Eso, Esperanza, privatízanos el aire, el agua, el amor y las nalgas. Privatiza el sentir, el respirar, la mirada, la caries y los estornudos. Deja en manos de tus amigotes del sector privado el oxígeno, el sudor, la sanidad. Que se jodan los pobres de mierda y la gente que no llega a fin de mes. Privatiza, que ya nacionalizaremos cuando vengan mal dadas, que ya arrimaremos el hombro para que sigáis luciendo estúpidos y rancios títulos nobiliarios. Privatiza la adrenalina, la testosterona y los orgasmos. Dale al manubrio privatizador y saca esas alas liberales a pasear. Privatiza las orugas, los olores, las náuseas y los frenillos. Privatízame el alma, los injertos capilares de Bono y las casquerías de los mercados. Esperanza, por el amor de Dios, privatiza la fe, los dogmas, la apariciones marianas, los silencios de Rouco y las vendettas pasionales. Privatízanos, oh, dama de hierro, los picores, las alegrías, las alergias, los rumores, los latidos, el tacto, el oído y los sentidos del sinsentido. Privatízale la laca a Güemes, la indecencia a Fraga y la mochila a Moragas. Privatízale a Aznar las ansias de intelectual barato y los rumores filogenéticos. Privatízale los ardores de estómago a Pizarro y la rigidez expresiva de manual a Soraya. Privatízale a Mariano la inopia, que tenga que pagar cada vez que entra allí. Oh diosa Aguirre, privatízanos la vida y la muerte. Privatiza el más allá.
Anda, Espe, saca el látigo y privatízame, que me pone.
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