“Dejadme solo”, se oyó decir a Rajoy. “Ni de coña”, respondió Moragas. Mariano quería recibir a Obama en el despacho oval a puerta gayola, olvidando que era él el invitado y no al revés. Llevaba despierto tantas horas, le había costado tanto conciliar el sueño. Sólo tenía claro qué ponerse. Los temas, el discurso, las formas, por más que llevara meses atendiendo las súplicas y esfuerzos de sus asesores, estaban por decidirse. Y eso que Mariano no es precisamente una bestia de la improvisación, tal y como acreditan sus vivas al vino, los chuches o esas melodramáticas y tiernas referencias a los deseos de bienestar y dicha para las niñas que nacen en España (De los niños no dijo ni pío).
Mariano aún no es Aznar, no corre todavía los mil metros en quince segundos, no se atreve a poner los pies sobre la mesa en presencia del presidente estadounidense, no marca cachas robocopianas y sigue necesitando que el oxígeno llegue a su cerebro para vivir, aunque, a veces, parezca que más que vivir, balbucea. Además, Aznar es irrepetible, único: sólo él tuvo la suerte de emparentar con Agag, el primer gafapastas de las finanzas tenebrosas y otras consecuciones pardas.
A Rajoy lo afeitaron con dificultes ayer por la mañana, porque no paraba de silbar el Barras y Estrellas. “Presidente, le voy a cortar si no se está usted quieto”. Pero la felicidad de Rajoy, aunque se basara en súplicas y mendicidades diplomático-propagandísticas, era incontenible. Hasta se marcó unos ejercicios físicos, como en sus tiempos mozos (Aquí uno tira de imaginación, porque ni en sus tiempos mozos se imagina a Rajoy con chándal en actitud reivindicativa hacia lo físico).
Los asesores de Mariano han sudado la gota gorda. Su sitio está en el olimpo de la paciencia y la perseverancia. Después, tocaba meter la gamba e idear alguna negligencia para dejar fuera de la Casa Blanca a algunos periodistas españoles y, de paso, al artículo 20 de esa moribunda ley de leyes que no parece más que un espantajo. Solamente los que cuidan lo que queda de la imagen de Ana Botella supera en mérito a los del mandamás popular. Se rumorea que, de cuando en cuando, todos ellos acuden a sesiones de terapia siquiera con el fin de ser escuchados y comprendidos, aunque, probablemente, no busquen más que unas gotas de desahogo. En un sinfín de ocasiones estuvieron tentados de fundar “Asesores anónimos”, pero no pueden poner sus jugosas nónimas en juego, no fuera a ser que acabaran maquillando a Floriano o Monago.
Mariano aún no ha cerrado la boca. Hablar no habla, pero la boca permanece abierta, como en la agonía del pez. Rajoy es un presidente muy de agonías, huidas, muecas y tics. Conforme se acerca la hora de la cita, sus comentarios resultan más inesperados, como si viajara en el tiempo, concretamente a los tiempos de la infancia. Rajoy es siempre un retorno a la infancia. Por eso no le dejan improvisar, por eso aparta los micrófonos y se vuelve estrábico cuando las preguntas le pasan como silbidos, rozándole los oídos. En el coche vuelve a ajustarse el nudo de la corbata. Mientras, Moragas revisa que no le falta nada en su mochila y acomete un nuevo “Vamos a repasar, señor presidente”. Pero Mariano no es un buen alumno. Eso sí, sabe teñir como pocos sus carencias, y últimamente se le veía más preocupado y concienzado en endiñarle a Gallardón su decálogo de exigencias en la ley del aborto.
Moragas sabe lo que es sufrir en silencio. Semanas le costó quitarle de la cabeza al presidente lo de llevar una tortilla de patatas a la Casa Blanca. Lo de la tuna, algunas más. Y es que Mariano es muy de vehemencias vintage, muy patriota de lo suyo. A cada control de seguridad, la boca de Rajoy va trazando sinuosas expresiones indescifrables. Los asesores se miran entre ellos. Alguno piensa en la idoneidad de la máscara de Hannibal Lecter. Mariano, de momento, no da mordiscos.
Tras meses de preparativos, ruegos, maquinaciones y velas a San Pancracio, por fin, tiene ante sí al que dicen “hombre más poderoso de mundo”. Y, entonces, a Mariano le fluye por su boca colosalmente dilatada un castizo “Jelou”. Y Obama sonríe y piensa: “De Europa, me quedo con la primera ministra danesa”.
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