.
Comentarios
Escrito por: Michael.2007/06/18 22:42:11.038000 GMT+2
Escrito por: Belén.2007/06/19 22:57:28.759000 GMT+2