Anoche, cuando conocí el empeoramiento de su salud, me dije: voy a escribir ahora algo, que si no, luego cuando haya muerto... No me decidí y , una vez más, llego tarde. Da igual. Últimamente, solía decir que Pavarotti era el único músico por el que estaría dispuesto a pagar un dineral por verlo en concierto. Aunque sabía que ya no tendría la oportunidad. Su salud le había obligado a suspender la que trataba de ser su última gira.
No sé si se ha ido el más grande; ni soy un estudioso del canto, ni me gustan los rankings. Lo que tengo claro es que el tenor de Módena ha sido el cantante que más emociones y admiración ha despertado en mí (y ya tengo encima unas castañas). Corelli, Kraus, Björling, Caruso, Gedda, Fleta, Gigli o Bergonzi quizá cuenten con más votos entre los entendidos, no lo sé. Para mí, ha muerto el tenor al que siempre quise escuchar, la voz que me hacía cerrar los ojos y llorar de emoción -y no sólo con la furtiva lágrima de Donizetti-. Su textura, su color, su riqueza, su majestuosidad y su incontestable potencia hacían de su voz un instrumento admirable. Fue un inmenso Calaf, cuando suspiraba por la terrible Turandot, cuando elevaba al infinito su inmortal vincerò. Y también un magnífico Rodolfo en La Boheme, también de Puccini. Su curriculum está ahí, no lo voy a calcar.
En fin, supongo que ahora se lanzarán unos cuantos discos recopilatorios. Las discográficas querrán hacer caja. Yo prefería sus grabaciones en directo, cuando se enfrentaba al examen de los aplausos. Recuerdo algunas de las inacabables ovaciones que se ganó como el Manrico de Il Trovatore o como el Cavaradossi de Tosca. ¿He dicho anteriormente que han muerto el tenor y su voz? Qué va, su voz no ha muerto. Quien quiera, podrá seguir oyéndola, viviéndola, sintiéndola. Yo, hasta que me quede para siempre dormido, podré seguir emocionándome con ella.
La victoria está reservada a unos pocos. Paradojas de la vida. Pavarotti ha muerto, pero ya hace mucho que su voz venció al alba a la mortalidad. Nessun dorma, nessun dorma...
Nessun dorma! Nessun dorma!
Tu pure, o Principessa,
Nella tua fredda stanza
Guardi le stelle
Che tremano d'amore e di speranza.
Ma il mio mistero è chiuso in me,
Il nome mio nessun saprà!
Sulla tua bocca lo dirò
Quando la luce splenderà!
Ed il mio bacio scioglierà il silenzio
Che ti fa mia!...
Dilegua, o notte!... Tramontate, stelle! Tramontate, stelle!...
All'alba vincerò!
vincerò! vincerò!
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