Nadie mejor que un presidente eternamente perplejo para llevar las riendas del Gobierno de un país permanentemente desconcertado. El desconcierto es una longeva tradición española. La anestesia es general, y aquí los goles, la autarquía intelectual, el folclore anestesiado y la autocomplacencia han empequeñecido y ninguneado a la minoría crítica, racional, inconformista y soñadora.
Nadie mejor que un presidente huidizo para dirigir la política de un país que se deja llevar sin ton ni son por la corriente de la desorganización. Un país en el que reina el rey de la desmemoria, el rey de los dulces olvidos, el de las burlas a los recuerdos y la dignidad. Un país que se mira en el espejo, adulándose una vez tras otra, como la reina del cuento de Blancanieves.
Nadie mejor que un presidente incumplidor para un país acostumbrado a los incumplimientos, para un territorio en el que la igualdad ante la justicia no es más que un putón verbenero al que su chulo le ha propinado una brutal paliza.
Nadie mejor que un presidente mentiroso para un país remendado mediante mentiras y costurones inútiles, una tierra de insomnio, de ebriedad histórica, de tierras muertas, transiciones edulcoradas con sal y pimienta, un país de llagas curadas con vinagre, una patria en la que el patriotismo es abanderado por quienes acumulan con egoísmo e impiedad las grandes fortunas.
Nadie mejor que un presidente gris para encabezar un gobierno gris, de semitonos de amargura, de perplejidades morales y contorsionismos éticos y etílicos.
Nadie mejor que un presidente descolocado para liderar un país que no es más que un puzzle en el que pocos son conscientes de que nada más desembalarse alguien perdió consciente y deliberadamente varias piezas Un país hecho añicos, mil pedazos.
Nadie mejor que un presidente sin brillo para un país que transcurrió a oscuras en pleno siglo de las Luces. Aquí acumulamos golpistas, militares embrutecidos, reyes inútiles y señoritos engominados, al igual que un viejo desván acumula polvo.
Nadie mejor que un presidente sin retórica para guiar a un país repleto de cruces de caminos, que sumergen en la eterna indecisión a los viajeros, que no pueden más que balbucear y dudar, atrapados por la soledad de la indecisión.
Nadie mejor que un presidente opaco, que huye de la comunicación y de la claridad para un país de claroscuros, tabúes, censuras y ritos marcados a fuego por la irracionalidad.
Nadie mejor que este presidente para este país sin remedio.
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