Un periodista al que yo admiraba de forma mayúscula me ofreció en cierta ocasión la posibilidad de escribir una biografía de Mariano Rajoy. No estaba en ese momento -ni lo está ahora- el horno editorial para bollos, ni el mío para recetas experimentales. Así que, instalado en mi permanente estado de recelo, le agradecí aquella muestra de amistad y confianza, declinando cortésmente la invitación. Probablemente, sólo el oficio de enterrador sea menos atractivo que el de biógrafo de Rajoy, pero aquello yo lo tomé como lo que era, un amable intento por su parte de introducirme en el mundo editorial. Han pasado casi tres años desde entonces, pero la biografía del líder de la oposición ha cambiado bien poco. Si acaso, ha sumado algún nuevo traspiés poliédrico. Sigue siendo gris, aburrida, recargada de matices ocres, plana, tristona, como melancólica. Para empezar, hablar de liderazgo con Rajoy de fondo no deja de ser una atrevida contradictio in terminis. El mayor éxito del político gallego que encabeza el reparto de los populares en la proyección de la derecha española es su opacidad, su metamorfoseo de hombre triste que huye del parlamento como acción, como acto comunicativo. Rajoy es el que se pierde jugando al escondite; es el hombre que hace infinita la segunda vocal, el desconcertado silenciador de un arma encasquillada. Mariano cae a diario en los recovecos de la inexpresividad. Él es el paradigma del político ausente. A Rajoy lo ocultan, lo amparan, lo camuflan, lo alejan de la realidad cotidiana. Los suyos tienen miedo de que saque a pasear una espontaneidad casi inexistente. “Por si las moscas”, se le oye decir a Cospedal entre dientes. Si hace falta hacer ruido, se suelta a González Pons y que corra la sangre. El aparato del partido controla la situación, velando por su salud. Mariano dormita, se resguarda de las preguntas, oculta bajo tierra sus propuestas, calla las soluciones detrás de una mueca. Rajoy es un pozo sin fondo para los que estudian la comunicación no verbal. Su media sonrisa, la que esgrime y proyecta cuando no tiene respuesta, lo delata una y otra vez hasta la tortura. Por las noches, llega lo peor. Las pesadillas lo asaltan, y desde su colchón de viscolástica contempla atemorizado el ataque de cientos de gaviotas con el rostro de Esperanza Aguirre. Y Mariano se siente como Tippi Hedren en Los Pájaros. En las frías noches de la calurosa primavera, el sudor de Mariano denota el ataque, no menos hitchcockniano, de un dedo gigante y sangriento encabezado por el rostro de Aznar. Y después del trauma, tras la refriega en parajes de Morfeo, Rajoy abre los ojos y allí está Soraya, sentada en la butaca, paciente y fiel escudera, diciéndole “Mariano, despierta, que era sólo un sueño”.
2011/06/02 15:33:51.417000 GMT+2
Rajoy: retrato de un político ausente
Escrito por: Jean.2011/06/02 15:33:51.417000 GMT+2
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